Óscar Mora

¿Cómo haremos para desaparecer?

¿Cómo haremos para desaparecer? A mediados de diciembre de 1926, Arthur Conan Doyle aparece en casa de una de sus médiums de confianza. Está agitado y tiene prisa. Cuando la mujer le atiende, el creador de Sherlock Holmes, que cree fervientemente en el más allá, el poder de las fuerzas telúricas y la comunicación con los muertos, le da un guante y le pide que localice lo antes posible a la dueña del mismo. ¿De quién se trata?, le pregunta. Pertenece a mi amiga, la escritora Agatha Christie. La médium sabe perfectamente quién es y que ha desaparecido, toda Inglaterra lo sabe, no hay rincón del país donde no se conozca la noticia de que Agatha se ha marchado sin dejar rastro ni avisar a nadie. Llevo tiempo documentándome profusamente sobre dónde y cómo desaparecer. Esfumarme, quitarme de en medio, desvanecerme dejando una huella lo más tenue posible. Si algún día lo hago (el día que lo haga) sin duda trataré de encontrarme en la reunión secreta que celebran todos los escritores que alguna vez han conseguido el anhelo que Enrique Vila-Matas repite obsesivamente en la que quizá sea su mejor novela, «El mal de Montano»: ¿Cómo haremos para desaparecer? Un escritor es alguien que mira el mundo, que trata de poner sobre él una mirada diferente, y que después intenta escribir lo que ha visto ─en la mayoría de los casos se fracasa en este intento, y de eso va la literatura─, así que no es de extrañar que ese afán de aprehensión acabe haciendo que muchos aborrezcan el mundo, no quieran saber nada de él y traten de dejarlo de lado. ¿Fue eso lo que le ocurrió a Agatha Christie? ¿Fue dirigida a un limbo donde conoció a todos los autores que han hecho un beatus ille radical? Quizá salió espantada de la reunión, donde sería casi la única mujer, y por eso regresó con nosotros. En la puerta de ese selecto club la habría recibido el primero de todos, Lao-Tse. El filósofo oriental, una vez que llegó a la vejez, se hartó de la corrupción del mundo, se montó en un buey y se alejó por las montañas hacia el país de los bárbaros. Nunca más se le vio ni se supo de él, y a los guardias de la frontera les dejó el «Tao Te King», un libro que sirvió para fundar una religión. En 1885, Ambrose Bierce escribió: «Existen diversas clases de muerte. En algunas, el cuerpo perdura, en otras se desvanece por completo con el espíritu (…) decimos que el hombre se ha perdido para siempre o que ha partido para un largo viaje, lo que es de hecho verdad» en Un habitante de Carcosa. En 1913, Bierce cruzó la frontera para acompañar a las tropas de Pancho Villa en la Revolución mexicana. Sus biógrafos apuntan a que en esa época estaba decidido a suicidarse, como atestiguan las cartas a familiares y allegados antes de realizar el viaje en las que se despedía de ellos, dejando entrever que no regresaría. Según los testimonios de la época, Bierce murió en doce lugares diferentes, pero la realidad es que no hay una tumba donde llorarle o leer su epitafio (Epitafio, s. Inscripción que, en una tumba, demuestra que las virtudes adquiridas por la muerte tienen un efecto retroactivo, Diccionario del diablo). Solo cinco años después, en 1918, se encontraba en México el poeta Arthur Cravan, sobrino de Oscar Wilde. Poeta, boxeador, apátrida, cantante, duelista, falsificador… Está recién casado, y quizá a punto de abandonar la vida nómada, ya que espera un hijo. Su recién estrenada esposa viaja a Buenos Aires, e inesperadamente Arthur decide seguirla unos días después. Nunca más se supo de él, y no hay constancia ─aunque sí sospecha─ de que el barco hubiese naufragado. Después de estos tres encuentros, puede que Christie viese en la reunión de los desaparecidos a un hombre que fue libre, esclavo y libre de nuevo. Un jovencísimo Solomon Nuthorp acudió a una entrevista de trabajo, pero sus supuestos empleadores le drogaron y vendieron como esclavo. Consiguió su libertad doce años después, y fruto de su experiencia es el libro Doce años de esclavitud. Pleiteó largamente para ser resarcido, pero las leyes impedían testificar a los negros, y sus captores salieron impunes. Cuatro años después, tras dar una charla en Canadá, simplemente se esfumó. Hay quien dice que fue raptado nuevamente y vuelto a ser esclavizado, y quizá esta historia habría conmovido a Agatha, que volvería sus ojos al siguiente desaparecido, y quizá el más famoso de ellos: aunque parece que el misterio ya está resuelto, el autor del libro más traducido del mundo sobrevolaba ─pese a no tener ya edad para hacerlo─ el sur de Francia en su  Lockheed Lightning P-38 la mañana del 31 de julio de 1944. Nunca regresó a su base, y así es como Antoine de Saint-Exupéry se quedó sin una tumba sobre la que ser llorado. Parece cierta la teoría que dice que se desvió de su ruta y descendió de 10 000 a 2000 metros para poder sobrevolar el castillo de  Saint-Maurice-de-Rémens, lugar en el que pasó la infancia y donde era un blanco vulnerable para los aviones alemanes. Podríamos decir que al Saint-Exupéry adulto lo mató el Saint-Exupéry niño. Al fondo de la sala, quizá Christie encontró charlando a dos jóvenes escritores. Por un lado, el autor armenio Khachatour Abovian: la primera persona que ascendió al monte Ararat, acompañando al investigador alemán Friedrich Parrot. Abovian fue el primer escritor en usar la lengua de su pueblo para escribir novelas y darle prestigio. Con 39 años, dos hijos y un notorio deseo de modernizar su país, salió a dar un paseo por la mañana y nunca más se supo de él. Puede que en esta reunión de desaparecidos la persona con la que estaba conversando fuera el argentino Alejandro Carrascosa, de 21 años. Este poeta, miembro del movimiento ultraísta y amigo de Jorge Luis Borges, estaba obsesionado por demostrar la existencia … Leer más

