Óscar Mora

¿Cómo haremos para desaparecer?

¿Cómo haremos para desaparecer? A mediados de diciembre de 1926, Arthur Conan Doyle aparece en casa de una de sus médiums de confianza. Está agitado y tiene prisa. Cuando la mujer le atiende, el creador de Sherlock Holmes, que cree fervientemente en el más allá, el poder de las fuerzas telúricas y la comunicación con los muertos, le da un guante y le pide que localice lo antes posible a la dueña del mismo. ¿De quién se trata?, le pregunta. Pertenece a mi amiga, la escritora Agatha Christie. La médium sabe perfectamente quién es y que ha desaparecido, toda Inglaterra lo sabe, no hay rincón del país donde no se conozca la noticia de que Agatha se ha marchado sin dejar rastro ni avisar a nadie. Llevo tiempo documentándome profusamente sobre dónde y cómo desaparecer. Esfumarme, quitarme de en medio, desvanecerme dejando una huella lo más tenue posible. Si algún día lo hago (el día que lo haga) sin duda trataré de encontrarme en la reunión secreta que celebran todos los escritores que alguna vez han conseguido el anhelo que Enrique Vila-Matas repite obsesivamente en la que quizá sea su mejor novela, «El mal de Montano»: ¿Cómo haremos para desaparecer? Un escritor es alguien que mira el mundo, que trata de poner sobre él una mirada diferente, y que después intenta escribir lo que ha visto ─en la mayoría de los casos se fracasa en este intento, y de eso va la literatura─, así que no es de extrañar que ese afán de aprehensión acabe haciendo que muchos aborrezcan el mundo, no quieran saber nada de él y traten de dejarlo de lado. ¿Fue eso lo que le ocurrió a Agatha Christie? ¿Fue dirigida a un limbo donde conoció a todos los autores que han hecho un beatus ille radical? Quizá salió espantada de la reunión, donde sería casi la única mujer, y por eso regresó con nosotros. En la puerta de ese selecto club la habría recibido el primero de todos, Lao-Tse. El filósofo oriental, una vez que llegó a la vejez, se hartó de la corrupción del mundo, se montó en un buey y se alejó por las montañas hacia el país de los bárbaros. Nunca más se le vio ni se supo de él, y a los guardias de la frontera les dejó el «Tao Te King», un libro que sirvió para fundar una religión. En 1885, Ambrose Bierce escribió: «Existen diversas clases de muerte. En algunas, el cuerpo perdura, en otras se desvanece por completo con el espíritu (…) decimos que el hombre se ha perdido para siempre o que ha partido para un largo viaje, lo que es de hecho verdad» en Un habitante de Carcosa. En 1913, Bierce cruzó la frontera para acompañar a las tropas de Pancho Villa en la Revolución mexicana. Sus biógrafos apuntan a que en esa época estaba decidido a suicidarse, como atestiguan las cartas a familiares y allegados antes de realizar el viaje en las que se despedía de ellos, dejando entrever que no regresaría. Según los testimonios de la época, Bierce murió en doce lugares diferentes, pero la realidad es que no hay una tumba donde llorarle o leer su epitafio (Epitafio, s. Inscripción que, en una tumba, demuestra que las virtudes adquiridas por la muerte tienen un efecto retroactivo, Diccionario del diablo). Solo cinco años después, en 1918, se encontraba en México el poeta Arthur Cravan, sobrino de Oscar Wilde. Poeta, boxeador, apátrida, cantante, duelista, falsificador… Está recién casado, y quizá a punto de abandonar la vida nómada, ya que espera un hijo. Su recién estrenada esposa viaja a Buenos Aires, e inesperadamente Arthur decide seguirla unos días después. Nunca más se supo de él, y no hay constancia ─aunque sí sospecha─ de que el barco hubiese naufragado. Después de estos tres encuentros, puede que Christie viese en la reunión de los desaparecidos a un hombre que fue libre, esclavo y libre de nuevo. Un jovencísimo Solomon Nuthorp acudió a una entrevista de trabajo, pero sus supuestos empleadores le drogaron y vendieron como esclavo. Consiguió su libertad doce años después, y fruto de su experiencia es el libro Doce años de esclavitud. Pleiteó largamente para ser resarcido, pero las leyes impedían testificar a los negros, y sus captores salieron impunes. Cuatro años después, tras dar una charla en Canadá, simplemente se esfumó. Hay quien dice que fue raptado nuevamente y vuelto a ser esclavizado, y quizá esta historia habría conmovido a Agatha, que volvería sus ojos al siguiente desaparecido, y quizá el más famoso de ellos: aunque parece que el misterio ya está resuelto, el autor del libro más traducido del mundo sobrevolaba ─pese a no tener ya edad para hacerlo─ el sur de Francia en su  Lockheed Lightning P-38 la mañana del 31 de julio de 1944. Nunca regresó a su base, y así es como Antoine de Saint-Exupéry se quedó sin una tumba sobre la que ser llorado. Parece cierta la teoría que dice que se desvió de su ruta y descendió de 10 000 a 2000 metros para poder sobrevolar el castillo de  Saint-Maurice-de-Rémens, lugar en el que pasó la infancia y donde era un blanco vulnerable para los aviones alemanes. Podríamos decir que al Saint-Exupéry adulto lo mató el Saint-Exupéry niño. Al fondo de la sala, quizá Christie encontró charlando a dos jóvenes escritores. Por un lado, el autor armenio Khachatour Abovian: la primera persona que ascendió al monte Ararat, acompañando al investigador alemán Friedrich Parrot. Abovian fue el primer escritor en usar la lengua de su pueblo para escribir novelas y darle prestigio. Con 39 años, dos hijos y un notorio deseo de modernizar su país, salió a dar un paseo por la mañana y nunca más se supo de él. Puede que en esta reunión de desaparecidos la persona con la que estaba conversando fuera el argentino Alejandro Carrascosa, de 21 años. Este poeta, miembro del movimiento ultraísta y amigo de Jorge Luis Borges, estaba obsesionado por demostrar la existencia … Leer más

El libro del verano, Tove Jansson

Fragmentos de un verano infinito El libro del verano, Tove Jansson. Editorial Minúscula. Traducción de Carmen Montes Cano. 184 páginas, 17’50 € Nunca fuimos tan felices como cuando no sabíamos que lo estábamos siendo. La amargura, la pena o la frustración no necesitan afirmarse ni explicarse, sino que son sentimientos completos, redondos. Uno sabe que es plenamente desgraciado e intenta por todos los medios dejar ese estado, o se abandona absolutamente a él, consciente de estar invadido por la pena. ¿Cuál es la escena más memorable de Shakespeare? El monólogo de Hamlet a la calavera de Yorick. ¿Qué aventura del Quijote se repite en las antologías escolares? La de un hombre alucinado lanzado al galope hasta que se choca contra un molino. ¿Qué páginas de Saramago son las que mejor han perdurado? Las de los infames sucesos del Ensayo sobre la ceguera. Valen estos ejemplos que no pretenden ser exhaustivos, pero podemos comprender mejor la tristeza y la fatalidad porque la felicidad nunca es completa: cuando somos conscientes de haberla alcanzado, inmediatamente después nos asalta el temor a perderla, o la certeza de que es pasajera. La dibujante y escritora Tove Jansson no alcanzó esa felicidad plena hasta que no consiguió apartarse parcialmente del mundo, e irse a pasar largas temporadas junto con su pareja, la también artista Tuulikki Pietilä, a la diminuta y rocosa isla de Klovharu. Desde 1964 hasta la década de los 90, Tove y Tuulikki recuperaban en los improbables veranos finlandeses esa felicidad original y pura que emana casi siempre de algún lugar de la infancia. De esa época nace El libro del verano, publicado originalmente en 1972 y editado ahora por Angle Editorial con traducción de Montserrat Vallvé. Son veintidós escenas que se abren con una niña ayudando a su abuela a encontrar la dentadura postiza caída entre unas peonías, y acaban confundiendo el sonido de un barco con los latidos del corazón de la niña. Pero no es un lugar idílico, «¿Tú cuándo te vas a morir?», pregunta la niña en el primero de los textos, «Pronto. Pero eso no es asunto tuyo», le contesta la abuela. La isla donde pasan los veranos abuela y nieta no es un lugar feliz, ni tiene por qué serlo; es un viaje lento y ramificado hacia el descubrimiento no de qué es la vida y la felicidad, ni qué no es: una carrera jalonando objetivos hasta llegar a la siguiente etapa. Estamos aquí, estamos ahora, quizá podríamos quedarnos un poco más, pero no sabemos lo que vamos a hacer. En general, nadie lo sabe, y la elección de estos dos personajes, una niña que está descubriendo el mundo y una anciana traviesa que se debate entre conservar y despreciar sus recuerdos, es perfecta para llevarnos de la mano a un lugar tan sólido como imaginario donde los milagros más corrientes pueden ocurrir. A veces las personas son como son y, por ejemplo, quieren un gatito en junio y que le ahoguen al dichoso gatito a primeros de septiembre. Todo se arregla. Pero otras veces la gente tiene un sueño y quiere algo que conservar mucho tiempo. El fragmento es del capítulo «Solsticio de verano», y resulta curioso leer unas frases tan crueles en la pluma de una de las autoras infantiles más conocidas y queridas del mundo. Pero no hay que olvidar que Tove Jansson creó a sus criaturas más famosas, los Moomins, en los inicios de la Segunda Guerra Mundial como manera de evadirse y enfrentar el horror que tenía a su alrededor. Hija de un escultor y de una diseñadora gráfica, en su casa familiar siempre se alentó a sus hijos a que buscaran y desarrollaran sus talentos, pero Tove lo tenía claro y ya de adolescente anotó en su diario «Quiero ser una salvaje, no una artista». A pesar de ello, se fue a París con veinte años a estudiar en las Escuela de Bellas Artes; escuela que abandonó a las dos semanas para cumplir su profecía de ser una artista, sí, pero salvaje. Se refugió en los peludos trolls porque «cuando me sentía deprimida o asustada por los bombardeos (…) accedía a un mundo increíble donde todo eran natural, benigno —y posible». Después de siete años y diez mil dibujos, abandonó el mundo de los Moomins para no volver nunca más a él. Volviendo a El libro del verano, es difícil describir con precisión sus virtudes sin aludir a que la prosa es muy liviana, muy sencilla, con esa falsa sencillez que tienen los textos certeros. Nieta y abuela hablan de temas como la muerte, la existencia de Dios o el amor sin buscar un relato edulcorado ni caer en una crudeza cruel, destilando de una manera franca un verano que parece que no va a acabar nunca y en el que cabe desde la aventura de reconstruir Venecia en un pantano hasta el entierro de un pato marino, pasando por pedir a Dios que provoque una tormenta devastadora para «que pase algo (…) porque me muero de aburrimiento». La autora se desdobla en los dos personajes, y el lector a veces puede ver a veces a la niña que está creciendo y atisba que la felicidad de ese verano primordial y último en su plenitud no va a durar siempre; y otras a la mujer madura que quiere seguir jugando, pero para la que el juego de la vida ha perdido un poco de atractivo porque ya conoce las normas que lo rigen. Dichosa niña, pensó la abuela, qué demonio de niña. Pero claro, es lo que pasa cuando los que han alcanzado la edad justa le prohíben a uno todo lo que es divertido, dice la abuela en una excursión donde ella se olvida de fumar a escondidas, y la niña la ayuda a que trasgredan una de las prohibiciones de su padre. No es posible volver al verano de nuestras vidas, como tampoco es posible ser conscientes en ese momento de que está pasándonos algo que nos cambiará y … Leer más

