Luci Romero (Cabra, 1980) es la autora de los poemarios ”Autovía del este” y “El diluvio”, y coeditora de “Flechas de Atalanta”. En 2010 recibió el premio Voz+Joven de La Casa Encendida. En su último libro, “Western” (Editorial Delirio), reivindica la lectura poética del género de películas del oeste, usando títulos clásicos para actualizar el mito del héroe trágico y otros temas recurrentes como la frontera itinerante, el duelo o la propia historia de la construcción de Estados Unidos. Hace tres años, abrió Bartleby, una librería independiente en el barrio de Ruzafa, desde la que contesta a nuestras preguntas.
Luci Romero; Western. Editorial Delirio, 66 páginas, 7€
Los Western tienen una carga poética muy grande
Acaba de publicar un libro de poesía cuyo “leitmotiv” son las películas del oeste, ¿no están los western pasados de moda?
No creo que los western estén pasados de moda. Hubo un antes y un después cuando Clint Eastwood rodó “Sin perdón”, que actualizó el género. De un tiempo a esta parte, están apareciendo western muy interesantes como por ejemplo, y es muy reciente, Bone Tomahawk, donde se mezcla cine del oeste y canibalismo, o una de mis western favoritos de los últimos tiempos, The proposition. No creo que se haya quedado como tal en el pasado, sino que sigue cargando con la losa de la etiqueta de “cine para hombres.
¿Cuál es el valor poético de los “western”?
Muchísimo, se tratan temas como el de la frontera en tanto que algo no tangible, el duelo, el mito, el héroe trágico, el hombre contra la naturaleza salvaje, o la propia historia de los Estados Unidos. Los western tienen una carga poética muy grande, abordan grandes temas universales con cierto lirismo que no he encontrado en otros géneros. Me interesaba la figura de la mujer, porque casi siempre en los western, la parte más épica estaba en manos de los hombres; sin embargo, he rescatado en estos poemas un par de diálogos femeninos que son demoledores. A mí lo que me interesaba era tratar algunos de los temas clásicos del western, como la naturaleza salvaje, el desacuerdo, cómo se establecen fronteras… y llevármelos al terreno poético.
¿Es “Western” una reivindicación de la frontera, de la frontera física y de la frontera interior?
En parte sí, aunque no era mi principal objetivo. Cuando de pequeña veía las películas del oeste, para mí eran como una epopeya. El vaquero solitario atravesando la llanura y llegando a un pueblo desconocido es el mito del héroe trágico, al fin y al cabo. He querido perfilarlo desde ciertos procesos históricos, viendo cómo se han ido configurando esas fronteras, tanto físicas como históricas. Las fronteras pueden ser también imaginarias, mentales; son un estado transitorio. El western refleja un proceso de itinerancia, lo que representa un proceso de frontera histórica que se convierte en frontera física. A mí me ha interesado siempre el mito que hay en el western, la manera en que se trata la muerte, la ausencia de leyes… por ejemplo, hay una película magistral en ese sentido, “El juez de la horca”, donde Paul Newman tiene varios diálogos que te hablan de la ausencia de la ley absolutamente demoledores.
Resulta complicado, pero no imposible, hacer nuevos lectores de poesía
Entonces, ¿qué parte de lo que no se ve en las películas pretendía mostrar?
No trato ningún tema que no esté ya visto. Refleja la naturaleza humana, y en mi caso, como me fascina el western, me lo he llevado a un terreno en el que creo que no se había tratado, el de la poesía. Algunos lectores me han dicho que, al leer este libro, les ha llevado al terreno y los paisajes típicos del género. No sé si al lector le han de gustar las películas del oeste previamente a leer el libro, todavía no he tenido suficiente retorno de los lectores.
Este poemario tiene un lenguaje muy narrativo, pero a la vez está muy destilado, hay una búsqueda de lo esencial y de hacer que brille un cierto ritmo y una cierta adjetivación entre lo árido y lo onírico.
En este caso sí, mi idea era dejar el texto muy limpio, muy desbrozado. No pretendía narrar una historia, ni siquiera en los fragmentos que hay de prosa poética. En la parte lírica necesitaba que el vocabulario, tanto la adjetivación como los sustantivos, estuviesen relacionados de manera muy férrea con el tema. Sé que el resultado podría resultar redundante, pero eso es lo que quería: ubicar al lector en el espacio mítico del western. Trato de jugar con dos realidades: la propia de las películas, y la historia que hay detrás de ellas. Hay ciertas películas que muestran periodos muy concretos de la historia de Estados Unidos. En otros casos, se trata simplemente de una historia en donde hay un bueno, un malo, hay muerte, hay venganza, hay un héroe que muchas veces puede ser el forajido, como en una de mis favoritas “Cielo amarillo”, de Gregory Peck. Durante la revisión limpié mucho los poemas, en muchos casos quité versos enteros para tratar de conseguir ese efecto del que te hablo.
Sin embargo, el libro tiene dos momentos que rompen a propósito la ambientación.
Hay dos momentos en los que intento sacar al lector de la ambientación, efectivamente: en el poema que da nombre al libro, lo hago hablando del decorado de las películas. Y al final, reflejo algo que me ocurrió en Tabernas, en uno de esos decorados que quedan de las películas del oeste que se rodaban allí. Quise entrar a uno de ellos para hacer unas fotos, pero no me dejaron, con el argumento de “El espectáculo ha terminado”, lo cual me pareció la mejor manera de cerrar el libro. De alguna manera, resume mi intención de aunar por un lado la sustancia histórica que sustenta el western, y por otro la poética y la narrativa del género. Como decía Fernández Santos, el crítico, el cine del oeste es un poema de la exploración. Creo que es la mejor manera de resumir lo que he pretendido hacer.
Usted es de Cabra, Córdoba. ¿Hay algo de esos paisajes en el libro?
Además de las muchas películas que he revisado para hacer el libro, está Tabernas, en Almería. Llegué además en temporada baja, por lo que vi todos los decorados y lo que se construyó para las películas, en una decadencia redundante. Y también hay un sitio que me fascina, las Bárdenas Reales en Navarra. Cuando entré con el coche, pensé que estaba entrando en el Valle de la Muerte, y estoy tan fascinada con el espacio, que lo estoy usando para otra cosa que estoy escribiendo ahora, esta vez en narrativa.
¿Cómo se llega desde estudiar Historia del Arte en Córdoba a abrir una librería independiente en Valencia?
La verdad es que no hay una historia demasiado interesante detrás. Me vine a estudiar, y trabajé en muchas cosas diferentes, para fundaciones, en la parte de librería de unos grandes almacenes, haciendo actividades educativas para niños… y la verdad es que siempre había querido montar una librería. Cuando me quedé sin trabajo, conocí a mi socio, que es un apasionado del cómic, nos decidimos a abrir Bartleby, y ya llevamos tres años.
¿Qué tiene más riesgo, dedicarse a escribir poesía o abrir una librería de fondo, con la que está cayendo?
Pues yo creo que las dos cosas. En España, la poesía es el género menos leído, pero abrir la librería en plena crisis también fue un poco una locura. Además, en cuanto abrimos nos pusieron unas obras en la puerta. Estuvimos seis meses que solo se podía entrar a través de un andamio, pero ya ves, sobrevivimos. Yo estoy empeñada en vender poesía. Hoy en día, una de las principales labores del librero es ser prescriptor, y yo intento hacer lectores nuevos, aunque en el caso de la poesía resulta, a veces, complicado, pero no imposible.