Borges confinado

Artículo publicado en el número 22 de la revista Lletraferit. Durante el tiempo que hemos estado confinados han florecido las recomendaciones literarias donde se narran situaciones análogas a la que estamos viviendo ahora: en todos los listados aparecían inequívocamente El Decamerón de Boccaccio, La peste de Camus o El hombre en busca de sentido de Viktor Frankl. No estoy seguro de que leer este tipo de libros sea la mejor idea durante un confinamiento, de hecho creo que es contraproducente. Sin embargo,en las primeras fases de la pandemia descubrí que era incapaz de concentrarme en la lectura. Hablando con algunos amigos me confesaron que les pasaba lo mismo, y que se habían refugiado en la relectura, así que seguí su consejo y busqué a uno de los autores que más felicidad me han proporcionado a lo largo de mi vida: Jorge Luis Borges. Hay pocas cosas originales que decir sobre un autor que, cuando todavía estaba vivo, contaba con una obra crítica cientos de páginas superior a su propia producción literaria. Los espejos, los tigres, los laberintos, la traición, las mitologías nórdicas… son temas recurrentes en su obra, y están sobradamente estudiados y analizados. Pero hay algo de Borges sobre lo que no hay demasiado escrito, y en lo que era un maestro: el del confinamiento. Solamente en los relatos, encontramos más de treinta situaciones de encierro físico o mental, de los personajes, del autor o del propio lector. Particularmente, creo que no se trata de una elección deliberada, sino la consecuencia lógica de su propia biografía. Recordemos: Borges viaja con su familia a Europa en el año 1914. No se puede decir que los Borges tuvieran buen ojo para la geopolítica, porque el estallido de la Primera Guerra Mundial les obligó a confinarse en Suiza, y esperar allí el final del conflicto. Atrapado en un país y una cultura que le eran ajenas, Borges se refugió en los libros durante todo ese tiempo, dando lugar en muchos casos a personajes inadaptados, fuera de sitio y que tampoco tienen un gran interés en encajar o liberarse. La práctica totalidad de los personajes confinados de Borges aparecen en los tres libros de relatos que publicó entre 1944 y 1950: Ficciones, Artificios y El Aleph, que son también sus obras más conocidas y celebradas. Tal es el caso de los cuentos donde alguien está encerrado en una cárcel real: en «La escritura del Dios», un sacerdote precolombino pasa años encerrado junto con un jaguar, al que vislumbra durante unos segundos cada día: «La cárcel es profunda y de piedra; (…) algo menor que un círculo máximo, hecho que agrava de algún modo los sentimientos de opresión y de vastedad. Un muro medianero la corta (…) de un lado estoy yo, Tzinacán, mago de la pirámide de Qaholom (…) del otro hay un jaguar, que mide con secretos pasos iguales el tiempo y el espacio del cautiverio». A la mente del hechicero acude una revelación: el pelaje del jaguar esconde la escritura de un dios, y decide emplear todo el tiempo de cautiverio en descifrar qué hay escrito en él. La revelación sobre el personaje encerrado también es común: de alguna manera, otorga un sentido al encierro, le da un significado, aunque sea trivial y fatal en muchas ocasiones, Es lo que sucede en «El milagro secreto», en el que Hladík es condenado a morir fusilado. El reo lamenta no haber podido componer su última obra de teatro, y ese tiempo le es concedido haciendo que el universo se detenga cuando la bala está a punto de alcanzarle. Hladík escribe en su cabeza la obra completa, y cuando pone el punto final, la bala acaba con su vida. Ambos confinamientos, el físico y el mental, están en «Funes el memorioso». En el cuento, Funes tiene un accidente que le postra definitivamente en cama, y que tiene un curioso efecto secundario: «Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa; Funes, todos los vástagos y racimos y frutos que comprende una parra. Sabía las formas de las nubes australes del amanecer del treinta de abril de mil ochocientos ochenta y dos y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado una vez». Funes adquiere el don, que es una fatalidad, de recordarlo todo, absolutamente todo. Lo que es más curioso, y no sabría si llamarlo metaliteratura o metavida, es que Borges escribió este cuento en su cabeza, sin poder escribir ni una sola línea, mientras estaba postrado en una cama tras tener un accidente que casi acaba con su vida. No sabemos qué pensó ni sintió el autor en el tiempo que pasó en la cama, pero esos días fueron definitivos para su obra, ya que a partir de ellos fue cuando empezó a escribir relatos de temática fantástica, que son habitualmente la puerta de entrada a su literatura y los que le han granjeado la fama. El mismo año en que publica «Funes el memorioso» ven la luz otros tres relatos con personajes encerrados: «La lotería en Babilonia», «Las ruinas circulares» y «La biblioteca de Babel». En el primero, las penas de cárcel son asignadas azarosamente; en el segundo, un personaje no sabe que es invención de otro hasta las últimas líneas, y en el tercero los bibliotecarios están atrapados en un edificio infinito cumpliendo una función que no tiene sentido. En los tres nos está mostrando que el confinamiento también puede ser fruto de la crueldad del azar, y que no es necesario darle un sentido al encierro. Los encierros mentales se completan con «El inmortal», donde precisamente el don de no poder morir se convierte en una cárcel. Podría añadirse «Deutsches Requiem», donde el narrador está metido en una cárcel real, pero por su relato comprobamos que ha llegado allí por estar en una encierro de la mente. Un escritor que usó tantas veces la figura del laberinto tenía por fuerza que utilizarlo para encerrar en él a sus … Leer más

