En las bodas, en Nochevieja, en las fiestas de los pueblos… En las celebraciones yo siempre me fijo en el que no está contento de verdad. Siempre hay uno. Por pequeña que sea la fiesta, siempre hay alguien que no querría o no debería estar ahí. Y yo siempre me acerco a esas personas para saber qué ocurre, por puro egoísmo de saciar mi curiosidad, no tengo ninguna vocación filantrópica.
¿Qué pasa por la cabeza del que está triste mientras todos los demás están alegres? El que mueve mecánicamente el puño en un concierto para que no se le note, la que gritó más fuerte que nadie ‘Guapa’ a la novia para no desentonar, el que fingió el gol de Iniesta.
Lo he hecho tantas veces, que he perdido la cuenta. Pero recuerdo, claro, la primera vez. En mi comunión, desde la mesa donde estaba con mis padres y hermanos, vi a un señor evitando tan obviamente que se le notara la tristeza, que acababa siendo clamorosa. No sabía quién era. Tenía calva incipiente y un bigotillo tipo Saza, ¿sabes cómo te digo? Iba de gris. En los 80, las comuniones se celebraban como si fuera una boda; además, no era opcional, había que hacer un convite a lo grande, no sé si sigue siendo haciéndose así.
Uno de los momentos álgidos era cuando el comulgante pasaba por las mesas con una cesta y la gente ponía dinero. Esto tampoco sé si se sigue haciendo, pero es un poco siniestro. Cuando llegué al Saza de pega, se mostró efusivo, hay que ver cómo has crecido, ya eres casi un hombre, puso tres billetes de diez mil pesetas, esos en los que salía la cara del príncipe Felipe, ¿te acuerdas de cómo eran? Por un lado el emérito, que entonces no era emérito, y por otro el príncipe de adolescente, pero sin granos ni nada de lo que acompaña a esa edad. Bueno, me estoy desviando: el Saza de pega. Ya no lo volví a ver, y luego me enteré de que había hecho la mili en San Javier con mi padre. Murió de cáncer tres meses después de mi comunión.
Creo que nunca le he hablado a nadie de Manolito Rincón, el primer hijo de divorciados que conocí. Me parece que solo me contó a mí que sus padres se habían divorciado. Llegó al cole en septiembre, y se mudó después de Navidades. Justo en la función de Navidad él era árbol y yo pastor. Es difícil ver que alguien está haciendo de árbol triste, pero créeme, yo ya tenía ojo para eso.
Fue en 6°, el mejor año de colegio.
Después de la representación nos invitaban en la única pizzería del pueblo, pero Manolito seguía dentro del papel de árbol triste. Fue ahí donde me contó lo de sus padres. Pero no estaba mal por eso, supe la verdad después. Estaba triste porque la que hacía de virgen María, que ahora ya no sé ni quién era, no le hacía ni caso.
El otro día apareció ahorcado en su casa. No tiene nada que ver, pero me enteré porque me lo dijo un amigo de esa época que va conmigo a pádel.
En pádel es más fácil encontrar al que siempre está triste, pero eso ya queda para otro rato.
En un botellón en la playa, y te juro que esta es la última que te cuento, el triste me detectó a mí.
No es que yo fuese el triste, es que ella se dio cuenta de que yo me había dado cuenta de que ella era el triste.
Teníamos 23, lo recuerdo con exactitud, aunque no te puedo explicar ahora por qué. Ella era de fuera y veraneaba al lado de nuestro pueblo. Nuestro pueblo no tiene playa, pero el de al lado sí.
Bueno, el caso es que se me acercó, que si me iba con ella a fumar un porro, Pues claro, Vamos, Vamos.
A mitad de camino le dio por mear entre un coche y un contenedor, Tápame, Óscar, y yo allí tapando. Oía el chorro, me llegaba el olor a pis caliente, la escuchaba a mi espalda hablándome con la voz un poco cascada.
En mitad del monólogo me dijo que todos los del botellón eran subnormales, pero que no tenía amigos y nunca los había tenido, así que a lo mejor ella también era un poco subnormal. Cuando terminó hizo como si nada. Me dijo que si nos enrollábamos, nos enrollamos.
El porro no nos lo fumamos.
La encontré en Facebook hace años, trabaja en el bar de su padre en verano y viaja por todo el mundo el resto del año, parece feliz.
Pero quién sabe.
Te cuento todo esto porque estoy en Valencia, estamos en Fallas, son las once de la noche, es la nit de la cremà y estoy paseando por avenidas gigantes que ahora son peatonales, y no logro encontrar al que está triste entre tanta euforia. Supongo que es porque hoy me toca a mí.
Todo el mundo parece contento hoy, es una cosa notabilísima.
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Nota: este texto es, originalmente, un hilo de Twitter. Cuando pasó las 700 000 visualizaciones me dio vergüenza verlo con los muchos errores de digitación que tenía.