La guardia, de Nikos Kavadías

Un poeta radiotelegrafista Nikos Kavadías; La guardia. Editorial Trota Libros, 264 páginas; papel 21’95 €, ebook 9’99 € Todo comienza en el mar. Los cimientos de nuestra civilización se asientan sobre los viajes marítimos más o menos azarosos de un puñado de griegos que abandonaron sus numerosos archipiélagos para visitar el resto del Mediterráneo y poder volver a casa a contar el relato de sus aventuras. Lejos de la narrativa épica, luminosa, de los mitos, los griegos se hicieron dueños de todos los mares durante siglos a fuerza de necesidad, aceptando el destino acuático al que les obligaba una tierra demasiado escasa y demasiado poco fértil. Nikos Kavadías no fue ajeno a este destino viajero de los helenos, ya que él mismo nació lejos de Grecia, en Manchuria, lugar en el que sus padres, comerciantes y de familia de armadores, se habían asentado siendo proveedores del ejército del Zar. La familia regresa a Grecia en 1914, aunque el padre de Nikos sigue viajando a Rusia, con el resultado de que fue encarcelado durante la Revolución de Octubre. Cuatro años más tarde volvió a El Pireo, y esos fueron los años más estables para el escritor griego. Comenzó a publicar poemas bajo pseudónimo, y creía haber evitado la vida nómada de sus padres cuando se examinó para entrar en la facultad de Medicina. Ese año muere su padre, y Nikos se ve obligado a trabajar en una oficina naval. Sin dejar de escribir y publicar, sus viajes empezaron a contaminar su escritura y a modificar su mirada poética sobre el mundo. Cuando sus poemarios empiezan a tener aceptación y buenas críticas, estalla la Segunda Guerra Mundial. Kavadías, que era radiotelegrafista, combate en el frente de Albania y se une a la resistencia en la Atenas ocupada. Kavadías se limitó a levantar acta de todas las cosas que vio y los personajes que conoció en sus años de navegación. Todo comienza en el mar y, como lo calificó la crítica alemana, «La guardia» es un viaje al final del mar. Después de la guerra, no dejó de viajar hasta el año 1975, en el que la muerte le sorprendió preparando un nuevo poemario. Nos dejó una obra poética poco extensa pero muy popular en su país natal, algunos relatos, y una única novela: «La guardia», que aparece editada gracias a la colaboración entre Trota Libros y Club Editor, que la han publicado, respectivamente, en castellano y catalán. La primera de las tres partes en que está dividida «La guardia» nos presenta los diálogos entre los marineros del Pytheas mientras hacen el turno de vigilancia de madrugada. Se trata de una colección de anécdotas e historias que se van hilando y salpicando con la relación de esos marinos que están surcando el sureste asiático. El testimonio directo es descarnado y nos pone delante de una colección de códigos, aventuras poco edificantes y miserias protagonizadas por marineros mercenarios que ya se habían encontrado en otros buques. Kavadías dijo en vida que no podría publicar su autobiografía, porque le matarían, y es fácil de entender si creemos que los episodios de esta primera parte, con prostitutas, contrabando, adulterios… están basados en su experiencia personal. Saltamos de la admiración al asombro, pasando por el asco y alguna carcajada espontánea de corta duración. En las otras dos partes de la novela aparece un narrador en primera persona, que les dota de un carácter mucho más íntimo, especialmente en la segunda. Si la primera parte tenía la quietud de unos hombres casi estáticos, desapegados de su cometido como marineros que dedican el tiempo a contar anécdotas y maldecir su destino, ahora asistimos a viajes por el océano Índico, Grecia y China, y un catálogo de personajes va desfilando ante nosotros. En ocasiones, son tan inverosímiles en sus situaciones y descripciones que lo único que podemos pensar es que son absolutamente reales, y que Kavadías se limitó a levantar acta de todas las cosas que vio y los personajes que conoció en sus años de navegación. Todo comienza en el mar y, como lo calificó la crítica alemana, «La guardia» es un viaje al final del mar. La condición de poeta impregna todo el relato, especialmente si nos atenemos a la precisión de los diálogos y la caracterización psicológica de los personajes a través de sus pensamientos y acciones. La personalidad melancólica del autor nos muestra un diario de navegación existencialista, que nos abre la puerta a un mundo de seres desdichados en el que es sencillo acoplarse por la forzada familiaridad entre ellos. Algunas de las historias son realmente hermosas, otras terribles, y también las hay que pueden dejarnos indiferentes en su narración, pero no en la manera de ser descritas: los miembros de la tripulación del Pytheas se saben al margen del mundo, y ven que cada vez que regresan a casa todo o casi todo ha cambiado, y solo en el suelo inestable y desdichado del barco pueden encontrar una estabilidad rodeados de seres como ellos. Todos representan el papel de Scherezade en una especie de recreación de Las mil y una noches políticamente incorrecta. ¿Qué es, entonces, «La guardia»? ¿Un libro de viajes, de aventuras, una crónica marinera, un compendio de relatos de viajeros? Todos estos estilos y géneros están recogidos en sus menos de 300 páginas, armonizados e hilvanados gracias al oficio de Kavadías. Como ya hemos señalado, no fue un autor demasiado prolífico, sino que apenas nos publicó en vida tres relatos, dos poemarios (y otro póstumo) y una novela. No tenía prisa por contar, sino la necesidad de mostrar el mundo al que pertenecía con delicadeza pero sin quitarle crudeza. Su obra no alcanzó notoriedad ─hoy en día sus poemas se enseñan en los colegios griegos y han sido musicados con gran éxito─ hasta después de muerto, y aunque su casa era punto habitual de reunión de escritores y artistas, fue subestimado por los autores contemporáneos griegos. De hecho, el propio Kavadías cuenta cómo llevó como pasajero al también poeta y … Leer más

