Óscar Mora

Entrevista a Clara Usón

Recuperándose de una contractura en el brazo que le causaron las horas de escritura de su anterior libro, Clara Usón (Barcelona, 1961) presenta “Valor”, su nueva novela, en la que recupera la revolución de Jaca, los problemas de una adolescente actual y la exclusión social que vive una vendedora de preferentes, mezclando varios planos narrativos con gran talento y eficacia. Clara Usón, Valor. Editorial Seix Barral. 320 páginas, 19 € Los tres tiempos narrativos de “Valor” están hilados de una línea a otra, sin solución de continuidad entre párrafos. Además de la habilidad narrativa, ¿es una manera de jugar con el lector y ofrecerle un asidero entre tres historias aparentemente tan distintas? No tengo la intención de descolocar al lector, no es un truco narrativo, sino que he tratado de poner toda la dificultad en el lado de la escritura y no en el de la lectura. Creo que no hay que pedir grandes esfuerzos al lector, y menos con los nuevos hábitos de lectura y con la forma que tenemos hoy en día de leer. No es que quisiera que la lectura fuera fácil en sí, sino que se pudiese realizar una lectura simultánea que no desconcierte, sino que dé la impresión de que todo sucede a la vez. Pasada la sorpresa inicial, trato de que el lector disfrute de lo sucesivo. Creo que se entra en seguida en el juego narrativo y se sigue sin problemas. Fíjate, me ha sorprendido que he tenido lectores muy jóvenes que no han tenido problemas, mientras que personas de mayor edad sí han encontrado dificultades. La forma que tenemos de percibir la realidad a través de Internet es muy similar, aunque no ha sido premeditado. Por ejemplo, mi sobrina de dieciséis años ha leído “Valor” con fluidez, mientras que su madre sí ha tenido problemas. No creo que la literatura sea terapéutica, no tiene mensajes absolutos que ofrecer Permítame el juego de palabras malo, pero hay que tener Valor para armar una novela con una vendedora de preferentes, un franciscano croata colaborador en el exterminio de los serbios, un gigoló levantino, un golpista contra Franco… Cuando estaba escribiendo la novela, ¿no se le pasó por la cabeza que era una mezcla de elementos muy diferentes entre sí? Algunos lectores me lo han reprochado, y sé que se trata de un riesgo. Verás, después de escribir “La hija del este” había una expectativa sobre qué sería lo siguiente que iba a publicar, y yo sabía que habría una exigencia alta. Lo fácil hubiese sido hacer lo mismo, pero yo no quería, y decidí arriesgarme. Al hacer literatura tiene que haber riesgo, tiene que intentarse descubrir nuevos caminos. Quise contarlo todo a la vez, porque en una novela siempre hay ripios, pasajes de transición, de relleno… que tanto el lector como el escritor reconocen. He tratado de hacer una novela con la intensidad de un cuento, en la que el ritmo no decayera. En la escritura, si siempre vas sobre seguro crearás algo que ya está hecho. Los personajes dialogan entre sí mediante sus acciones a lo largo de la novela, conectados por un hilo invisible que borra la frontera del tiempo. ¿Qué dificultad le plantea hacer este juego mezclando personas reales con personajes de su invención? No soy original aquí, desde Tolstoi hasta la Iliada se mezclan los personajes que todo el mundo conoce con los inventados, lo real y lo imaginario. Una vez que se hace esto, en la novela todo se vuelve ficción. Eso sí, cuando cuento hechos históricos e introduzco personajes reales soy absolutamente rigurosa, no atribuyo acciones que no tuvieran lugar, porque entonces perdería verosimilitud. La historia se escribe con mayúsculas y con minúsculas, la de los grandes hombres y la que hacemos todos. Los personajes se reflejan unos en otros con lo que hacen, y ante situaciones similares, límite, reaccionan de distintas maneras. Más allá del riesgo, de cómo reaccionan, en la novela está la acepción de “Valor” como principio moral. La