La estación de Inés II. El tiempo detenido

  Hay momentos que yo llamo instantes de tiempo detenido(1). Son momentos en los que todo queda suspendido: la percepción del tiempo, del espacio y de las personas; las sensaciones, imágenes y sonidos que me rodean quedan grabados en la cabeza, creo que para siempre. Por ejemplo, cuando era adolescente me recuerdo en la casa que tienen mis padres en el campo mirando a través de la puerta hacia el jardín, en la hora que va después de la siesta con todas las personas de la casa despertando perezosamente, pensando que aquel era un momento perfecto y que me gustaría que durase para siempre. Muchas veces, cuando celebramos un cumpleaños allí, me tumbo fuera con mi padre a ver la lluvia de estrellas o te llevo, Inés, de la mano sobre el césped enseñándote a andar y a caerte, me viene a la cabeza ese fugaz momento, y pienso en lo mucho que cambia todo. Imagino que (ahora lo recuerdo: me faltaba un mes para cumplir 16 años, el verano estaba en su esplendor y quería proyectar cómo sería la fiesta fuera en septiembre) me acompañará siempre, por más tiempo que pase. (Leer La estación de Inés I) En ese momento yo elegí tener el recuerdo y las circunstancias me pusieron fácil detener el tiempo, pero irás comprobando según crezcas (creces muy rápido, Inés, me da miedo parpadear cuando te miro por si al abrir los ojos ya eres otra) que lo normal es que los instantes de tiempo detenido vengan a ti y te escojan casi por capricho. A veces te ocurrirá mucho después de que el momento haya ocurrido, y te asaltará a la mente como un latigazo o como un calor que te sube por el pecho. Algunos serán solamente una mezcla de sensaciones, otros una imagen en movimiento y, la mayor parte, una imagen fija que no ha dejado de existir. No siempre se detiene el tiempo en los momentos buenos y agradables, sino que es más común que ocurra durante lo terrible o lo asombroso. Los descubrimientos y las incertezas(2). Como te puedes imaginar, cuando te vi nacer, con los ojos abiertos y mirada de asombro, también se detuvo el tiempo. En este 2017 terrible se ha ido tu yayo y son variastantasdemasiadas veces las que el tiempo quedó suspendido. Pero también ha sido el año de muchas de tus primeras veces: si sigues a este ritmo, vas a romper el contador de instantes detenidos dentro de poco. Te cuento todo esto porque hoy es el segundo aniversario de uno de esos instantes que une lo terrible y lo asombroso. La imagen es un pasillo no muy largo pero que en el recuerdo es inacabable, y viene precedida por mí sujetando la mano de tu madre, V., mientras la llevaban en una camilla. El traslado por el hospital fue muy rápido, pero los pocos segundos que van desde Tú te quedas aquí hasta que la camilla se mete en el quirófano (tercera puerta a la izquierda, la última) son casi los más largos de mi vida. No te voy a repetir lo mucho que te buscamos y lo mucho que nos costó encontrarte, pero sí te puedo contar la sensación absurda de estar bajo el umbral de aquella puerta y pensar Por qué no voy andando hasta donde está V., son solo veinte metros O que pasen los minutos y Qué hago aquí, qué tengo que hacer ahora, qué sentido tiene hacer nada ahora Te cuento todo esto porque han pasado dos años, y desde el mismo momento en que nos dijeron el bebé está bien has acumulado varios nombres de batalla; la ginecóloga te llamó luchadora; a mí me gusta más milagro. Te cuento todo esto para que sepas que nos has detenido el tiempo. Te cuento todo esto para que conozcas tu superpoder. Te cuento todo esto porque se está cumpliendo la profecía que hice sobre tus genes, porque hace dos años pensamos que ya no seríamos padres, y porque en esta estación que son tus dos primeros años de vida todos los instantes están detenidos a nuestro alrededor mientras tú los haces avanzar tozuda, gloriosa, imparablemente.   (1) Es cierto: no puedo dejar de ser cursi ni hablando conmigo mismo. (2) He tenido que ir a la RAE porque me parecía neologismo chungo, pero no. No estoy seguro de que, como apunta la RAE, sea enteramente sinónimo de incertidumbre. Nota: si quieres saber qué escucha #lapequeñaInés, este es tu hilo.