Borges confinado

Artículo publicado en el número 22 de la revista Lletraferit. Durante el tiempo que hemos estado confinados han florecido las recomendaciones literarias donde se narran situaciones análogas a la que estamos viviendo ahora: en todos los listados aparecían inequívocamente El Decamerón de Boccaccio, La peste de Camus o El hombre en busca de sentido de Viktor Frankl. No estoy seguro de que leer este tipo de libros sea la mejor idea durante un confinamiento, de hecho creo que es contraproducente. Sin embargo,en las primeras fases de la pandemia descubrí que era incapaz de concentrarme en la lectura. Hablando con algunos amigos me confesaron que les pasaba lo mismo, y que se habían refugiado en la relectura, así que seguí su consejo y busqué a uno de los autores que más felicidad me han proporcionado a lo largo de mi vida: Jorge Luis Borges. Hay pocas cosas originales que decir sobre un autor que, cuando todavía estaba vivo, contaba con una obra crítica cientos de páginas superior a su propia producción literaria. Los espejos, los tigres, los laberintos, la traición, las mitologías nórdicas… son temas recurrentes en su obra, y están sobradamente estudiados y analizados. Pero hay algo de Borges sobre lo que no hay demasiado escrito, y en lo que era un maestro: el del confinamiento. Solamente en los relatos, encontramos más de treinta situaciones de encierro físico o mental, de los personajes, del autor o del propio lector. Particularmente, creo que no se trata de una elección deliberada, sino la consecuencia lógica de su propia biografía. Recordemos: Borges viaja con su familia a Europa en el año 1914. No se puede decir que los Borges tuvieran buen ojo para la geopolítica, porque el estallido de la Primera Guerra Mundial les obligó a confinarse en Suiza, y esperar allí el final del conflicto. Atrapado en un país y una cultura que le eran ajenas, Borges se refugió en los libros durante todo ese tiempo, dando lugar en muchos casos a personajes inadaptados, fuera de sitio y que tampoco tienen un gran interés en encajar o liberarse. La práctica totalidad de los personajes confinados de Borges aparecen en los tres libros de relatos que publicó entre 1944 y 1950: Ficciones, Artificios y El Aleph, que son también sus obras más conocidas y celebradas. Tal es el caso de los cuentos donde alguien está encerrado en una cárcel real: en «La escritura del Dios», un sacerdote precolombino pasa años encerrado junto con un jaguar, al que vislumbra durante unos segundos cada día: «La cárcel es profunda y de piedra; (…) algo menor que un círculo máximo, hecho que agrava de algún modo los sentimientos de opresión y de vastedad. Un muro medianero la corta (…) de un lado estoy yo, Tzinacán, mago de la pirámide de Qaholom (…) del otro hay un jaguar, que mide con secretos pasos iguales el tiempo y el espacio del cautiverio». A la mente del hechicero acude una revelación: el pelaje del jaguar esconde la escritura de un dios, y decide emplear todo el tiempo de cautiverio en descifrar qué hay escrito en él. La revelación sobre el personaje encerrado también es común: de alguna manera, otorga un sentido al encierro, le da un significado, aunque sea trivial y fatal en muchas ocasiones, Es lo que sucede en «El milagro secreto», en el que Hladík es condenado a morir fusilado. El reo lamenta no haber podido componer su última obra de teatro, y ese tiempo le es concedido haciendo que el universo se detenga cuando la bala está a punto de alcanzarle. Hladík escribe en su cabeza la obra completa, y cuando pone el punto final, la bala acaba con su vida. Ambos confinamientos, el físico y el mental, están en «Funes el memorioso». En el cuento, Funes tiene un accidente que le postra definitivamente en cama, y que tiene un curioso efecto secundario: «Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa; Funes, todos los vástagos y racimos y frutos que comprende una parra. Sabía las formas de las nubes australes del amanecer del treinta de abril de mil ochocientos ochenta y dos y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado una vez». Funes adquiere el don, que es una fatalidad, de recordarlo todo, absolutamente todo. Lo que es más curioso, y no sabría si llamarlo metaliteratura o metavida, es que Borges escribió este cuento en su cabeza, sin poder escribir ni una sola línea, mientras estaba postrado en una cama tras tener un accidente que casi acaba con su vida. No sabemos qué pensó ni sintió el autor en el tiempo que pasó en la cama, pero esos días fueron definitivos para su obra, ya que a partir de ellos fue cuando empezó a escribir relatos de temática fantástica, que son habitualmente la puerta de entrada a su literatura y los que le han granjeado la fama. El mismo año en que publica «Funes el memorioso» ven la luz otros tres relatos con personajes encerrados: «La lotería en Babilonia», «Las ruinas circulares» y «La biblioteca de Babel». En el primero, las penas de cárcel son asignadas azarosamente; en el segundo, un personaje no sabe que es invención de otro hasta las últimas líneas, y en el tercero los bibliotecarios están atrapados en un edificio infinito cumpliendo una función que no tiene sentido. En los tres nos está mostrando que el confinamiento también puede ser fruto de la crueldad del azar, y que no es necesario darle un sentido al encierro. Los encierros mentales se completan con «El inmortal», donde precisamente el don de no poder morir se convierte en una cárcel. Podría añadirse «Deutsches Requiem», donde el narrador está metido en una cárcel real, pero por su relato comprobamos que ha llegado allí por estar en una encierro de la mente. Un escritor que usó tantas veces la figura del laberinto tenía por fuerza que utilizarlo para encerrar en él a sus … Leer más

Varados en Río, de Javier Montes

Un paraíso cerrado por reforma Javier Montes; Varados en Río. Editorial Anagrama, 303 páginas, 19’90 euros La novela híbrida es cada vez un material más común entre los autores españoles. La mezcla de géneros no es ninguna novedad, pero bajo la excusa de hacer memorias con forma de ficción, alterar relatos históricos o poner literatura a un libro de viajes, muchas veces encontramos en las librerías novelas que son meras ocurrencias junto con libros transversales en su forma y de gran valor. En el caso de “Varados en el paraíso”, Javier Montes se ha quedado a medio camino entre ambas cosas, ya que en su libro hay un relato que atraviesa todas las páginas, y es el de la experiencia del propio autor y los dos años que estuvo viviendo en Río. Sucede que el propio Montes estaba prácticamente de paso por la ciudad, con la expectativa de volver a España tras las Navidades, y se quedó los dos mencionados años, por lo que abre el espacio a recrear una poética del exiliado en el paraíso. Montes diferencia el exilio “en” el paraíso del exilio “del” paraíso, y esa es la excusa perfecta para hablar de cuatro escritores que, como en la propia peripecia del autor, vivieron más o menos a su pesar en Río. Se trata de Rosa Chacel, Manuel Puig, Stefan Zweig y Elizabeth Bishop. Javier Montes sigue la pista de cada uno de ellos, abordando la pesquisa de su paso por la ciudad brasileña de maneras similares pero con enfoques muy distintos. Tiene la virtud de crear un relato muy entretenido, en tanto que convierte a estos autores en personajes literarios, y toma de cada uno de sus exilios particulares las partes que mejor ayudan a, por un lado, armar un relato de ficción, y por otro para unirlo con su propia experiencia. Esto hace que el relato quede algo sesgado, y en bastantes ocasiones sea meramente anecdótico, lo que hace que “Varados en Río” pierda gran parte de su valor documental o ensayístico, y tenga mucho de relato completado a media entre Montes y el lector para imaginar, en ligar de recrear, qué cosas y cómo les ocurrieron a cada uno de los autores. El caso de Chacel es un exilio paradigmático: la escritora, hoy muy inferiormente leída a lo que quizá se merece, huyó de la dictadura, y en todos sus años en Río vivió la sombra de la vida que podía haber llevado, incapaz de disfrutar de ese supuesto paraíso. Todo el relato de Manuel Puig viene a corroborar algunos de los lugares comunes que hay alrededor de este autor, haciendo hincapié en su tacañería y su cinefilia enfermiza. Solamente hay un exilio feliz en el libro, y es el de la poetisa Elizabeth Bishop, con el que se cierra el libro, y en el que hay una verdadera historia de amor, aunque ahorraremos aquí los detalles para no desvelar nada al lector que quiera acercarse a “Varados en Río” por su faceta de ficción. La parte dedicada a Zweig es, con mucho, la peor abordada, o al menos en la que parece haber habido una labor de documentación menor. El resultado es un entretenido libro que tiene tanto de diario personal de viajes como de novela negra literaria: como un investigador privado, se nos muestran con cuentagotas las historias de cada autor, envueltas de manera magnífica en el ambiente contradictorio de una ciudad que alberga el paraíso y el infierno en una misma fotografía, capaz de producir en nosotros saudades sin haberla visitado nunca, o de hacernos sentir una repulsión que nos atraiga definitivamente hasta sus puertas.