revolución, la voluntad de cambiar el mundo, estar dispuesto a perder la vida por ello… ahora mismo el dogma religioso y el valor absoluto del siglo XXI, es el dinero, que ejerce una violencia absoluta sobre todos. España es un país muy bueno para ser torero o futbolista, pero para ser escritor hay que tener madera de héroe Una de las lecturas de “Valor” es que tercamente nos obstinamos en repetir maldades y errores en la Historia, por más personajes luminosos que haya en ella. ¿Es una condición humana a la que no podemos renunciar? Obviamente, no se trata de un descubrimiento personal, se ha dicho en muchas ocasiones, como decía Hegel, se trata de la madlcicion de la humanidad: puede haber progreso material, científico, sobre el transporte… pero el progreso nos está llevando a otras cosas, como el cambio climático. La maldad y la bondad no han cambiado, el progreso no nos ha hecho mejores. Por eso tiene sentido seguir escribiendo novelas y cometer los mismos errores. La humanidad como tribu tiene rasgos paulovianos, cuando siente miedo reacciona de la misma manera y los gobernantes utilizan eso para ejercer el control. Somos muy manipulables, nos encontramos en un periodo de franca involución, repitiendo errores de los años 30. Al investigar, veía un paralelismo en los 20 y 30 con lo que ocurre ahora. Descrédito de las instituciones, injusticia, desigualdad… y que se apuntaban los fascismos. Todo esto está ocurriendo de nuevo. Exploramos las mismas emociones. ¿Qué papel tiene la literatura en toda esa Historia, puede ofrecer algún tipo de salvación? No creo que la literatura sea terapéutica, no tiene mensajes absolutos que ofrecer. Pero tampoco la pintura u otras artes. Si tú quieres cambiar la humanidad no escribas una novela, escribe la Biblia, el Corán, El Capital… la ficción sirve para indagar en el conflicto del corazón humano consigo mismo, para hacerse preguntas, sin recetas ni salvaciones. Solo te ayuda a reflexionar, porque son mentiras que en el fondo son verdad. Descubres que los … Leer más

En el corazón del mar, Nathaniel Philbrick

En el corazón del mal En el siglo XIX, un joven perseguía su sueño de enrolarse en un barco. Había sublimado su pasión por el líquido elemento entrando en contacto con marineros y arponeros, y también con algunas reliquias y relatos de varios sonados naufragios, entre ellos el del barco ballenero Essex. Unos cuantos años antes, no importa exactamente cuántos, pensó que debería darse al mar para ver la parte líquida del mundo, teniendo poco o ningún dinero en su billetera. Podríamos llamarle Herman, y al relato del naufragio del Essex, que le fue confiado por el hijo de uno de los supervivientes, le debemos una de las novelas principales de la historia de la literatura: “Moby Dick, o la ballena”. Melville murió habiendo tenido cierto éxito con sus primeras novelas sobre el mar, pero cosechando un sonoro fracaso con “Moby Dick”, que no entró en la cultura popular hasta la segunda década del siglo XX. Igual que el leviatán había arrastrado a Ahab a las profundidades abisales, la novela cumbre de Melville le sumió en el más oscuro de los pozos del alma humana, del que no volvió a salir en el resto de su vida. La versión cinematográfica de esta novela ha explotado la obsesión de Melville por documentar el hundimiento del Essex, y la evidente influencia que tuvo sobre “Moby Dick”, pero “En el corazón del mar” es uno de esos libros híbridos, cuyo contenido bordea la ficción usando para su confección exclusivamente testimonios reales. El cuaderno de bitácora de uno de los oficiales, las memorias de uno de los grumetes, el libro que dos de los supervivientes publicaron poco después y algunos textos más son las bases de la narración, a la que se une el conocimiento erudito de Philbrick. El barco ballenero Essex partió de Nantucket con 21 marineros. En aquella época, Nantucket era uno de los centros económicos de Norteamérica