Ser siempre otro

02. Ser siempre otro La utilidad de los libros siempre está en cuestión, ¿para qué sirve un objeto lleno de palabras? Nada más barato que las palabras, las podemos encontrar colgadas en los carteles de publicidad, escapando a borbotones de la radio, comprimidas y mostrando su lado más soez en el prime time. ¿Qué sentido tiene encerrarlas en una cárcel de papel, asignarles un ISBN, acumularlas en estantes cumpliendo su destino de polvo? Una ventaja de la lectura como entretenimiento es la alta participación del receptor, usted deja caer una edición juvenil de Moby Dick en una clase de 4º de la ESO, y cinco alumnos leerán una novela de aventuras, quince se aburrirán porque no podrán identificarse con unos pescadores de ballenas, tres se sentirán cercanos a ese Ismael que sale a descubrir la parte acuática del mundo y el resto leerá el resumen en Wikipedia de cara al examen. Yo no soy nadie, y menos alguien cuando leo, porque en ese momento uno puede sentirse cercano a los avatares de los personajes, da igual que sea una novela de amor de Corín Tellado que La muerte de Virgilio. Toda literatura es cambio, la buena y la mala, por eso podemos empatizar con los malvados o darnos cuenta de que los secretos y horrores del fondo marino siempre habían estado en nuestra cabeza, y solamente necesitábamos un Verne que los sacase de ella. En las novelas de iniciación observamos a un personaje enfrentarse a un hecho traumático que le hace comprender el mundo o una parte del mundo. Seguimos su evolución, y al final de la novela, cuando es buena, nos encontramos a alguien muy diferente del que conocimos en el primer capítulo. Pero además de cambio, la literatura es juego, y hay que remontarse a sus albores para encontrar uno de sus temas clásicos, la metamorfosis. El cambio físico, como mero divertimento del lector o como aspiración metafórica, está en la única novela latina que ha llegado íntegra a nuestros días: El asno de oro, de Apuleyo. Son diez divertidas aventuras de transformaciones animales con una coda final. No está claro si esa coda es una burla o una exaltación de la religión y en contra de los vicios de la carne. La metamorfosis se produce cuando nos damos cuenta de la alteridad, cuando ya hemos sobrepasado al otro y nos enfrentamos a la naturaleza nos asalta un nuevo otro en forma de animal, al que debemos comprender. Es el mito del hombre urbano volviendo a su estado animal que se puede leer en El año de la liebre, de Arto Paasilinna, donde solamente está la identificación sin metamorfosis. La pequeña obra maestra del género de los últimos años es La vida y la muerte me están desgastando, de Mo Yan, un repaso a la revolución cultural china a través de la genealogía de una aldea y varias familias, en las que veremos al protagonista ser un cerdo, un perro, un buey y un burro. Al estilo de Apuleyo, hay mucho de fábula y de sátira, y una profusión de cuentos adyacentes a la narración. Lejos del aterrador relato de Kafka, la metamorfosis nos permite ser otros dentro del otro, escuchar cabalmente a los zorros chinos parlanchines o poder entrevistar a la tortuga que pugnaba con Aquiles.   Publicado originalmente en Culturamas