Piscinas vacías, de Laura Ferrero

El don de detener el tiempo   En las menos de doscientas páginas de “Piscinas vacías”, Laura Ferrero nos deja 26 cuentos cortos que son pedazos de vida sin acabar y, en algunas ocasiones, sin comenzar. La buena virtud de un cuento corto, y en el libro abundan los relatos de 4 o 5 páginas, es conseguir la atención del lector desde el primer momento, plantear una situación que suscite su interés o le sorprenda y rematar de una manera brillante o, al menos, redonda. Laura Ferrero rompe con esas reglas del relato, pero consigue en prácticamente todos cumplir con estos tres objetivos. Lo hace gracias a que en cada uno de los cuentos irrumpe en medio de situaciones con un alto atractivo narrativo, por lo que siempre deja descolocado al lector en las primeras líneas, algo aturdido hasta que se reconoce a los personajes o la situación ha perdido los bordes borrosos de la irrealidad. Renuncia a emplear fuegos de artificio o a giros sorprendentes en el desarrollo de los cuentos, haciendo todo lo contrario a lo que en un manual de escritura se recomendaría: congela el instante, se recrea en el momento del que hemos partido para darnos un pedazo de tiempo detenido que podamos disfrutar tranquilamente, renunciando a dejarnos con la boca abierta o a nuestra admiración por una prosa luminosa o brillante. Y cuando el lector espera que ocurra algo, cuando las últimas líneas van a llegar y los personajes o el narrador tienen que tomar partido en el relato, los finales llegan como dejados caer, leves, casi como una llamada de teléfono en la que perdemos la comunicación, pero no nos merece la pena volver a llamar porque ya todo está dicho. Son finales que recuerdan a los relatos de Anna Gavalda o de Miranda July, que no tratan de revelarnos nada o de concluir de manera lógica una situación, sino que son más como puertas que se quedan entreabiertas hacia una habitación donde no se nos permite acceder. Se trata de finales que son exactamente lo que los relatos de “Piscinas vacías” necesitan: la normalidad gris y aburrida de la vida. Aunque parezca paradójico, es francamente complicado contar en tres páginas un desengaño amoroso anodino, una historia de amor que le puede pasar a cualquiera (mejor dicho: que le ha pasado a cualquiera) o transmitir la fragilidad que se siente en la vejez. Dotar de interés y brillo a los lugares más oscuros de la vida es lo que consiguen estos relatos, a veces con mayor fortuna que otras. En esa zona gris de la realidad es donde está ocurriendo la vida de manera constante, y desde ahí es más fácil hurgar en el pecho del lector para que no quede indemne después de la lectura. Aunque se trate de relatos aislados, hay un perfil “medio” en los protagonistas de los mismos, más allá del sexo o la edad, y que tiene que ver con encontrarse en un momento vital incierto: Ferrero coloca a sus personajes (a veces al propio lector usando la segunda persona del singular) en umbrales donde no saben si deberían avanzar, retroceder o quedarse quietos, y les permite observar su ecosistema con temor y a veces incluso con reverencia, como si la vida no fuera con ellos. Como si lo más fácil fuera siempre no hacer nada. Laura Ferrero; Piscinas vacías. Editorial Alfaguara, 193 páginas. 15’90 € Reseña aparecido en el diario Información (suscriptores)

Los pasos del errante laberinto: 30 años sin Borges

  Los pasos del errante laberinto Cuando uno se adentra en el Cementerio de los Reyes de Ginebra puede ir allí en busca de la tumba de uno de los principales reformadores del catolicismo y encontrarse frente a la de “un hombre sin atributos”; dar vueltas tras la del inventor de la lingüística moderna, y acabar frente a la de una prostituta; o agotar los pasos tras la lápida de un Nobel de la Paz, para dar con ellos en la de una de las más clamorosas ausencias del Nobel de Literatura. Y es que Borges comparte el caótico espacio del Cementerio de los Reyes con Juan Calvino, Robert Musil, Ferdinand de Saussure o Ludwig Quidde. ¿Qué hacía Jorge Francisco Isidoro Luis (los nombres heredados de su familia son los que no han trascendido) Borges en 1986 en Ginebra, con 87 años y tan lejos de su hogar? La respuesta es sencilla y patética en el sentido más amplio de la palabra: había ido allí exclusivamente a morir. Él, que había prefigurado tantas muertes en el espacio mítico de la llanura de la Pampa, donde Juan Dahlmann empuña un cuchillo que acaso no sabrá manejar, quiso alejarse de la mitología arrabalera y de las pompas que le esperaban en el funeral de estado que sin duda habría tenido en su patria, y así se lo dijo a una María Kodama que todavía no era su esposa y que, cuando iniciaron el viaje a Italia y Suiza, no sabía que el autor no tenía intención de regresar a Argentina. Aunque estaba enfermo de cáncer, la causa oficial de la muerte fue septicemia, la misma que casi acaba con el citado Juan Dahlmann en el cuento que Borges consideraba como el mejor que había escrito: “El Sur”. Se despidió de la tierra rezando el padre nuestro en anglosajón, inglés antiguo, inglés, francés y español, pese a que no profesaba ningún credo, y solamente había confesado sentir fervor religioso en dos ocasiones: cuando se encontró en Islandia con un pastor pagano, y cuando conoció el taoísmo de primera mano en Japón.     Cuando Borges tenía 14 años, su familia viajó a Europa con tal tino que el estallido de la I Guerra Mundial les obligó a buscar la neutralidad de Suiza. En Ginebra fue donde el autor argentino cursó los únicos estudios reglados que podía acreditar, y por eso eligió la ciudad helvética para alejarse de todo pocos meses antes de fallecer. “Ginebra es una de mis patrias”, dijo en muchas ocasiones, junto con las citadas Islandia o Japón por sus leyendas, Alemania y Francia por sus letras, pero no Buenos Aires. El Buenos Aires que sirvió de patria al autor ya había desaparecido hacía mucho tiempo cuando él falleció, con sus malevos y compadritos, con las milongas y los tangos cantados en un patio en la última hora de la tarde. Una vez que se quedó ciego, su cuerpo siguió avanzando en el tiempo, pero su mente y su corazón se quedaron con los lugares queridos y reconocibles, los que había retratado en su primer libro de poemas, “Fervor de Buenos Aires”, un libro cuya reedición trató de evitar cuando logró la fama. Él, al que era habitual ver en la noche bonaerense recorriendo la ciudad a pie, empezó a viajar y a alejarse de ella al quedarse ciego.   “Es una tradición que la Academia sueca no me dé el Nobel, no sé por qué me lo iban a dar ahora”, decía cada año.   A pesar de haber recibido decenas de distinciones, doctorados honoris causa en los cinco continentes, premios literarios y todo tipo de honores, siempre se destaca que Borges no recibiera el premio Nobel. El propio escritor bromeaba con los periodistas que, el día que el premio se fallaba, se citaban en casa del autor. “Es una tradición que la Academia sueca no me dé el premio, no sé por qué me lo iban a dar ahora”, bromeó en alguna ocasión. Hay unanimidad en que a veces este tipo de premios realzan o culminan la carrera de un escritor, y en el resto de ocasiones es el premio el que obtiene lustre proveniente del autor premiado. En el caso de Borges, hubiese sido el segundo caso, si bien no hay unanimidad sobre las causas de que se le negara año tras año. Circula la historia de que el autor acudió a un recital de poesía donde el secretario de la Academia sueca recitaba su obra, y que en el cóctel posterior se burló cruelmente del mismo, por lo que el secretario bloqueó para siempre el galardón para Borges, aunque parece más probable que su ambivalencia política en los últimos años de su vida tuviera más que ver con la no concesión del premio. Han pasado 30 años desde que el autor argentino nos dejara, y en el caótico Cementerio de los Reyes siguen descansando sus restos, que felizmente no han sido objeto de repatriación pese a los intentos del gobierno argentino. Su tumba es una piedra toscamente labrada con su nombre y la inscripción “And ne forthedon na” junto al grabado de siete soldados medievales. La inscripción está en inglés antiguo y pertenece a “La balada de Maldon”: se traduce como “Y que nada temieran”. Los soldados están reproduciendo el momento de la balada en el que están a punto de enfrentarse a una muerte segura, muy inferiores en número al enemigo, pero se dirigen a la lucha con alegría. Borges creció escuchando las historias de sus antepasados militares, y tanto el recuerdo de esas historias como su sentimiento de culpa por no haber seguido ese destino y haber optado el más seguro de las letras están presentes a lo largo de toda su obra, desde sus primeros poemas hasta los últimos ensayos. La parte posterior de la lápida lleva escritos unos versos de una saga islandesa, pero no fue escogida por Borges, sino por su viuda, con los nombres en clave que él les dio … Leer más

Avenida de los misterios, de John Irving

Cuando miente la memoria Durante los últimos veinte años, John Irving ha estado viajando intermitentemente a México, y ha creído que  las notas que tomaba en cada viaje formaban parte del guion de una película. En ese lapso de tiempo, el autor norteamericano ha escrito “Personas como yo”, “La última noche en Twisted River”, “Una mujer difícil” o el guion de “Las normas de la casa de la sidra”, por el que ganó un Oscar, pero la historia mexicana se le resistía, hasta que se dio cuenta de que lo que había escrito, finalmente, era una novela que nos trae de nuevo al mejor Irving de “El mundo según Garp” o “El hotel New Hampshire”. El humor, la ironía y el cinismo propios de otras de sus novelas toman aquí un tono más amargo, presentando un personaje más desorientado de lo habitual y más desapegado de un mundo que considera monstruoso y se vuelve hostil una vez que se ha superado la infancia. La fragilidad de la memoria y su capacidad para crear mentiras que deforman nuestro presente acompaña cada párrafo hasta el final exacto de la novela Juan Diego es un escritor de 54 años que se encuentra de viaje rumbo a Filipinas para cumplir una promesa de infancia. Se trata de un autor de éxito que viaja solo y depende de una fuerte medicación para poder soportar la realidad y percibirla con claridad. Los excesos o falta de esa medicación le hacen entrar en letargos donde recupera su infancia, o mejor dicho el final de su infancia, cuando era un niño de la basura en Oaxaca junto con su hermana Lupe. Un Juan Diego de 14 años sobrevive en el basurero gracias a la protección del capo del mismo, un talento para enseñarse a sí mismo a leer con los libros descartados por los jesuitas y una madre que trabaja a media jornada como prostituta, y la otra media limpiando imágenes sagradas. Ambas tramas se alternan en cada capítulo, sembrando en el lector la incertidumbre de cuál de las dos es más verdadera, o de cuánto de verdad hay en cada una de ellas. La fragilidad de la memoria y su capacidad para crear mentiras que deforman nuestro presente acompaña cada párrafo hasta el final exacto de la novela, en la que también flota un aire anticlerical que lleva a Juan Diego a sufrir de los remordimientos propios de la educación católica. Como suele ocurrir con Irving, asistimos a la asombrosa capacidad del autor para crear personajes estrafalarios y situaciones inverosímiles que encajan perfectamente en los límites de la credulidad del lector: una madre e hija, fanáticas de los libros de Juan Diego,  que lo encuentran en tránsito y se ocupan de él; un alumno ultracatólico que instala peceras en las habitaciones de los hoteles donde descansa el autor; una hermana capaz de leer el pensamiento, pero incapaz de comunicarse con nadie que no sea Juan Diego; un cura con cilicio que se siente atraído por un transexual… en este caso, hay un forzamiento excesivo de esos límites, máxime cuando la novela supera las seiscientas páginas: mantener un ritmo de sorpresa y maravilla constante, aunque es literariamente posible, resulta agotador para el lector en algunas ocasiones. En otras palabras, se percibe demasiado clara la mano del escritor detrás de los personajes, conduciéndolos de escena en escena y dando lugar a un híbrido entre lo literario y lo audiovisual que salva el tipo por la elegancia de la prosa de Irving y lo fascinante de la historia a la que tenemos el privilegio de asistir. John Irving, Avenida de los misterios. Tusquets, 637 páginas. 22’90 € Reseña publicada en el diario Información (Suscriptores)

