Óscar Mora

Los pasos del errante laberinto: 30 años sin Borges

 

Los pasos del errante laberinto

Cuando uno se adentra en el Cementerio de los Reyes de Ginebra puede ir allí en busca de la tumba de uno de los principales reformadores del catolicismo y encontrarse frente a la de “un hombre sin atributos”; dar vueltas tras la del inventor de la lingüística moderna, y acabar frente a la de una prostituta; o agotar los pasos tras la lápida de un Nobel de la Paz, para dar con ellos en la de una de las más clamorosas ausencias del Nobel de Literatura. Y es que Borges comparte el caótico espacio del Cementerio de los Reyes con Juan Calvino, Robert Musil, Ferdinand de Saussure o Ludwig Quidde. ¿Qué hacía Jorge Francisco Isidoro Luis (los nombres heredados de su familia son los que no han trascendido) Borges en 1986 en Ginebra, con 87 años y tan lejos de su hogar? La respuesta es sencilla y patética en el sentido más amplio de la palabra: había ido allí exclusivamente a morir. Él, que había prefigurado tantas muertes en el espacio mítico de la llanura de la Pampa, donde Juan Dahlmann empuña un cuchillo que acaso no sabrá manejar, quiso alejarse de la mitología arrabalera y de las pompas que le esperaban en el funeral de estado que sin duda habría tenido en su patria, y así se lo dijo a una María Kodama que todavía no era su esposa y que, cuando iniciaron el viaje a Italia y Suiza, no sabía que el autor no tenía intención de regresar a Argentina. Aunque estaba enfermo de cáncer, la causa oficial de la muerte fue septicemia, la misma que casi acaba con el citado Juan Dahlmann en el cuento que Borges consideraba como el mejor que había escrito: “El Sur”. Se despidió de la tierra rezando el padre nuestro en anglosajón, inglés antiguo, inglés, francés y español, pese a que no profesaba ningún credo, y solamente había confesado sentir fervor religioso en dos ocasiones: cuando se encontró en Islandia con un pastor pagano, y cuando conoció el taoísmo de primera mano en Japón.

 

 

Cuando Borges tenía 14 años, su familia viajó a Europa con tal tino que el estallido de la I Guerra Mundial les obligó a buscar la neutralidad de Suiza. En Ginebra fue donde el autor argentino cursó los únicos estudios reglados que podía acreditar, y por eso eligió la ciudad helvética para alejarse de todo pocos meses antes de fallecer. “Ginebra es una de mis patrias”, dijo en muchas ocasiones, junto con las citadas Islandia o Japón por sus leyendas, Alemania y Francia por sus letras, pero no Buenos Aires. El Buenos Aires que sirvió de patria al autor ya había desaparecido hacía mucho tiempo cuando él falleció, con sus malevos y compadritos, con las milongas y los tangos cantados en un patio en la última hora de la tarde. Una vez que se quedó ciego, su cuerpo siguió avanzando en el tiempo, pero su mente y su corazón se quedaron con los lugares queridos y reconocibles, los que había retratado en su primer libro de poemas, “Fervor de Buenos Aires”, un libro cuya reedición trató de evitar cuando logró la fama. Él, al que era habitual ver en la noche bonaerense recorriendo la ciudad a pie, empezó a viajar y a alejarse de ella al quedarse ciego.

 

“Es una tradición que la Academia sueca no me dé el Nobel, no sé por qué me lo iban a dar ahora”, decía cada año.

 

A pesar de haber recibido decenas de distinciones, doctorados honoris causa en los cinco continentes, premios literarios y todo tipo de honores, siempre se destaca que Borges no recibiera el premio Nobel. El propio escritor bromeaba con los periodistas que, el día que el premio se fallaba, se citaban en casa del autor. “Es una tradición que la Academia sueca no me dé el premio, no sé por qué me lo iban a dar ahora”, bromeó en alguna ocasión. Hay unanimidad en que a veces este tipo de premios realzan o culminan la carrera de un escritor, y en el resto de ocasiones es el premio el que obtiene lustre proveniente del autor premiado. En el caso de Borges, hubiese sido el segundo caso, si bien no hay unanimidad sobre las causas de que se le negara año tras año. Circula la historia de que el autor acudió a un recital de poesía donde el secretario de la Academia sueca recitaba su obra, y que en el cóctel posterior se burló cruelmente del mismo, por lo que el secretario bloqueó para siempre el galardón para Borges, aunque parece más probable que su ambivalencia política en los últimos años de su vida tuviera más que ver con la no concesión del premio.

