Los infinitos, de John Banville
Un Anfitrión irlandés John Banville, Los infinitos. Editorial Anagrama. 296 páginas, 19’90 euros. Esta es una novela que transcurre en un solo lugar, en un único día y donde casi todo lo que ocurre es a través del diálogo de sus personajes o a través de monólogos internos. Atendiendo a esta unidad de lugar, tiempo y acción, podríamos pensar que esta novela tiene vocación de obra de teatro. John Banville ha utilizado como inspiración la obra clásica “Anfitrión”, de Plauto, y se la ha llevado a una casa campestre en un punto indeterminado de Irlanda. El narrador en el arranque de la novela, y en gran parte de ella, es el propio Mercurio, mensajero de los dioses. Revolotea en los alrededores de la casa para hacernos notar un suceso: Adam y su esposa Helen (como se puede notar, los nombres de los personajes también son significativos) vuelven a casa de éste para asistir a la muerte de Adam padre, postrado en cama y desahuciado. La premisa es que el paganismo ha sido erradicado de nuestras creencias, pero no de la realidad, y el propio Júpiter se entrometerá en el transcurso del día que ocupa el libro. Los dioses toman distancia de los humanos, se ríen de sus anhelos y se extrañan del deseo de inmortalidad, que para ellos es un castigo. En un par de ocasiones, se personifican, Mercurio para turbar a la criada –una aristócrata venida a menos-, y Júpiter por su consabido apetito sexual, reproduciendo con Helen y Adam el episodio de Anfitrión. Banville representa el cosmos en esa familia que se completa con la hermana de Adam, deficiente mental, su novio y la segunda esposa de Adam padre, más un enigmático personaje que presentaremos más adelante. Adam padre, postrado en una cama en estado comatoso, es el otro narrador. A través de su intensa actividad mental observará a los habitantes de la casa, y reproducirá los momentos de su vida que le han llevado ahí. Como un contemporáneo Xavier de Maistre, ahorrándose los minuciosos detalles descriptivos, desvelará mediante impotencia de su estado las mentiras a las que hemos asistido entre los habitantes de la villa. Como no hay Eros sin Tánatos, aparecerá de repente el personaje más ambiguo la historia: Benny, un antiguo amigo del patriarca, que oscilará entre los dioses y los mortales cumpliendo el papel de Tiresias. Educado y juguetón, como un diablo del sexto círculo, vendrá a turbar la relativa calma con la que todos están esperando la muerte de Adam, sacará a la luz otro juego literario: Helen está a punto de estrenar “Anfitrión”, en la que hace el papel de Alcmena, y sobre todo removerá los recuerdos de Adam padre, compañero de correrías de juventud. El riesgo y el acierto de “Los infinitos” es escoger a un dios de la mitología griega como narrador: desde su distancia, los actos humanos más trascendentes, estúpidos o extravagantes cobran una pátina de distanciamiento que, pese a lo que pueda parecer, no los hace resultar vulgares. La narración desde una entidad superior, inmutable y eterna relativiza las pasiones humanas, pero se ve contrarrestada por la envidia que los dioses tienen ante la posibilidad de los humanos sentir amor, y de que cualquier suceso pueda ser importante. Aburridos, los dioses se retiran con la llegada de la mañana, la tranquilidad regresa a la tierra. Artículo publicado en el Diario Información Ficha de Los infinitos en Goodreads