Todo lo posible, de Carmen Pacheco

Huir de la realidad para entrar en ella   Carmen Pacheco debuta en la narrativa para adultos, y lo hace con un libro con un tono de género negro ligero. La protagonista, Blanca Cruz, ha alcanzado el éxito con una saga de best sellers de forma accidental. En el punto de partida, ella misma confiesa que odia sus libros, una mezcla de la saga Milennium y Crepúsculo, y se encuentra atascada en lo literario y en lo personal. A lo largo de Todo lo posible, Blanca hará avanzar cada capítulo desbloqueando sucesivamente cada misterio o cada problema con la ayuda cada vez de personajes secundarios o de objetos, casi como en una de esos videojuegos de aventura conversacional o click and point como Maniac Mansion o Monkey Island. Los objetos que tienen importancia en la historia, por cierto, se encuentran reflejados en la preciosa portada de la novela. Incapaz de escribir el siguiente libro que ha prometido a sus editores, o de enfrentarse a la infidelidad de su pareja, Blanca descubre por azar la existencia y desaparición de Patricia King, una escritora de novelas de misterio, junto con la correspondencia de la misma. Desentrañar qué le ocurrió a esta autora, con reminiscencias  a Agatha Christie, será la excusa que se pondrá a ella misma para iniciar su particular viaje del héroe, que a su vez le alejará de la excusa que dispara la trama: afrontar su vida y su problemática relación con la realidad.     Todo lo posible es una novela con numerosos golpes de humor, en la que se muestra la parte más banal del ambiente literario La narradora es la propia Blanca, a la que solamente abandonamos para leer la correspondencia recuperada de Patricia King, haciendo que la trama que transcurre en el presente avance, y compensando el pulso narrativo al ofrecer pistas falsas y revelaciones que influyen en el presente. Mientras tanto, Pacheco hace desfilar una galería de secundarios que, en su normalidad o su monstruosidad, ofrecen un contrapunto que hace la lectura más ágil y entretenida. La propia trama parece pedir más presencia de estos secundarios, pero no les da tiempo a aparecer, porque hacia la mitad del libro, la historia tiene un par de puntos de giro que, más o menos, el lector puede esperar. La historia se lanza a una especie de road movie cuyo comienzo son cuarenta y cinco páginas que transcurren dentro de un avión con la sola intervención de dos personajes, más alguna esporádica azafata, y los insertos de las cartas de Patricia King. Los brillantes diálogos y la galería de secundarios son dos de los puntos fuertes de la novela  Como ya hemos señalado al principio, es la primera novela de Pacheco para adultos, ya que tiene varias para público infantil y juvenil. En sus libros para niños y jóvenes, como en toda buena novela sin importar el género o el público, late una inteligencia narrativa y un dominio y adaptación del lenguaje, que en Todo lo posible se despliega en estas citadas cuarenta y cinco páginas, un epítome perfecto de la novela: narrador encerrado (en un espacio o en una situación), sin las armas ni habilidades para librarse de ese encierro. Estas situaciones, que se repiten a lo largo de todo el libro, crean una sensación de urgencia en el lector que también aporta agilidad a la lectura, consiguiendo hacer nacer el deseo de que las situaciones y diálogos se alarguen para saber algo más de qué ocurrió y cómo ocurrió. Los diálogos son, precisamente, uno de los puntos fuertes de la novela, junto con el hilo de pensamiento de Blanca. Mediante ellos podemos entrar por completo en un personaje bien construido, divertido, contradictorio y mordaz, con el que apetece quedar varios meses después del final de la novela para saber qué tal le ha ido, y si realmente ha hecho todo, absolutamente todo lo posible. Carmen Pacheco; Todo lo posible. Editorial Planeta. 302 páginas. 16’90 euros. Reseña publicada en el Diario Información (artículo para suscriptores)

Instrumental, de James Rhodes

Las variaciones Rhodes   James Rhodes, “Instrumental: Memorias de música, medicina y locura”. Blackie Books, 288 páginas. 19’90 euros Reseña publicada originalmente en el diario Información, 28/IV/2016 “Gracias (…) por la música, misteriosa forma del tiempo” – Jorge Luis Borges, “Otro poema de los dones” Cada vez de que su profesor de gimnasia le violaba (aproximadamente desde los cinco años hasta los once), advertía a James Rhodes de que no debía contarlo a nadie, o de lo contrario ocurrirían cosas terribles. Tres décadas después, había terminado la redacción de su autobiografía, Instrumental, y la justicia le seguía diciendo que no podía contar lo que había en ese libro, hasta que finalmente le permitieron publicarla. Si uno busca en la sección de biografías de cualquier librería, todos los personajes menores de 60 serán futbolistas, cantantes adolescentes y personajes que, en general, tendrían dificultades para redactar una frase con más de una subordinada. En el caso de Rhodes, el relato de sus primeros treinta y ocho años de vida está escrito de manera visceral desde uno de los círculos del infierno más lejanos, que nos es completamente ajeno como experiencia y absolutamente cercano en cuanto a la representación del horror. La verdad esencial de este libro es cómo la música puede salvar la vida a alguien y, por extensión, cómo encontrar una pasión y seguirla pase lo que pase puede salvarnos la vida James Rhodes fue violado –y el autor recalca que no “sufrió abusos”- durante su época escolar, lo que le despojó de un plumazo de su infancia, le hizo incapaz de entender las relaciones humanas, el sexo y los comportamientos sociales. Como niño y adolescente, prostituirse para conseguir un helado era algo normal, y sentir autoodio una reacción natural a estar vivo. De esas violaciones se derivaron trastornos como el de personalidad múltiple, con el que consiguió fingir una vida normal en la que formar una familia, conseguir un trabajo, seguir adelante como si nada hubiera ocurrido. En medio hubo episodios de adicciones a la droga, automutilaciones, intentos de suicidio, internamientos en centros psiquiátricos y un extenso muestrario de miserias. Pero la verdad esencial de “Instrumental” no es ninguna de esas cosas, ni se trata de un libro que se apoye en el morbo o en las descripciones escabrosas para atraer al lector. Sí cae en la autocomplacencia, pero Rhodes, que ya en las primeras páginas se define como un imbécil vanidoso, egocéntrico, superficial y narcisista, se da cuenta de que lo hace, lo recalca cada vez y lo asume como parte del proceso de ser una víctima. Como en las Variaciones Goldberg, Rhodes usa el tema principal, los abusos y su descenso a la locura, creando pequeñas variaciones para llegar a lo que realmente hay interesante para contar de su vida. El relato de sus primeros treinta y ocho años de vida está escrito de manera visceral desde uno de los círculos del infierno más lejanos, que nos es completamente ajeno como experiencia y absolutamente cercano en cuanto a la representación del horror Como digo, la verdad esencial de este libro es cómo la música puede salvar la vida a alguien y, por extensión, cómo encontrar una pasión y seguirla pase lo que pase puede salvarnos la vida. Rhodes encabeza cada capítulo con una pieza de música clásica y una breve introducción a la vida del autor: Bach, Ravel, Beethoven, Brahms… resaltando la parte más desgraciada de sus vidas, poniendo de relieve la pomposidad de la industria de la música clásica a la hora de hablar de sus creadores. La música, y concretamente la Chacona en re menor de Bach, son las responsables de que el autor regresase al mundo de los vivos, y hoy en día es un concertista muy popular, no solo por su talento, sino también por haber desencorsetado los recitales de piano, cambiando la liturgia y la estética de este tipo de espectáculos, charlando con el público, ofreciendo una visión iconoclasta de las piezas y autores. La “playlist” que ha creado para el libro es un imprescindible durante su lectura. Instrumental es un libro absolutamente demoledor, y la capacidad de tocar al lector hace que uno vaya experimentando rabia, odio, asco, empatía, ternura… y un catálogo de sensaciones y sentimientos que puede dejarle hecho polvo. Rhodes ha conseguido una auténtica proeza literaria: llevar al papel lo que se siente al escuchar la música que acompaña las páginas, con la naturalidad de los genios, que construyen grandes obras simplemente jugando.