La estación de Inés

Ahora que tengo ocho novenos de hija, reviso todos los lugares comunes de los que me habían hablado. Por ejemplo, dicen que cuando estás embarazada, ves más mujeres embarazadas por la calle. A V. no le ha pasado, y yo he hecho un esfuerzo pero no he notado un aumento significativo. Lo que sí que veo prácticamente cada día son niños pelirrojos. Teniendo en cuenta que solamente el 1% de la población tiene el pelo rojo, son una anomalía que, con la repetición, se vuelve más extraña, y he preguntado a mis mayores por las anomalías de mi árbol genealógico pero no han encontrado nada reseñable. No creo que vayas a ser pelirroja, Inés. Tu madre y yo somos morenos de pelo, de piel y de ojos. No te estamos dando unos genes muy exóticos, pero en cambio sí te estamos dando unos genes muy tozudos. Luego te explico por qué. Hoy tu madre se ha cogido la baja, y si el lado matemático de la biología cumple su parte, hasta dentro de cuatro meses no volverá al trabajo, pasaremos tres meses los tres juntos sin descanso (lo que me lleva a hacer una muesca más en las ventajas de trabajar en casa). Al cabo de esos tres meses, cuando pase justo una estación completa, nos quedaremos solos tú y yo gran parte del día. No te asustes. Te he buscado más que a nada anteriormente en mi vida, y tu embarazo llegó cuando estábamos a punto de tirar la toalla. No, no te creas esto último, nunca íbamos a tirar la toalla, nunca íbamos a dejar de buscarte*, pero la verdad es que no fue un camino corto ni fácil. Dejemos eso atrás. Te interesará saber que tenías un hermano o una hermana mellizo o gemela, y que lo perdimos** cuando todavía estábamos celebrando que tú ibas a llegar. Pero eso es algo que también hemos dejado atrás. Durante tres días pensé que estabas muerta antes de haber nacido, y pasé tres noches algo difíciles, cogiéndole la mano a tu madre en la cama, ayudándola a andar otra vez, deambulando por pasillos de hospital sacados de una película de serie B. No, tampoco te creas eso: no pensé que estabas muerta, no sabía si seguías viva, y te prometo que nunca creí que no fueses a estar bien. De noche, cuando a tu madre le vencía el sueño y su mano se deslizaba de la mía, yo comprobaba que el gotero estaba correcto, la destapaba un poco para que no pasase calor y me quedaba solo conmigo y contigo, podía relajarme y pensar en cualquier cosa. La primera noche, cuando la respiración de V. se acompasó indicándome que estaba dormida recuerdo que sentí sosiego, respiré hondo y me sentí muy despierto. Sin poder evitarlo, pensé, ¿Y si algo no ha salido bien? y acto seguido, no sentí nada. Pasó igual la noche siguiente, y todavía tardé unos meses en darme cuenta de qué estaba ocurriendo. Cuando el último día le hicieron una ecografía a tu madre, la ginecóloga dijo las cuatro palabras más hermosas del castellano, El bebé está bien. Entonces sí, por primera vez desde que empezó todo lloré. Lloré bastante, y después he llorado en todas y cada una de las ecografías (y créeme, eres una de las niñas más ecografiadas de España). A partir de la tercera, acudía al médico pensando Esta vez no creo que llore, no vamos a dar el espectáculo, no hace falta llorar, todo va bien. Todo va bien. Y todo iba bien siempre, y cada vez nos decían una cosa diferente sobre ti, y cada vez yo lloraba. Ya ves, te ha tocado un padre llorón. Pero tampoco te preocupes, llorar no es algo malo por sí mismo. Aunque eso ya lo descubrirás con el tiempo. Estoy yendo muy deprisa. Volvamos al llanto. Cuando eras (más) diminuta y te vi agitarte como una rana, lloré. Cuando giraste la cabeza hacia el ecógrafo, lloré. Cuando me dijeron que eras una niña***, lloré. El día que la barriga de tu madre ya era evidente, y me la crucé en el pasillo, lloré. Hasta la mitad del embarazo, no descubrí qué mecanismo estaba operando ahí: una de las innumerables visitas y pruebas médicas era para V. y no para ti; la prueba confirmó su buena salud, y lloré. La absoluta serenidad de los días en los que no podía estar seguro de que seguías ahí estaba inducida por la necesidad de estar tranquilo, y a partir de que la medicina se hizo cargo de la situación, recibir una buena noticia era revivir el liberador momento El bebé está bien. Incluso ahora que tengo ocho novenos de ti, que ya solamente quedan un par de pasos y El bebé está bien, leer un artículo que me confirma que tus movimientos repetitivos corresponden al hipo fetal y son un signo de buena salud me ha hecho llorar. El bebé está bien. Espero que los genes tozudos que te estamos dando tu madre y yo te permitan llorar de vez en cuando. Bienvenida a la estación de Inés. — — — * Dice cualquier pareja Estamos buscando nuestro segundo hijo, o le preguntan a unos recién casados ¿Estáis ya buscando niños?, y uno se imagina que los bebés están escondidos en un estado de conciencia aletargado, en una zona de penumbra desde la que no pueden emitir ningún sonido y deben ser encontrados casi por azar, por voluntad inquebrantable o por tozudez; como si la existencia residiese en el centro de un laberinto y hubiese que deambular para obtenerla. ** Véase nota anterior. *** De alguna manera, otro de los tópicos es “Me da igual lo que venga****, mientras venga bien”. Es falso. Todos queremos, por el motivo que sea, un género concreto, pero casi nadie lo dice, como si afirmar la prioridad por una niña y recibir un niño significase un premio de consolación. No te preocupes, no lo es. **** Justamente, la acción de venir es aquí la contraria de ser buscado.  