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Han pasado 30 años desde que el autor argentino nos dejara, y en el caótico Cementerio de los Reyes siguen descansando sus restos, que felizmente no han sido objeto de repatriación pese a los intentos del gobierno argentino. Su tumba es una piedra toscamente labrada con su nombre y la inscripción “And ne forthedon na” junto al grabado de siete soldados medievales. La inscripción está en inglés antiguo y pertenece a “La balada de Maldon”: se traduce como “Y que nada temieran”. Los soldados están reproduciendo el momento de la balada en el que están a punto de enfrentarse a una muerte segura, muy inferiores en número al enemigo, pero se dirigen a la lucha con alegría. Borges creció escuchando las historias de sus antepasados militares, y tanto el recuerdo de esas historias como su sentimiento de culpa por no haber seguido ese destino y haber optado el más seguro de las letras están presentes a lo largo de toda su obra, desde sus primeros poemas hasta los últimos ensayos. La parte posterior de la lápida lleva escritos unos versos de una saga islandesa, pero no fue escogida por Borges, sino por su viuda, con los nombres en clave que él les dio a ambos en su relato “Ulrica”. Toda la lápida parece un acertijo, con esa primera inscripción que sirve de advertencia a los lectores para contrarrestar la fama de lector hermético que Borges sigue teniendo. El placer de la literatura descansa entre los laberintos, puñales, referencias cultas, juegos de intertextualidad, o la fragilidad de la realidad que hay en sus cuentos y poemas. Borges, que dijo sentirse orgulloso por los libros que había leído, y no por los que había escrito,  trató de desaparecer en la anónima Suiza para dejar que fuese la literatura la que hablase. Léanlo sin prejuicios, y nada teman.

 

En sus cuentos a menudo el traidor realmente es una persona que acepta un destino superior a él mismo, y la venganza toma forma de inútil demostración de honor

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Una guía de lectura imposible

Cuando murió su amigo Xul Solar, Borges dijo de él “Todo hombre memorable corre el albur de ser amonedado en anécdotas” para a continuación contar una sobre Xul. De la misma manera, Borges ha sido amonedado en varios temas, que forman parte del imaginario del escritor, y que están fuertemente ligados a su figura.

Uno de los que más fuertemente ha arraigado en los lectores es el del laberinto. En la práctica totalidad de sus libros de cuentos aparecen, de manera real o figurada, los laberintos. Por citar solamente algunos, en “La biblioteca de Babel” es una red de librerías; en “La muerte y la brújula” se trata de un libro y de un jardín; y en “La casa de Asterión” es el primer laberinto de la literatura, el del Minotauro. Tanto en cuentos y poemas, trató el asombro de construir una casa para que las personas se perdieran en ella. Cuando los laberintos en su prosa no son físicos, están urdidos textualmente en juegos

La traición y la venganza fue también una de las obsesiones más queridas por Borges: en sus cuentos a menudo el traidor realmente es una persona que acepta un destino superior a él mismo, y la venganza toma forma de inútil demostración de honor, como en el ya citado “El Sur”. “Tema del traidor y del héroe” o “Los dos reyes y los dos laberintos” son también cuentos donde encontramos este tema .

La realidad ilusoria era otro de sus temas más queridos: la literatura y la autoficción como dos realidades sin barreras entre ellas, unidas al mundo como un espacio irreal. Borges es el protagonista de muchos de sus relatos; lejos de ser un acto de vanidad, es la excusa perfecta para desdibujar al protagonista y dejar espacio al hecho fantástico, como en “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, donde Borges y Bioy descubren a través de una enciclopedia apócrifa un universo imposible; o en “25 de agosto de 1983”, donde un Borges anciano se encuentra en Ginebra con su yo adolescente el día que decide suicidarse.