La reina de las nieves, Michael Cunningham

Los deseos cumplidos La reina de las nieves; Michael Cunningham. Editorial Lumen, 272 páginas. 21’90 euros. En el lapso de cuatro años cabe toda una vida, o al menos los únicos sucesos relevantes de una vida. Esto es lo que propone Michael Cunningham en su novela, “La reina de las nieves”, que enmarca la narración en la época que va desde la reelección de George Bush Jr. Hasta la elección de Obama. El cuarteto de personajes que protagoniza el libro ha dejado atrás hace años la juventud, y se enfrenta a un presente en el que todos han abandonado y olvidado la realización de sus sueños, atascados en relaciones y situaciones que no tienen la fuerza o la voluntad de afrontar. La exquisita prosa de Cunningham nos muestra tres instantes donde se ha detenido el tiempo, creando varias escenas carentes de desenlace y ahorrándose el trabajo de narrar todo lo que ocurre entre ellas. Ha escogido momentos donde algo va a pasar, pero no se muestra al lector y nunca termina de suceder: la nochevieja, el momento de una mudanza, o el instante siguiente a ser abandonado.   “La reina de las nieves” comienza con un final: Barrett camina por Nueva York justo después de que su novio le haya dejado por SMS. En casa le espera su hermano, un músico fracasado, y la novia de este, enferma terminal de cáncer. Cruzando Central Park, sufre una epifanía en la forma de un destello luminoso que el católico no practicante Barrett toma por una señal. Mientras tanto, la nieve entra mansamente por la ventana del dormitorio de su hermano Tyler, que trata de componer una canción para su boda con la moribunda Beth. Todo en la novela está teñido de una desolación responsable, con el ambiente frío sin urgencias de este trío varado en la cuarentena. La presencia de la nieve y de la intemperie en todas las escenas le da un lirismo de cuento de hadas, en las que Cunningham hace uso de la luz continuamente para envolver cada situación con un halo de melancolía salpicado de urgencias sexuales y ambiciones modestas. Los saltos adelante en el tiempo nos ahorran el pathos de asistir a las subidas y bajadas de los personajes; como decimos, se trata de escenas aisladas donde la obsesiva esperanza de cambio involucra al lector haciéndole desear que algo, algo real, suceda. Esto nos pone delante de las distintas maneras de enfrentarse a la mortalidad, y de cómo nuestras decisiones sobre este asunto afectan de forma concéntrica a todos los que nos rodean, incluso si intentamos que se trate de un asunto interior y personal. También es una novela sobre el poder del mito, sobre la inevitable recurrencia de la tragedia clásica en cada uno de nosotros, y la inevitabilidad del destino. Pese a todo, no es una novela triste, cargada de un lirismo que ya leímos en “Las horas”, y que no representa la soledad como una maldición, sino como un estado casi inevitable donde lo que se condena es el anhelo falso de felicidad a través de los deseos. De la propia novela: “hay una ley física de los mitos que exige que los deseos concedidos tengan resultados trágicos”, lo cual no es tan terrible, si se para uno a pensar que los resultados trágicos, por más que la existencia ya duela de por sí, son también parte de la vida.

El nadador en el mar secreto, William Kotzwinkle

Crónica del dolor William Kotzwinkle, El nadador en el mar secreto. Navona editorial, 96 páginas, 11’50 euros   Es difícil escribir una reseña sobre este libro para alguien que, como yo, espera ser padre en pocos meses. Kotzwinkle es autor principalmente de novelas de fantasía, y además de haber recibido varios premios en este género, es el responsable de la novelización del guión de “E.T. el extraterrestre”. En el año 1975, William y su esposa estaban esperando la llegada de su primer hijo. Una mañana muy fría la mujer rompió aguas y, mecánicamente y envuelto en un ensueño, el autor repitió los gestos que tenía ensayados: envolver a la madre en una manta, calentar la camioneta en el helado paraje en el que vivían, conducir al hospital, acceder al registro. El niño, que venía de nalgas, nació muerto. Después de la autopsia y los días de reposo de su mujer, Kotzwinkle recibió el cadáver de su hijo en un sudario de lino, le fabricó un pequeño ataúd con sus propias manos, lo transportó en un trineo hasta el lugar donde quería enterrarlo y cavó con furia hasta hacer un agujero de más de un metro de profundidad. Enterrado el bebé, se encerró en su estudio y se sentó a escribir. El adagio dice que perder un hijo, además de antinatural, es un dolor tan profundo que el lenguaje no tiene un palabra para describirlo, como sí hace con la situación contraria. ¿Qué ocurre con la vida una vez que te ocurre algo así? El proceso de embarazo no es simplemente el de la gestación de una vida, sino que a lo largo de los nueve meses que dura se hace una proyección que abarca el resto de la vida de los padres, por lo que es difícil imaginar qué pasa por la cabeza de alguien a quien, en el breve lapso de un minuto, le dicen que su vida no es ni va a ser como estaba previsto. El nadador es el hijo de Kotzwinkle, y el mar secreto el vientre de la madre. La novela –apenas cien páginas- está escrita con una sobriedad admirable, pero con toques y lenguaje poético que no ayudan a detener el impacto de la terrible revelación que contiene. Este libro es a la vez una manera  de exorcizar el dolor y un regalo a los lectores. Se trata de un retazo de vida arrancado salvajemente y expuesto con naturalidad, narrado no solo desde el dolor, sino también desde el amor más inmenso y ofrecido sin dramatismos ni un lenguaje exagerado. “El nadador en el mar secreto” produjo muchas reacciones personales en el momento de su publicación, pero quedó relegado en el olvido. En 2012, Ian McEwan lo citó dentro de una de sus novelas, y se redescubrió la potencia de un relato tan sencillo, que la editorial Navona escogió para abrir su colección “Los ineludibles”. Esta colección, compuesta por cuatro libros al año, pretende recuperar libros “que todo el mundo debería leer”, y lo hace contrariando todas las campañas y consejos de marketing: portadas monocromas y ausencia de reseña o sinopsis en la contraportada: es el texto el que se defiende y se vende a sí mismo. En esta misma colección, podemos disfrutar autores y libros más conocidos, como “Los papeles de Aspern”, de Henry James, o “La muerte en Venecia”, y novelas que conviene conocer, como “Una saga moscovita”, de Vasili Aksiónov. Volviendo a “El nadador en el mar secreto”, uno de sus valores es la capacidad que tiene de emocionar a cualquier lector con una prosa tan sencilla y directa. La delicadeza y a la vez la crudeza con las que aborda el tema alude a un sentimiento que todos hemos tenido, o que vislumbramos en el horizonte: el dolor absoluto, inimaginable y total, capaz de deshacernos como personas y girar el mundo por completo, y la manera de afrontarlo para regresar mentalmente sanos a nuestra vida.   Reseña publicada en el diario Información (suscriptores)

En el corazón del mar, Nathaniel Philbrick

En el corazón del mal En el siglo XIX, un joven perseguía su sueño de enrolarse en un barco. Había sublimado su pasión por el líquido elemento entrando en contacto con marineros y arponeros, y también con algunas reliquias y relatos de varios sonados naufragios, entre ellos el del barco ballenero Essex. Unos cuantos años antes, no importa exactamente cuántos, pensó que debería darse al mar para ver la parte líquida del mundo, teniendo poco o ningún dinero en su billetera. Podríamos llamarle Herman, y al relato del naufragio del Essex, que le fue confiado por el hijo de uno de los supervivientes, le debemos una de las novelas principales de la historia de la literatura: “Moby Dick, o la ballena”. Melville murió habiendo tenido cierto éxito con sus primeras novelas sobre el mar, pero cosechando un sonoro fracaso con “Moby Dick”, que no entró en la cultura popular hasta la segunda década del siglo XX. Igual que el leviatán había arrastrado a Ahab a las profundidades abisales, la novela cumbre de Melville le sumió en el más oscuro de los pozos del alma humana, del que no volvió a salir en el resto de su vida. La versión cinematográfica de esta novela ha explotado la obsesión de Melville por documentar el hundimiento del Essex, y la evidente influencia que tuvo sobre “Moby Dick”, pero “En el corazón del mar” es uno de esos libros híbridos, cuyo contenido bordea la ficción usando para su confección exclusivamente testimonios reales. El cuaderno de bitácora de uno de los oficiales, las memorias de uno de los grumetes, el libro que dos de los supervivientes publicaron poco después y algunos textos más son las bases de la narración, a la que se une el conocimiento erudito de Philbrick. El barco ballenero Essex partió de Nantucket con 21 marineros. En aquella época, Nantucket era uno de los centros económicos de Norteamérica gracias a la pesca del cachalote, y Philbrick describe morosamente las relaciones de sus habitantes, su composición social y el estatus que otorgaba ser nativo de esta isla. De esos marineros, buena parte eran hijos de Nantucket, unos pocos de poblaciones balleneras cercanas, y un reducido grupo de negros. El pusilánime carácter del capitán le llevó a tomar algunas decisiones erradas al comienzo de la travesía, y sufrieron por ello algunos reveses y contratiempos que minaron la moral de la tripulación. La deserción de un marinero en Sudamérica fue la última de las desgracias justo antes de que su suerte cambiara, y comenzaran a dar muerte a cachalotes de dos en dos. Entonces fue cuando el Essex se encontró con el leviatán: un cachalote macho de unos cuarenta y seis metros de largo, cubierto de cicatrices y, según el relato de los marineros, con una “determinación maligna”. No hay constancia de que ningún cachalote se hubiese mostrado hostil con una embarcación. Embistió repentinamente dos veces contra el gran barco, llevándolo a pique y dejando a los supervivientes flotando en el centro del océano Pacífico. Las islas más orientales de la Polinesia habrían sido el destino lógico al que dirigirse, pero los marineros desconfiaban de ellas, ya que tenían noticia de que los nativos practicaban el canibalismo. Las tres embarcaciones de seis metros de eslora pusieron rumbo hacia América del Sur, y con ese nuevo error del capitán del Essex cayeron en uno de los límites de lo que podemos considerar humanidad, y del que precisamente habían huido: el canibalismo. Philbrick señala varias veces que los negros fueron los primeros marineros en ser devorados por sus compañeros. No pudiendo probar la insinuación, no cuesta nada creer que el Mal, formulado en su peor esencia, se infiltró a través de aquel cachalote en los supervivientes, llegó a los oídos y mente de Melville y de ahí viajó al corazón de uno de los arquetipos de la literatura moderna: Ahab, o el marinero. Artículo publicado en el Diario Información (suscriptores). Web del autor · Reportaje/entrevista de Jacinto Antón Nathaniel Philbrick, “En el corazón del mar”. Editorial Seix Barral, 413 páginas. 19’90 euros  

