Óscar Mora

Avenida de los misterios, de John Irving

Cuando miente la memoria Durante los últimos veinte años, John Irving ha estado viajando intermitentemente a México, y ha creído que  las notas que tomaba en cada viaje formaban parte del guion de una película. En ese lapso de tiempo, el autor norteamericano ha escrito “Personas como yo”, “La última noche en Twisted River”, “Una mujer difícil” o el guion de “Las normas de la casa de la sidra”, por el que ganó un Oscar, pero la historia mexicana se le resistía, hasta que se dio cuenta de que lo que había escrito, finalmente, era una novela que nos trae de nuevo al mejor Irving de “El mundo según Garp” o “El hotel New Hampshire”. El humor, la ironía y el cinismo propios de otras de sus novelas toman aquí un tono más amargo, presentando un personaje más desorientado de lo habitual y más desapegado de un mundo que considera monstruoso y se vuelve hostil una vez que se ha superado la infancia. La fragilidad de la memoria y su capacidad para crear mentiras que deforman nuestro presente acompaña cada párrafo hasta el final exacto de la novela Juan Diego es un escritor de 54 años que se encuentra de viaje rumbo a Filipinas para cumplir una promesa de infancia. Se trata de un autor de éxito que viaja solo y depende de una fuerte medicación para poder soportar la realidad y percibirla con claridad. Los excesos o falta de esa medicación le hacen entrar en letargos donde recupera su infancia, o mejor dicho el final de su infancia, cuando era un niño de la basura en Oaxaca junto con su hermana Lupe. Un Juan Diego de 14 años sobrevive en el basurero gracias a la protección del capo del mismo, un talento para enseñarse a sí mismo a leer con los libros descartados por los jesuitas y una madre que trabaja a media jornada como prostituta, y la otra media limpiando imágenes sagradas. Ambas tramas se alternan en cada capítulo, sembrando en el lector la incertidumbre de cuál de las dos es más verdadera, o de cuánto de verdad hay en cada una de ellas. La fragilidad de la memoria y su capacidad para crear mentiras que deforman nuestro presente acompaña cada párrafo hasta el final exacto de la novela, en la que también flota un aire anticlerical que lleva a Juan Diego a sufrir de los remordimientos propios de la educación católica. Como suele ocurrir con Irving, asistimos a la asombrosa capacidad del autor para crear personajes estrafalarios y situaciones inverosímiles que encajan perfectamente en los límites de la credulidad del lector: una madre e hija, fanáticas de los libros de Juan Diego,  que lo encuentran en tránsito y se ocupan de él; un alumno ultracatólico que instala peceras en las habitaciones de los hoteles donde descansa el autor; una hermana capaz de leer el pensamiento, pero incapaz de comunicarse con nadie que no sea Juan Diego; un cura con cilicio que se siente atraído por un transexual… en este caso, hay un forzamiento excesivo de esos límites, máxime cuando la novela supera las seiscientas páginas: mantener un ritmo de sorpresa y maravilla constante, aunque es literariamente posible, resulta agotador para el lector en algunas ocasiones. En otras palabras, se percibe demasiado clara la mano del escritor detrás de los personajes, conduciéndolos de escena en escena y dando lugar a un híbrido entre lo literario y lo audiovisual que salva el tipo por la elegancia de la prosa de Irving y lo fascinante de la historia a la que tenemos el privilegio de asistir. John Irving, Avenida de los misterios. Tusquets, 637 páginas. 22’90 € Reseña publicada en el diario Información (Suscriptores)

No dormir nunca más, de Willem Frederik Hermans

Descenso hacia la nada Willem Frederik Hermans, No dormir nunca más. Tusquets, 376 páginas, 19 euros. La ausencia de traducciones al castellano de los libros de Willem Frederik Hermans era una carencia que Tusquets comenzó a subsanar con la publicación de El cuarto oscuro de Damocles, y que continuó con el volumen que nos ocupa. Parte de la culpa de que su obra prácticamente sólo pudiese encontrar en su lenguaje materno, el holandés, es del propio autor, que tras leer las primeras traducciones de sus novelas, poemas y ensayos a otros idiomas consideró que éstas eran “insatisfactorias”, y prohibió que se volcasen a ningún idioma. Su peripecia vital incluye parte de su infancia en la Holanda ocupada por los nazis y una errática carrera como profesor de geografía en la universidad de Groninga, de la que fue invitado a irse por pasar más tiempo dedicado a escribir que a dar clase. Comparado con Kafka y Céline, Hermans practica un existencialismo plagado de humor. La novela ayuda a verlo todo de otra manera, una de las funciones primordiales de la literatura. No dormir nunca más cuenta la aventura de Alfred Issendorf, un recién licenciado en geología holandés que se enrola en una expedición por el desierto helado del norte de Noruega para encontrar la prueba de que unas curiosas erosiones del terreno han sido provocadas por meteoritos. Pronto, el propio Alfred nos revelará que no es la persona ideal para este tipo de viajes, y que ni siquiera tenía vocación de geólogo: la sombra de un padre científico que murió siendo Alfred niño le destinó a terminar un destino. Llevados por esta breve interrupción, podríamos pensar que vamos a asistir a una novela de aventuras -dicho sea sin desdeñar ese género- pero Alfred es un antihéroe, un pez fuera del agua incluso en su propia casa, que va torciendo sus planes y los de todos los que se encuentran a su alrededor. La separación de su hogar para enfrentarse a la naturaleza extrema en Noruega le hace empezar a cuestionarse los motivos reales del viaje, los porqués de sus elecciones hasta ese momento y lo vano de sus ansias por realizar un hallazgo científico del que su padre se hubiese sentido orgulloso. En la cita que ilustra el libro, Isaac Newton afirma no saber cómo le verá el resto del mundo, él se sigue viendo “como un niño que juega en la playa mientras el océano de la verdad se extiende ante él, inexplorado”. Alfred deberá pasar por el trance de verse incapaz de continuar con la expedición, sentirse traicionado por sus compañeros y perderse en la tundra para llegar a una conclusión parecida. No dormir nunca más es una novela sobre la mezquindad humana y la futilidad incluso de la ciencia a la hora de tratar de explicarnos en el universo y de explicar al propio universo: Hermans se burla en la primera parte, cuando Alfred todavía mantiene el impulso por el viaje y la gloria, del mundo académico, de la necesidad de encontrar un lugar en la sociedad, de sus propios orígenes y de qué cosas son valiosas para configurarnos como individuos, y dedica la segunda parte del libro, precisamente cuando el protagonista está perdido en un paraje desolado, a recoger todas esas ironías con las que Alfred finalmente encuentra un sentido -en la falta de sentido- a su peripecia. Lean No dormir nunca más: no les quitará el sueño, pero les ayudará a verlo todo de otra manera, una de las funciones primordiales de la literatura. Reseña publicada en el Diario Información