Óscar Mora

La reina de las nieves, Michael Cunningham

Los deseos cumplidos La reina de las nieves; Michael Cunningham. Editorial Lumen, 272 páginas. 21’90 euros. En el lapso de cuatro años cabe toda una vida, o al menos los únicos sucesos relevantes de una vida. Esto es lo que propone Michael Cunningham en su novela, “La reina de las nieves”, que enmarca la narración en la época que va desde la reelección de George Bush Jr. Hasta la elección de Obama. El cuarteto de personajes que protagoniza el libro ha dejado atrás hace años la juventud, y se enfrenta a un presente en el que todos han abandonado y olvidado la realización de sus sueños, atascados en relaciones y situaciones que no tienen la fuerza o la voluntad de afrontar. La exquisita prosa de Cunningham nos muestra tres instantes donde se ha detenido el tiempo, creando varias escenas carentes de desenlace y ahorrándose el trabajo de narrar todo lo que ocurre entre ellas. Ha escogido momentos donde algo va a pasar, pero no se muestra al lector y nunca termina de suceder: la nochevieja, el momento de una mudanza, o el instante siguiente a ser abandonado.   “La reina de las nieves” comienza con un final: Barrett camina por Nueva York justo después de que su novio le haya dejado por SMS. En casa le espera su hermano, un músico fracasado, y la novia de este, enferma terminal de cáncer. Cruzando Central Park, sufre una epifanía en la forma de un destello luminoso que el católico no practicante Barrett toma por una señal. Mientras tanto, la nieve entra mansamente por la ventana del dormitorio de su hermano Tyler, que trata de componer una canción para su boda con la moribunda Beth. Todo en la novela está teñido de una desolación responsable, con el ambiente frío sin urgencias de este trío varado en la cuarentena. La presencia de la nieve y de la intemperie en todas las escenas le da un lirismo de cuento de hadas, en las que Cunningham hace uso de la luz continuamente para envolver cada situación con un halo de melancolía salpicado de urgencias sexuales y ambiciones modestas. Los saltos adelante en el tiempo nos ahorran el pathos de asistir a las subidas y bajadas de los personajes; como decimos, se trata de escenas aisladas donde la obsesiva esperanza de cambio involucra al lector haciéndole desear que algo, algo real, suceda. Esto nos pone delante de las distintas maneras de enfrentarse a la mortalidad, y de cómo nuestras decisiones sobre este asunto afectan de forma concéntrica a todos los que nos rodean, incluso si intentamos que se trate de un asunto interior y personal. También es una novela sobre el poder del mito, sobre la inevitable recurrencia de la tragedia clásica en cada uno de nosotros, y la inevitabilidad del destino. Pese a todo, no es una novela triste, cargada de un lirismo que ya leímos en “Las horas”, y que no representa la soledad como una maldición, sino como un estado casi inevitable donde lo que se condena es el anhelo falso de felicidad a través de los deseos. De la propia novela: “hay una ley física de los mitos que exige que los deseos concedidos tengan resultados trágicos”, lo cual no es tan terrible, si se para uno a pensar que los resultados trágicos, por más que la existencia ya duela de por sí, son también parte de la vida.

Número cero, de Umberto Eco

Cada nuevo texto de Umberto Eco es siempre un acontecimiento literario. Desde que hiciera su deslumbrante debut hace más de treinta años con “El nombre de la rosa”, que vino a darle lustre al género de la novela histórica, ninguno de sus libros ha pasado desapercibido. El italiano tiene un don reservado a los grandes narradores: convertir cada texto, no importa el género, en algo realmente nuevo, aunque para ello no utilice fórmulas extravagantes ni recurra a artificios literarios. En este caso, ha puesto su curiosidad inabarcable al servicio del periodismo, como excusa para repasar la historia política y de la comunicación italiana de las últimas décadas. El motor de la novela se resume en una demoledora frase “No son las noticias las que hacen el periódico sino el periódico el que hace las noticias”. La frase es de Simei, el director de un diario nonato, que se encuentra en los meses previos a su aparición. En la sombra, hay un empresario que desea que se lance esta nueva cabecera, al menos en potencia o de manera hipotética, con varios “números cero” que sirvan para ejercer presión en las altas esferas políticas y económicas. Debería ser un texto prescrito en las facultades de Ciencias de la Información por su análisis del periodismo El protagonismo, o mejor dicho la voz narrativa, recae en Colonna, un cincuentón que siempre ha estado en el bando perdedor de la vida y que ahora, sin perspectivas de futuro, divorciado y desdeñado, ve la gran oportunidad de su vida al ser nombrado redactor jefe de este diario ficticio. “Número cero” debería ser un texto prescrito en las facultades de Ciencias de la Información: alrededor de Colonna, Eco sitúa a un ramillete de personajes y periodistas que viene a representar todas las luces y sombras de esa profesión. Ambientada en el año 1992, antes de la zozobra que ha sumergido a la prensa escrita en su crisis más profunda, los diálogos entre estos personajes y las relaciones que tejen entre sí son una clase magistral de estilo, a través de la ficción de la grandeza y miserias de la profesión periodística. Este punto de partida le sirve al autor para ajustar cuentas con el pasado reciente italiano. Mussolini, los secretos del Vaticano o la ocultación de información sensible por parte de los sucesivos jefes de estado transalpinos son algunos de los temas en los que hurga este periódico en la sombra. Umberto Eco ajusta cuentas con el pasado reciente italiano, especialmente con Mussolini La tercera pata que sostiene la trama es el devenir personal de Colonna. Se trata de un documentalista trasnochado, que viene de un mundo en desaparición y cuya vida se encuentra en ruinas. La aparición del amor, o de un sucedáneo muy similar, trastoca sus planes de un retiro dorado, le hace sufrir un giro copernicano y tomar las riendas de su vida en una dirección que nunca habría sospechado. Amor después de los cincuenta, crisis del periodismo y cuestionamiento de las bases históricas recientes son temas más que suficientes para hacer de “Número cero” una de las novelas del año. Al leerla, es imposible no realizar el ejercicio de imaginar cómo sería la versión española, cómo sería recibido un libro que desentrañase nuestro mundo periodístico, sacase a la luz la miseria moral de nuestro dictador y tocase un tema que raya con el tabú, como es el amor y el sexo pasada la mediana edad. Los directores de las principales cabeceras españolas deberían leer este libro con atención, tomar nota, y llevarnos a un lugar mejor, ahora que están en el umbral de su hundimiento, y el valor de la palabra impresa está tan devaluado. Umberto Eco, “Número Cero”. Editorial Lumen, 218 páginas. 20’90 euros