La zona de interés, de Martin Amis

El espejo deformante Si uno se acerca a cualquier librería generalista, y consigue abrirse paso entre los best sellers y los títulos de coaching (vulgo, autoayuda), un repaso no exhaustivo a la sección de novela siempre da como resultado que se dé con numerosos libros ambientados en la Segunda Guerra Mundial. Esta abundancia, que sobrevive y traspasa las modas literarias, podría generar hastío e incluso rechazo, pero no es así, y tenemos que luchar denodadamente para que no ocurra. La última generación de sobrevivientes de la Segunda Guerra Mundial se encuentra al borde de la extinción, y no han de pasar muchos años para que llegue el día en que no haya en el mundo nadie que pueda dar testimonio directo del Holocausto. Evitar el olvido no es necesario, porque se trata del hecho histórico más y mejor documentado, y eso es lo que paradójicamente hace cada vez más complicada la ficción. La novela es fabulación, es posibilidad y cuando es buena arroja luz sobre zonas que permanecen en la sombra. Eso es lo que hace Martin Amis con “La zona de interés”, contado desde el interior del campo de concentración de Auschwitz. Se reparten la narración tres personajes: Golo, un sobrino de Bormann destinado en el campo; Paul Doll, el comandante del campo, y la más original de las tres voces: Szmul, uno de los encargados del Sonderkommando, la unidad de prisioneros encargados de trabajar en los crematorios y cámaras de gas; Somos los hombres más tristes en la historia del mundo, dice en su presentación, y de todos esos hombres tristísimos, yo soy el más triste. Su tristeza es, según el propio Szmul, “demostrable”, ya que es el prisionero con el número más bajo, el de mayor antigüedad. En los últimos años nos hemos acostumbrado a estremecernos con los relatos desde el interior del horror, dando voz a los nazis: ahí están, por dar solo dos ejemplos, “Las benévolas” de Jonathan Littell o la película “El hundimiento”. “La zona de interés” ha suscitado mayor polémica, hasta el punto de que los editores habituales de Amis en Francia y Alemania se negaron a publicarla. La excusa es que se puede interpretar que frivoliza con el Holocausto, haciendo que los verdugos se pregunten por los problemas de orden práctico que conlleva la aniquilación de millones de personas. Al parecer, no hay problema en dar un tinte dramático o dar un enfoque “dulce”, como en “El niño del pijama de rayas”, sino que mostrar la humanidad del asesino, añadir toques de humor, es lo que genera controversia. “La zona de interés” no es una comedia, ni siquiera una tragicomedia. Los nazis no eran monstruos informes, sino personas como ustedes y como yo; mediante la decadencia física y mental del comandante, y el triángulo amoroso que se forma entre él, su mujer y Golo, se pone de manifiesto la cara menos plausible del horror. La novela abandona la sátira y decae cuando Amis se empeña en mostrar la extensa documentación con la que ha trabajado, documentando desde la construcción de Auschwitz III hasta la rebelión de los Sonderkommandos, y termina de declinar cuando hacia su parte final se centra en la historia de amor y sus consecuencias transcurridos los años. Amis hace decir a Szmul que el campo de concentración es una especie de espejo mágico, que te devuelve el reflejo de lo que “realmente eres”; Golo abunda en la idea, diciendo que no sabes bien quién eres hasta que no entras en “la zona de interés” –la zona de exterminio-. Más allá de su valor literario, que es mucho, novelas como esta actúan como un espejo, sucio y deformado, que nos muestra lo que somos o podríamos ser. Un espejo que no hay que dejar de mirar nunca. Reseña publicada en el diario Información el 26 de noviembre de 2015 Martin Amis, La zona de interés. Editorial Anagrama. 303 páginas. .

Neverhome (ella era más fuerte), de Laird Hunt

Constance cogió su fusil Todas las naciones necesitan construir su identidad a través de un relato épico que las dote de una fundación mítica. Los nacidos en esta ribera del Mediterráneo contamos con la suerte de tener la Iliada y la Odisea, y cada país posee además su propia íntima tradición: el Mio Cid, las sagas artúricas o la Canción de Rolando son algunos de los más representativos. Una nación tan joven como Estados Unidos ha tenido que construir sus mitos alrededor de hechos modernos, que han sabido exportar y dotar de épica de manera magistral. Es inevitable que todos acaben pareciéndose a los poemas homéricos, ya que se trata de un género con reglas muy claras y sencillas, donde los patrones se repiten desde las sagas islandesas hasta el gaucho Martín Fierro. La Guerra de Troya para ellos es su guerra de secesión, contando con la indudable ventaja del material gráfico y manuscrito disponible para documentarla, y sus protagonistas han sido elevados a la categoría de héroes comparables, siempre según el imaginario americano, a Aquiles, Ulises o Ájax. En este contexto de fabricación de la memoria se sitúa “Neverhome (Ella era más fuerte)”, que parte del hecho de que más de 400 mujeres se travistieron para poder pelear en la guerra. Basada en las cartas y testimonios de varias de ellas, Hunt ha creado el personaje de Constance, una granjera casada con Bartholomew cuando estalla la guerra. Como ella es más fuerte que él, no solo físicamente, decide ir al frente en representación de la granja. Constance se convierte en Ash Thompson, y el relato baja a la trinchera para contarnos los detalles y miserias de una guerra que vuelve a parecerse milimétricamente a todos los conflictos que en el mundo han sido, y es como si Ulises hubiese encontrado una buena excusa para quedarse en casa, y Penélope –esa es la comparación que se establece en la propia novela- hubiese ido a combatir. Ash no está obligada a ir a la guerra, pero las constantes preguntas que le asaltan en la voz de su madre, con la que mantiene inacabados diálogos, le empujan a seguir un poco más, a buscar otra batalla, a descubrir si la guerra puede mostrarle lo que realmente hay en ella. La voz de la madre muerta compone un relato paralelo donde historias ya conocidas mezclan sus principios y finales completando una fábula que bordea los temas que tantas veces hemos visto representados a partir de la guerra de secesión: la abolición de la esclavitud, el conflicto entre la tradición del sur contra la modernidad del norte, o las familias divididas en dos. Laird Hunt intenta centrarse en la intrahistoria del soldado Ash Thompson, en un afán de desmitificar la guerra y mostrar su cara más cruda. Pero fracasa, ya que el relato funciona porque cuenta con los elementos del viaje del héroe clásico, ya saben: llamada a la aventura, encuentro con el mentor, travesía del umbral, enemigos, aliados, pruebas, internamiento en la cueva más profunda, recompensa, lucha final y regreso al hogar. La métrica oral se convierte en un relato visual que inevitablemente saltará a la pantalla, porque incluso para narrar sus epopeyas los norteamericanos necesitan echar mano de Homero. Crítica publicada en el Diario Información (suscriptores) Laird Hunt, Neverhome (Ella era más fuerte). Editorial Blackie Books, 200 páginas. 19 euros.