El metro

Si eres de Valencia, sin duda recordarás la imagen del cierre de canal 9. Como te puedes imaginar, el cierre de una televisión autonómica, en lo que respecta al cese de las emisiones, no es algo especialmente sencillo a nivel técnico. Lo que cerró fue RTVV, Radio Televisió Valenciana, por lo que las emisiones de radio, que son mucho más fáciles de interrumpir, se cortaron antes, dejando con la palabra en la boca a los presentadores (si no recuerdo mal, creo que estaban hablando de fútbol en ese momento). En el edificio de la televisión vieron que a ellos también les iban a cortar la emisión, así que los que ya estaban dentro hicieron en directo el informativo que no quisieron, pudieron o supieron hacer en los años precedentes. Nadie podía entrar en el edificio desde el que se emitía, pero consiguieron colar a Beatriz Garrote, la presidenta de la Asociación de las víctimas del metro (actualmente no lo es). Le hicieron la entrevista que no habían querido, podido o sabido hacer anteriormente. Fuente En el fondo fue triste, porque ponía punto y seguido a una indignidad sin precedentes. En Valencia tenemos muchas polémicas de carácter político abiertas; la última es con la nueva Conselleria d’Educació, que tiene partidarios o detractores. También hay una gran polémica sin resolver con el barrio del Cabanyal, con (sin hilar fino) vecinos a favor y en contra del plan urbanístico. Polémicas. Sin embargo, el maltrato y desprecio flagrante que sufrieron las víctimas y familiares del accidente de metro solamente tenía una cara: la falta absoluta de escrúpulos, la eficacia en la ocultación de la verdad y la absoluta indignidad de los responsables de acotar las causas, reparar el daño e informar a la sociedad. El resto sobre el accidente de metro es historia contada: una comisión de investigación que, en apenas cinco días, vino a decir que todo transcurrió con normalidad, que el único culpable era el conductor del metro y era un accidente inevitable; unos informativos que soterraron la información y vocearon esta explicación, y unas cuantas familias pisoteadas que se reunían cada día 3 en un punto neurálgico de la ciudad, cayendo con el paso del tiempo casi en el olvido: salvo excepciones como aquella obra de teatro, 0 responsables, que nos hizo despertar un poco, muy poco. Pero donde mejor se puede obtener la información de todo lo que se ha investigado es en la web www.0responsables.com. Hasta que no vino Jordi Évole con Salvados, el asunto no recobró la importancia que merecía. Si no fuese todo tan dramático, el asunto sería el guión perfecto de una comedia neorrealista: políticos yendo a las casas de los supervivientes ofreciéndoles trabajo a cambio de no denunciar; documentación y papeles necesarios para la investigación que se pierden; pérdida del rastro de la caja negra del tren, que la gerente de FGV se llevó a su casa… ¿A qué viene todo esto ahora? A que la comisión se ha reabierto, y han pasado por allí algunas personas que debían haber dado explicaciones, pedido perdón o llevado a cabo acciones del mínimo sentido común y humanidad ante un accidente de esta magnitud. Resulta importante señalar qué es lo que han dicho, para poder recordárselo en el caso de que no sea cierto cuando todo por fin termine. El expresidente Francisco Camps aseguró en la comisión reabierta: “He estado con las víctimas desde el primer minuto” Lo que choca frontalmente con la realidad: nunca recibió a las víctimas. En aquel momento, quizá lo recuerdes, el Papa Benedicto estaba visitando Valencia, y claro, prioridades son prioridades. No solo no recibió a las víctimas, “Se nos dijo que nunca íbamos a tener una foto con Camps” dijo la propia Garrote. Camps ha asegurado, además, que no había dado ninguna consigna, y que los medios de comunicación informaron libremente. Vistas las declaraciones de los periodistas puede ocurrir que a) Camps diga la verdad, los periodistas decidieran no informar sobre el accidente, y ahora aprovechan para cargar contra él; b) Camps mienta, lo cual es gravísimo. Los responsables de informativos de la época también han pasado por la comisión. Sus nombres son Pedro García, Lola Johnson y Lluís Motes. Hicimos nuestro trabajo con honestidad y responsabilidad. Hicimos periodismo. Lola Johnson Nunca hubo intención de ocultar ni vulnerar el derecho a la información, en ningún momento Pedro García La única concesión a que se cuele algo que no sea la versión oficial la ha dado Lluís Motes: No fuimos los mejores, no hicimos el mejor trabajo, pero hicimos lo mejor posible Que si no es una asunción de responsabilidades, por lo menos es algo. Enfrente tienen un estudio de la Unió de Periodistes que certifica que hubo manipulación informativa. Uno de los dos grupos, los exdirectivos y la Unió de Periodistes, están en un error. Volviendo al principio, el día del cierre de Canal 9, se emitió un directo desde la boca de metro* admitiendo que había consignas para fomentar la desinformación, se puede ver en este vídeo. El último compareciente que me gustaría resaltar es Juan Cotino. Quizá lo conozcas también por el programa de Salvados, en el que ha protagonizado momentos hilarantes. Cotino asegura que se reunió con 35 familias del accidente, pero que no les ofreció nada a cambio. Aquí está explicado. Por contra, Paco Manzanaro (y no solamente él), cuya mujer falleció en el accidente, dijo que sí que le ofreció un trabajo para su hijo. Como en el caso de Camps, nos enfrentamos a dos escenarios posibles: a) Cotino dice la verdad, y Paco Manzanaro usa inexplicablemente el dolor de las víctimas y el suyo propio para causar daño político; b) Cotino miente, lo cual es gravísimo. Nos estamos acostumbrando a que no pase nada, a que nunca pase nada. Yo no fui, yo no estaba allí, yo no vi nada, yo no hice nada. No puede valer. * Nota marginal: la estación de metro donde se produjo el accidente se llamaba “Jesús”. Poco tiempo después, le cambiaron el nombre a “Joaquín Sorolla” por su cercanía la estación de tren del mismo nombre. Resulta indignante … Leer más