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Así como Borges expresó su querencia por los tigres o los puñales, y por eso aparecen con frecuencia en sus cuentos y poemas, no habló de una circunstancia recurrente: un personaje confinado en una cárcel, física o mental. Por ejemplo, en “Deutsches Requiem” un soldado alemán repasa desde su celda los horrores nazis sin arrepentimiento; en “La escritura del dios”, un sacerdote precolombino observa a su compañero de jaula, un jaguar en cuya piel encuentra un mensaje oculto cifrado por la deidad; en “El milagro secreto”, Hladík ve cómo Dios escucha sus súplica y detiene el tiempo en el momento en que va a ser fusilado, dejándole un año para componer en su mente una obra de teatro. Es difícil no citar a Borges sin hablar de “El Aleph”. En él, el propio Borges se ve paralizado cuando ve “(…) el populoso mar, el alba y la tarde, las muchedumbres de América, una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, un laberinto roto (…)” y todo lo que sigue, pese a que el lenguaje es sucesivo y no es capaz de describirlo.

 

Su obra ha trascendido a varias generaciones para convertirse en la perfecta definición de lo que es un clásico

 

Todo está aún por decir

Las obras completas de Jorge Luis Borges superan con dificultad las mil páginas, y casi se dobla la cifra si se tienen en cuenta sus obras en colaboración con otros escritores: una frusilería para cualquier escritor actual de novelas de éxito que está destinado al olvido. Sin embargo, en vida del propio escritor la obra crítica sobre sus cuentos, ensayos y poesías ya superaba en volumen a los propios originales de Borges. Todos los meses aparecen estudios, ensayos, tesis doctorales, monografías… que tienen a Borges como eje central. El propio autor se declaraba sorprendido y abrumado por recibir tanta atención, aunque, especialmente en los últimos años de vida, su vanidad se regocijaba en el halago. ¿Queda algo por decir de él? La figura es un oxímoron que le hubiese encantado a Borges: queda todo por decir, porque su obra ha trascendido a varias generaciones para convertirse en la perfecta definición de lo que es un clásico. Los lectores e hispanistas que vengan detrás de los que hay ahora descubrirán nuevas maneras de leer e interpretar los textos, disfrutarán en sus páginas de ver nacer la intertextualidad con un registro que no ha sido igualado, y rescatarán el hecho mitológico en su más pura esencia en pleno siglo XX. Es inevitable que las biografías sobre el autor hayan proliferado.

  • Borges, Esplendor y derrota. María Esther Vázquez, Tusquets Editores. Es sin duda la más cercana y cariñosa de todas las que se han escrito, ya que la autora fue una estrecha colaboradora y amiga personal. Aunque la mirada esté viciada por la amistad que mantuvieron, es perfecta para conocer en profundidad a un autor que al que a menudo se juzga como complicado o inaccesible.

  • Borges. Una vida. Edwin Williamson, Alianza Editorial. Es la más completa en datos, historias, anécdotas y documentación. Con más de 600 páginas –más de la mitad de la producción borgiana- es un recorrido exhaustivo por la vida y obra, sin evitar las polémicas y los errores de Borges.

  • Autobiografía. Jorge Luis Borges, ed. El Ateneo. Borges dictó su propia autobiografía en inglés, y prohibió que se tradujera nunca al castellano. Víctima de la maldición que persigue a todo autor popular, y que impide que se cumplan sus voluntades en cuanto a inéditos se refiere, Kodama autorizó la publicación en español de este breve y emotivo libro.

  • Borges. Adolfo Bioy Casares, editorial Destino. Cuando se publicaron los diarios de Bioy, resultaba notable la poca presencia que Borges tenía en ellos. La respuesta vino cuando después se publicó este volumen de más de mil quinientas páginas, con todas las entradas del diario de Bioy Casares en las que se habla de Borges.

 

Artículo aparecido en el diario Información (suscriptores).