gracias a la pesca del cachalote, y Philbrick describe morosamente las relaciones de sus habitantes, su composición social y el estatus que otorgaba ser nativo de esta isla. De esos marineros, buena parte eran hijos de Nantucket, unos pocos de poblaciones balleneras cercanas, y un reducido grupo de negros. El pusilánime carácter del capitán le llevó a tomar algunas decisiones erradas al comienzo de la travesía, y sufrieron por ello algunos reveses y contratiempos que minaron la moral de la tripulación. La deserción de un marinero en Sudamérica fue la última de las desgracias justo antes de que su suerte cambiara, y comenzaran a dar muerte a cachalotes de dos en dos. Entonces fue cuando el Essex se encontró con el leviatán: un cachalote macho de unos cuarenta y seis metros de largo, cubierto de cicatrices y, según el relato de los marineros, con una “determinación maligna”. No hay constancia de que ningún cachalote se hubiese mostrado hostil con una embarcación. Embistió repentinamente dos veces contra el gran barco, llevándolo a pique y dejando a los supervivientes flotando en el centro del océano Pacífico. Las islas más orientales de la Polinesia habrían sido el destino lógico al que dirigirse, pero los marineros desconfiaban de ellas, ya que tenían noticia de que los nativos practicaban el canibalismo. Las tres embarcaciones de seis metros de eslora pusieron rumbo hacia América del Sur, y con ese nuevo error del capitán del Essex cayeron en uno de los límites de lo que podemos considerar humanidad, y del que precisamente habían huido: el canibalismo. Philbrick señala varias veces que los negros fueron los primeros marineros en ser devorados por sus compañeros. No pudiendo probar la insinuación, no cuesta nada creer que el Mal, formulado en su peor esencia, se infiltró a través de aquel cachalote en los supervivientes, llegó a los oídos y mente de Melville y de ahí viajó al corazón de uno de los arquetipos de la literatura moderna: Ahab, o el marinero. Artículo publicado en el Diario Información (suscriptores). Web del autor · Reportaje/entrevista de Jacinto Antón Nathaniel Philbrick, “En el corazón del mar”. Editorial Seix Barral, 413 páginas. 19’90 euros  

Kassel no invita a la lógica, de Enrique Vila-Matas

El viajero en la frontera Hace dos años, Enrique Vila-Matas fue invitado a participar en “documenta 13”, una de las exposiciones de arte contemporáneo más importantes del mundo, y que se celebra cada cinco años en la ciudad alemana de Kassel. Vila-Matas sería protagonista de una performance, en la que tenía que sentarse a escribir en la mesa de un restaurante chino, a la vista de los clientes y de los visitantes, además de dar una conferencia en la que estaba previsto que no fuese nadie a escucharla. Pero todo esto puede ser simplemente falso, aunque hay fotografías del escritor protagonizando esta instalación y todo esté documentado en los archivos de la exposición. Todo podría ser mentira porque no hay un autor donde los bordes de realidad y ficción se difuminen tanto como con Vila-Matas. Cuando empezó a publicar sus primeros libros, la crítica fue despiadada con el autor, que tildaba de poco menos que un divertimento narcisista su obra. El verdadero problema era que, como autor, se encontraba solo en el panorama literario español. La autoficción y la exploración de los límites entre los géneros no era algo a lo que los lectores estuvieran acostumbrados. Y hoy, que esas dos tendencias son cultivadas con profusión, se sigue encontrando solo: nadie sabe jugar a esos dos  juegos literarios como él lo hace, y cada dos o tres novelas vuelve a girar la tuerca de ambos para hacer saltar las normas con absoluta naturalidad, haciendo que “autoficción” y “límites literarios” pierdan su sentido por completo. Permítanme trazar una analogía con Lobo Antunes: el autor portugués practica desde que empezó a escribir una autoficción casi destructiva y redentora. Se