Historia sin importancia. Salud Hernández-Mora

Os voy a contar una historia que no tiene importancia sobre Salud Hernández-Mora. En julio de 2015 conocí a Salud Hernández-Mora, aunque en ese momento no sabía quién era. Yo vendía libros en una librería independiente en Dénia. Le recomendé algunos libros que tenía en cartera para lo que yo catalogaba como “lectores en serio”, los compró y me pidió algunos títulos que no teníamos. Le ayudé a localizarlos en varias librerías de Madrid, pagó y se fue. Un par de semanas después, un hombre me encargó dos ejemplares de Sin Salida, una novela que SHM había publicado ese mismo año. Cuando pasó a recogerlos, ese hombre (se identificó como ¿padre? ¿tío? de la autora) me dijo que tenía un encargo un poco raro. Pagó los libros, y a continuación, me dijo que uno era para él, y el otro para mí. La autora le había encargado que me lo regalase “por haberla atendido tan bien”. Fue extraño, porque no se lo pude agradecer en persona, porque no tuve la sensación de haberla tratado tan bien, porque recibía un regalo en diferido que me pareció íntimo  hasta el punto de hacerme sentir algo de vergüenza. Investigué quién era esa escritora tan simpática que me había hecho el regalo, y descubrí que Salud Hernández-Mora es una periodista con el coraje para practicar esa degradada profesión en un lugar muy difícil. Desde el terreno, en Colombia, se enfrenta a las FARC, la corrupción y la ineptitud interesada de los sucesivos gobiernos colombianos. Y también al ELN, que parece ser el grupo que la ha secuestrado esta mañana. Solo hay que mirar su twitter:   No solamente carga contra el ELN, sino con cómo se está haciendo y comunicando el plan de paz en Colombia:       Salud Hernández-Mora se encontraba denunciando la desaparición de dos jornaleros en el mismo lugar de los hechos, cuando ella misma ha sido secuestrada.   En su web se puede leer una autodefinición Soy reportera de alma y corazón. Si pudiera elegir un oficio, sería como un bombero, pendiente las 24 horas de salir corriendo hacia donde estalle el fuego. que está claro que no es una impostura, porque ahora mismo nadie sabe dónde está, ni qué va a ocurrir con ella, porque salió a defender a un grupo de gente que está sola, indefensa y marginada. Estamos en campaña electoral, y da la impresión de que política, verdadera política, la hacen personas como Salud jugándose la vida por un ideal, algo que ya no está de moda, o que es una expresión vacía. Aunque a nadie se le puede exigir un compromiso como el de ella, es un poco sonrojante estar aquí, escribiendo chistes sobre la actualidad en twitter, o escuchando mentiras sobre el compromiso que cada candidato dice tener con la sociedad. La novela, por cierto, es una crónica periodística de una mujer perseguida por las FARC, y de manera premonitoria, es el relato verdadero de una mujer secuestrada: El libro cuenta la historia de Isabel, una mujer colombiana que perdió a su esposo y a su hermano y que padeció el violento secuestro de su hijo a manos de las FARC (…) El relato recrea detalles escalofriantes y también refleja la cruel indefensión de las víctimas, que no son protegidas como se debe por el Estado.Pero no es una novela de ficción, todo lo que aparece en cada párrafo de este libro es real, ni una sola línea sale de la imaginación de la autora La vida, nuevamente, imitando a la ficción. Actualización: el secuestro de salud acabó felizmente, tras una semana.