Dos libros de Leonard Cohen

La poesía viene de un lugar que nadie controla Cohen, Leonard; El libro del anhelo. Editorial Lumen Cohen Leonard; El juego favorito. Editorial Edhasa   Es más que pertinente traer aquí dos libros de Leonard Cohen: después de treinta ediciones, el jurado del premio Príncipe de Asturias decidió conceder este año, por primera vez en el apartado de “Letras”, su galardón a un cantante. Al igual que cuando Bob Dylan ha estado nominado (y en algún caso, favorito en las apuestas) para el Nobel de literatura, Cohen recibe, obviamente, este premio por las letras de sus canciones no por su música, sino por su producción literaria, que ahora se ve felizmente reeditada al calor del premio. También es oportuno empezar por la parte más insólita: la narrativa, a través de una novela que Cohen escribió hace casi cincuenta años y que ahora reaparece en Edhasa, “El juego favorito”, donde un alter ego adolescente del autor pasea por las calles de Montreal descubriendo el mundo y perdiéndose a sí mismo en el camino. A pesar de haber sido publicada en 1963, cuando Cohen no había alcanzado la treintena, no se trata de un autor buscando una voz propia, sino lo que está buscando es la forma que esa voz ha de tener ante los demás: en ese año ya había publicado dos libros de versos, pero ningún disco. Como señaló en su discurso de recepción del Príncipe de Asturias, no fue hasta después de leer a Lorca cuando encontró exactamente lo que quería decir. Permítanme citar ese discurso, justo cuando habla del poeta granadino y de lo que aprendió: <<Nunca debemos lamentar. Y si queremos expresar la derrota que nos ataca a todos, tiene que ser en los confines estrictos de la dignidad y de la belleza>>. Si hay algún profesor de secundaria leyéndome ahora, por favor: dé a sus alumnos en clase el texto completo del discurso. Les enseñará en apenas siete párrafos qué es realmente la poesía.  Volviendo a la novela, es, como puede preverse, una novela de iniciación donde aparecerán prefigurados los temas que han acompañado la discografía y poesía del autor: la soledad radical, el deseo, el impulso sexual, la derrota… mediante auténticos puzles de palabras e ideas, que tratan de introducirnos en la mente del autor. El volumen de poemas, “El libro del anhelo”, contiene unas doscientas poesías y otros tantos dibujos, y tienen el interés de que, aun dentro de la poética de Cohen, muchos de ellos fueron escritos durante el tiempo que el autor se hizo ordenar monje budista, y vivió en el monasterio de Mount Baldy con el sobrenombre de “El silencioso”. Como señaló él mismo al recoger el galardón, <<la poesía viene de un lugar que nadie controla>>, y las composiciones fechadas en esa “época zen” parecen venir de un lugar especialmente oscuro, donde ha estado jugando con una mirada más sencilla sobre las cosas y la inevitable burla hacia sí mismo. También hay numerosos poemas que no corresponden a su retiro, pero sí a una de sus peores épocas: en esos años, su representante aprovechó para robarle todo el dinero que Cohen había ahorrado, lo que obligó al cantante a volver a los escenarios en una agotadora gira mundial que le hizo desmayarse durante su concierto de Valencia.  Fue el colofón a una representación del antihéroe, la materialización del personaje que quizá el propio artista no pueda separar de sí mismo, que tanto atrae a sus fans en todo el mundo, y que quizá queda brevemente reflejado en una de las frases del libro: “Yo soy vuestra niebla. Pero no tengáis miedo”. Reseña aparecida en el Diario Información