encuentra atrapado en un laberinto mental del que sólo sabe escapar escribiendo para que sea el lector el que acabe atrapado en él. Vila-Matas parece tejer ese mismo laberinto sobre el lector, pero sobre las bases del humor y la ironía, tomando distancia usando para ello lo íntimo, y consiguiendo con éxito hacer de la continuidad de su obra algo nuevo por descubrir cada vez. “Kassel no invita a la lógica” puede leerse como una larga reflexión sobre el arte contemporáneo, si supiéramos definir qué demonios es el arte contemporáneo, y para ello cuenta paradójicamente con elementos tradicionales de narración: un personaje, que como siempre se parece a Vila-Matas pero no es en absoluto él, encerrado en una unidad de espacio y de tiempo. La peripecia del escritor invitado a una exposición de arte contemporáneo es el gran “mcguffin” que enmascara la realidad: no hay un argumento real en el libro, no hay un punto de partida sólido, como tampoco hay un lugar objetivo al que el narrador quiera llevarnos. Cada uno de sus 70 bloques textuales está organizado en torno a reflexiones exentas, que a su vez se justifican por medio de las frases-cofre, las ideas realmente brillantes, que cada uno tiene. Es una novela que se debe leer con un lápiz en la mano para ir subrayando y destacando las palabras que saltan por encima del resto del texto. El humor enmascara la importancia de las ideas que están operando a lo largo de todo el texto, y como le ocurre al narrador al tomar contacto con dos obras de la documenta 13: una estancia oscura con bailarines y una corriente de aire en una habitación vacía, al leer, el lector se adentra tanteando en la primera hasta recibir el suave roce de la segunda, y queda desvalido, como el viajero caminando justo encima de la línea de una frontera, incapaz de decidir en cuál de los dos territorios está su destino. Crítica publicada en el Diario Información (solo suscriptores) Enrique Vila Matas; Kassel no invita a la lógica. Ed. Seix Barral. 300 páginas. 19’50 euros

Entrevista a Enrique Vila-Matas

Enrique Vila Matas (Barcelona, 1948) es uno de los autores contemporáneos más leídos y traducidos; recientemente, ha recibido el premio Médicis por su novela El mal de Montano, convirtiéndose en el primer autor español que lo consigue, y precisamente en París transcurre su última novela, París no se acaba nunca, que nos sirvió de excusa para esta entrevista   Siempre estoy huyendo hacia delante, en un viaje sin posibilidad de regreso.   En las dos últimas novelas se observa cierta obsesión con el tema de la creación literaria, ofreciéndonos el anverso y el reverso de la misma; ¿esta nueva novela sobre tus años parisinos continúa la tendencia? En Bartleby se hablaba de los escritores que dejaban de escribir; en Montano me fui al otro extremo, al de alguien que lo vive todo en literatura y no puede parar de escribir. Si  Montano lo ha leído todo, y posee una biblioteca enorme, el personaje de París no se acaba nunca es muy joven y  maneja únicamente entre ocho y diez títulos. Es una novela muy autobiográfica y tiene un tono distinto, como un respiro tras las andanzas de Montano, y también es  otro giro más en mi producción. La novela surgió en el Puerto de Santa María, de una invitación que recibí para dar una conferencia sobre la ironía; la idea de escribirla surgió casi por casualidad,  cuento en ella  la historia de la confección en París, a mediados de los años 70, de mi primera novela, La asesina ilustrada. En este nuevo libro, como viene siendo habitual, mezclas ficción con ensayo, particularmente literario, ¿es una forma de reivindicar este género híbrido? He mezclado varios géneros en París no se acaba nunca: está planeada fragmentariamente, como un libro paralelo a París era una fiesta de Hemingway, que es también un libro de recuerdos y está escrito por fragmentos. Cada uno de esos fragmentos tiene el género adecuado a lo que quería contar