Yo no soy nadie: cómeme

Lo bueno de los libros cuando son buenos es que no hay nada malo en ellos. Cualquiera que se haya sentado a escribir y haya pasado de las primeras ideas y de los lugares comunes habrá descubierto, al poco tiempo, lo sorprendentes que son las cosas que se pueden llegar a imaginar. Yo no me comería a nadie, pero puedo imaginar a una Gretel distópica viendo como engorda Hansel día tras día, recogiendo la paja en el granero, cebándole con excelentes guisos, calentando la cama de la bruja todas las noches, echando de menos las miguitas de pan, no preguntando nada a la bruja al día siguiente cuando la jaula de su hermano está vacía y el plato que está lleno es el suyo. O puedo imaginar a cuatro marineros que se enfrentan a la muerte por inanición. La única solución posible parece lógica: decidir a cuál de ellos sacrificar para comérselo. No lo digo yo, que no soy nadie, sino que ya habrán reconocido un pasaje de La narración de Arthur Gordon Pym, de Edgar Allan Poe. La antropofagia (no el canibalismo ritual, o el canibalismo cultural) se encuentra en uno de esos límites a los que sólo nos podemos asomar mediante la literatura, el canibalismo por placer o por barbarie. “Hombre no come hombre”, está grabado en rojo en el código que nos define como especie erguida, pensante y sentiente, porque si no lo estuviera no aparecería con tanta frecuencia en esa otra frontera que es la literatura. El conde Ugolino, en La Divina Comedia, se ve obligado a, como único alimento, roer para toda la eternidad la cabeza del arzobispo Ruggieri; Tito Andrónico cocina las cabezas de Demetrius y Chiron, y mejor no se asomen a la Crónica de Indias, porque allí, desde Cabeza de Vaca hasta el más insignificante de los conquistadores enrolados a última hora se merienda a un compañero, a un indio o a ambos. Y lo documenta. No podríamos comernos un plato, por suculento que se nos presentase, si nos aseguran que el ingrediente es carne humana. Pero, ¿podríamos leer un libro si sabemos que la encuadernación está hecha con la piel de la persona de la que se habla en él? Bibliopegia antropodérmica, se llama, y el caso paradigmático es el del criminal John Horwood, que a estas alturas debe estar guardando turno en la fosa donde está condenado Ugolino. John mató de una pedrada a Eliza Balsum, que se había mostrado impermeable a los requiebros amorosos del muchacho. Tras ser juzgado y ejecutado, los papeles del caso fueron encuadernados con la piel del asesino, y parece que no era una práctica infrecuente. El más novelesco, sin embargo, de los casos, se dio en París en el hospital de Clamart, también en el siglo XIX. Algunos médicos vendían piel humana al editor Isidore Liseux, con la salvedad de que el Liseux sólo estaba interesado en la piel del pecho de las mujeres, y que tan sólo editaba libros eróticos. No alcanzo a decidir si estos libros hay que enterrarlos junto a lo que quede de los cadáveres de sus dueños o conservarloscomo rareza bibliográfica, como tampoco sé si Liseux merece coger la vez en el pozo de Ugolino, o está disfrutando de un lugar privilegiado en el paraíso de los pornógrafos.   Publicado originalmente en Culturamas

Yo no soy nadie

01. De Ulises a Polifemo “Yo no soy nadie”, le dice Ulises a Polifemo para engañarle y así poder huir de la cueva donde está confinado con el resto de su tripulación. Siglos más tarde, Verne utilizará el mismo recurso para uno de los antihéroes más celebrados de la literatura universal: el capitán Nemo, que hundía barcos y causaba terror en todos los océanos. La pérdida de la identidad es un tema recurrente en la literatura moderna, y el propio Borges tiene una miniatura llamada “A un poeta menor” que dice: “La meta es el olvido / Yo he llegado antes”. La literatura puede enseñarnos a buscar nuestra identidad para luego perderla, a marcar el territorio de nuestra vida que es parte de la ficción y que, en soledad o con ayuda de otros, nos inventamos para poder sobrevivir. Viene esto a cuento porque en política se ha puesto de moda lo que los analistas de imagen llaman “el relato”, contar las cosas que se hacen o se prometen con estructura narrativa, ya saben: introducción, nudo y desenlace. Pero también con héroe, villano, puntos de giro, clímax e incluso a veces con tramas menores que descarguen el peso de la principal. Artur Mas y Rajoy están afirmando sus dos identidades en relatos verosímiles e incompatibles con motivo de la independencia de Cataluña, inconscientes del peligro que supone forzar la ficción y de las consecuencias que puede acarrear. Nos gusta escuchar una historia, nos gusta que nos cuenten cuentos desde que existe el lenguaje, y nos gusta que las historias nos emocionen, nos involucren y nos entretengan. Incluso nos gusta cuando las historias falsas pasan por verdad. Quizá deberían aprender del truco de Homero y de Julio Verne: hacer que el personaje pierda su identidad y no sea nadie para que pueda ser cualquiera de nosotros, para que el narrador personal se convierta en un narrador colectivo donde quepa cualquier vida. O quizá puedan echar mano de una de las últimas modas literarias: la autoficción. Vila-Matas la lleva practicando desde hace años con “El mal de Montano”, “París no se acaba nunca” o “Kassel no invita a la lógica”. Los escritores se convierten en personajes y borran de un plumazo la frontera entre novela y ensayo. También pueden echar mano del titánico proyecto de Karl Ove Knausgård, que va por el segundo volumen de una hexalogía autobiográfica cuyas ventas se cuentan por cientos de miles, y cuya principal fuerza es la arrebatadora potencia de la verdad escondida dentro de una mentira. “Mi nombre es nadie”, insiste Ulises, y con esa trampa consigue eludir todos los peligros, conjurar todos los fantasmas y evitar una muerte segura. Desaparecer para sobrevivir, como Nemo, licuarse en un nosotros casi invencible de la mano de los escritores que generosamente nos regalan los fragmentos más literarios de su vida para descubrir que no tenemos por qué estar buscándole un sentido a todo, para descubrir que no somos tan importantes como nos podría parecer. Descubrir, como Ulises, que no somos nadie. Que no nos queda sino seguir navegando. Publicado originalmente en la revista Culturamas