en él, crónica periodística, el género memorialístico, el ensayo sobre la ironía, el relato breve, etcétera. ¿Qué diferencia hay entre este tipo de novela con tus libros de cuentos, que pueden leerse unitariamente? En El mal de Montano aparecía el cuento, en el nuevo libro también aparece, pero memorializo más, quizá obedece al tipo de libro que quería Hemingway, que se pasó su vida escribiendo cuentos, y después de su muerte se encuentra este libro. El cuento se incorpora dentro, como un género más de los fragmentos. Cada vez es más difícil discernir entre realidad y ficción, porque ficción y realidad están muy unidas Otra constante son las diferentes localizaciones, ¿es el viaje, el salir afuera, una necesidad para la creación literaria, o puede encontrarse todo en el interior? El viaje está por contraste a la vida monótona, lo que me gusta de París no se acaba nunca es que el comienzo y el final son dos viajes que guardo muy nítidamente en la cabeza; si me preguntaras qué hice o dónde estaba en otros años, debería echar mano del diario, estos dos años los tengo memorizados. El viaje se impone siempre en la literatura, ahí está La Odisea, que es quizá el primer libro. Una de las mejores cosas que se han escrito sobre mí es que mi literatura es “un  viaje al fondo de la noche sin regreso”, sin posibilidad de volver nunca a casa. Aquí vuelvo a mi juventud, pero revisitándola sin nostalgia y sin posibilidad de regreso, y así es como ha de ser. Claro que todos mis libros han sido escritos desde aquí [su casa en Barcelona], así que el viaje entra en contradicción con la escritura, en París no se acaba nunca aparece la dicotomía en un momento dado, entre  Rimbaud y  Mallarmé (la aventura o la vida en el domicilio) según avanza la vida, uno acaba saliendo, buscando fuera, y luego dentro, pero todo lo escribe, lo escribo quiero decir, sobre la mesa de trabajo que tengo desde hace 27 años en la Travesía del Mal –¡vaya nombre para mi calle!- de Barcelona. ¿Está Vila-Matas, como sus personajes, enfermo de literatura?  Para quitarme ese cliché de enfermo, he publicado esta nueva obra, y ahora me perseguirá la idea de que estoy volviendo a París. Recientemente estuve en Alemania para presentar la traducción de una anterior novela mía sobre espías, y allí me he sentido perseguido por la idea de que soy un escritor de espías. Siempre es una huida hacia delante, un viaje sin posibilidad de regreso. La escritura puede salvar al hombre hasta en lo imposible ¿Has encontrado respuesta a la obsesiva pregunta de Montano “Y si en el paraíso hubiera otra muerte”? Nadie propone una tercera vida a la existencia o no de Dios; es una forma de salir de esa dualidad entre la existencia o no de lo trascendente, que tan de moda está ahora; en Montano proponía la posibilidad de una literatura futura que hablase de esa tercera vía. La escritura puede salvar al hombre hasta en lo imposible. Con tus últimas novelas, ¿estás tratando de mostrar que ficción y realidad no están tan separadas? Es fundamental que se observe que cada vez es más difícil discernir entre realidad y ficción, porque ficción y realidad están muy unidas; trato de borrar las líneas entre ellas. Con París no se acaba nunca he intentado hacer, salvando las distancias, como Kafka en su diario: por ejemplo, un día registra una entrada donde cuenta un accidente que ve con una bicicleta; años más tarde, escribe el mismo accidente pero en forma de cuento, y aunque hay algunas diferencias, es básicamente lo mismo. Cualquier cosa puede ser materia literaria. ¿Es la literatura intrínseca del ser humano, o una “enfermedad”? Las hojas en que escribimos también son parte de la naturaleza, como lo son las hojas y los troncos de los árboles.  La misma ironía no es algo impostado en el hombre, no es algo añadido, sino algo con lo que nacemos, aunque tardamos en descubrirlo. Por fortuna, el ser humano está ligado intrínsecamente … Leer más