Número cero, de Umberto Eco

Cada nuevo texto de Umberto Eco es siempre un acontecimiento literario. Desde que hiciera su deslumbrante debut hace más de treinta años con “El nombre de la rosa”, que vino a darle lustre al género de la novela histórica, ninguno de sus libros ha pasado desapercibido. El italiano tiene un don reservado a los grandes narradores: convertir cada texto, no importa el género, en algo realmente nuevo, aunque para ello no utilice fórmulas extravagantes ni recurra a artificios literarios. En este caso, ha puesto su curiosidad inabarcable al servicio del periodismo, como excusa para repasar la historia política y de la comunicación italiana de las últimas décadas. El motor de la novela se resume en una demoledora frase “No son las noticias las que hacen el periódico sino el periódico el que hace las noticias”. La frase es de Simei, el director de un diario nonato, que se encuentra en los meses previos a su aparición. En la sombra, hay un empresario que desea que se lance esta nueva cabecera, al menos en potencia o de manera hipotética, con varios “números cero” que sirvan para ejercer presión en las altas esferas políticas y económicas. Debería ser un texto prescrito en las facultades de Ciencias de la Información por su análisis del periodismo El protagonismo, o mejor dicho la voz narrativa, recae en Colonna, un cincuentón que siempre ha estado en el bando perdedor de la vida y que ahora, sin perspectivas de futuro, divorciado y desdeñado, ve la gran oportunidad de su vida al ser nombrado redactor jefe de este diario ficticio. “Número cero” debería ser un texto prescrito en las facultades de Ciencias de la Información: alrededor de Colonna, Eco sitúa a un ramillete de personajes y periodistas que viene a representar todas las luces y sombras de esa profesión. Ambientada en el año 1992, antes de la zozobra que ha sumergido a la prensa escrita en su crisis más profunda, los diálogos entre estos personajes y las relaciones que tejen entre sí son una clase magistral de estilo, a través de la ficción de la grandeza y miserias de la profesión periodística. Este punto de partida le sirve al autor para ajustar cuentas con el pasado reciente italiano. Mussolini, los secretos del Vaticano o la ocultación de información sensible por parte de los sucesivos jefes de estado transalpinos son algunos de los temas en los que hurga este periódico en la sombra. Umberto Eco ajusta cuentas con el pasado reciente italiano, especialmente con Mussolini La tercera pata que sostiene la trama es el devenir personal de Colonna. Se trata de un documentalista trasnochado, que viene de un mundo en desaparición y cuya vida se encuentra en ruinas. La aparición del amor, o de un sucedáneo muy similar, trastoca sus planes de un retiro dorado, le hace sufrir un giro copernicano y tomar las riendas de su vida en una dirección que nunca habría sospechado. Amor después de los cincuenta, crisis del periodismo y cuestionamiento de las bases históricas recientes son temas más que suficientes para hacer de “Número cero” una de las novelas del año. Al leerla, es imposible no realizar el ejercicio de imaginar cómo sería la versión española, cómo sería recibido un libro que desentrañase nuestro mundo periodístico, sacase a la luz la miseria moral de nuestro dictador y tocase un tema que raya con el tabú, como es el amor y el sexo pasada la mediana edad. Los directores de las principales cabeceras españolas deberían leer este libro con atención, tomar nota, y llevarnos a un lugar mejor, ahora que están en el umbral de su hundimiento, y el valor de la palabra impresa está tan devaluado. Umberto Eco, “Número Cero”. Editorial Lumen, 218 páginas. 20’90 euros

Lo contrario de la soledad, de Marina Keegan

Hacer que todo suceda Marina Keegan se encontraba en mayo de 2012 cumpliendo un exacto destino literario. Se acababa de licenciar “magna cum laude” en Humanidades por la Universidad de Yale, había trabajado con uno de los popes de la literatura mundial, Harold Bloom, sus obras de teatro se representaban en los círculos más selectos, y ya tenía un puesto de trabajo esperándole en la más prestigiosa de las revistas literarias, The New Yorker. En ese momento, cinco días después de la graduación, sufrió un accidente de coche y su vida se apagó instantáneamente. Con tan sólo 23 años, su producción literaria era muy corta, pero también muy prometedora. Su familia y profesores decidieron reunir sus cuentos y ensayos en “Lo contrario de la soledad”, que es el texto que ejerce como prólogo y que se convirtió en viral a las pocas horas de la muerte de Keegan. Se trata del discurso que dio el día de su graduación, lleno de optimismo, ingenuidad y vitalidad. “Lo contrario de la soledad” es el texto que hace de prólogo del libro y se convirtió en viral a las pocas horas de la muerte de la autora Empecemos por lo más difícil: si Marina Keegan no hubiese muerto de manera tan repentina y trágica, es muy probable que este libro no se hubiera publicado y, en el caso de que hubiese visto la luz, no habría tenido la repercusión que ha tenido. Es completamente imposible iniciar la lectura, después de un emotivo prólogo de su familia y una de sus profesoras, sin tener en cuenta el dato de su trágica muerte, que se va repitiendo como un Pepito Grillo y martillea la lectura: cada vez que la autora hace un canto a la juventud, a la potencia aterradora de la era global en la que vivimos o en sus ficciones algún personaje –inevitablemente jóvenes y desorientados como la propia Keegan- un halo helado rodea el texto y nos remite a un coche destrozado en una cuneta. El ansia por aprovechar la vida que destilan muchos de los textos impide Si se supera esta primera resistencia, los textos que quedan nos enseñan la potencia de una brillante narradora. Es inútil hablar de influencias, proyecciones o carrera literaria. “Lo contrario de la soledad” alberga la paradoja de ser un libro vitalista, con narraciones y textos que animan a exprimir toda la potencialidad de nuestras cortas vidas, y a la vez es un texto que se cierra en sí mismo, de resultas de la imposibilidad de que la promesa de gran narradora se materialice. Los relatos de este libro se enmarcan dentro de un costumbrismo americano teñido por el ambiente naïf que aporta una escritora con un imaginario de gran potencia, pero todavía inmaduro. “Lo contrario de la soledad” se mueve  dentro de los escenarios en los que un hecho azaroso lo cambia todo por completo. Keegan parecía obsesionada por todo lo que no podemos controlar, por todo lo que vemos venir e inevitablemente configurará nuestro destino. Desconozco si hay más textos, y esta selección se ha hecho ex profeso con los cuentos y artículos que inciden en esta faceta. En todo caso, el libro queda como testimonio de que toda la potencia, belleza, y capacidad que podamos desarrollar tiene que ser lanzada hacia el universo, como propone el último de los textos, antes de que nos arrepintamos, antes de que sea demasiado tarde, antes de que, cito a la autora, ya no estemos a tiempo de “hacer que algo ocurra en el mundo”. Crítica publicada en el Diario Información (suscriptores) Marina Keegan, Lo contrario de la soledad. Editorial Alpha Decay. 203 páginas, 19’90 euros.

Las luminarias, Eleanor Catton

Viaje de ida y vuelta a las estrellas Cuando a Eleanor Catton le preguntaron qué opinaba de haber sido la ganadora más joven del Man Booker Prize con “Las luminarias”, la autora neozelandesa no recurrió a la falsa modestia ni tampoco se reivindicó con orgullo. Se limitó a señalar que la competición y batir récords son cosas relativas al deporte, y aprovechó para lamentar que hoy en día los premios tengan tanto peso como la crítica. No se trataba de una pose, ya que la autora usó parte del premio –que en total ronda el millón de libras- en crear una beca para escritores noveles. Con estos antecedentes, sumados a su magnífica primera novela, la predisposición ante “Las luminarias” no puede ser sino buena. Eleanor Catton ha sido la ganadora más joven del Man Booker Prize con Las luminarias Es difícil elegir por dónde abordar esta novela, que tiene rasgos de proeza literaria. De entrada, cuenta con veinte personajes principales, de los cuales uno de ellos está muerto y, como resulta previsible, es la piedra de toque de todos los demás. La narración se inicia a mitad de historia, con una reunión miscelánea de doce hombres en un hotel de Hokitika, una población neozelandesa en plena fiebre del oro en el siglo XIX. El motivo que les ha llevado allí, en apariencia, es el intento de suicidio de una prostituta, sin duda la más cotizada de la localidad, intoxicándose con opio. A este bíblico número de conjurados se les une por puro azar, los números y su simbología son cruciales en la trama, un mesías, superviviente del último naufragio en su traicionera costa. Este personaje, Walter Moody, es durante gran parte de las 800 páginas los ojos del lector, y el recurso narrativo resulta tremendamente efectivo para conseguir ensamblar tantas piezas y tramas. La narración se inicia con una reunión de doce hombres en plena fiebre del oro en el siglo XIX. El motivo que les ha llevado allí es el intento de suicidio de una prostituta A partir de aquí, la narración se dispara hacia el pasado y el futuro, para ir desvelando los deseos y pulsiones de cada uno de los personajes, cuánto tienen que ganar y perder y la inmensa red de secretos que se teje entre ellos. Se suceden los encuentros entre ellos, y se mueven como fichas de ajedrez en un tablero sin reglas, ocultando y mostrando las partes de una historia que parece clara en un momento, y tres párrafos más allá ha dado  la vuelta. Casi podría decirse que se trata de veinte pequeñas novelas a las que se les ha hurtado la introducción y el desenlace, para mostrarnos la parte esencial de la vida de cada uno de los personajes: desde el alcaide dispuesto a construir su cárcel antes de las elecciones hasta los buscadores de oro chinos atados de por vida a contratos con minas improductivas, pasando por adivinas de cartón piedra o contrabandistas de opio. La médula de la historia, la excusa para seguir leyendo, está partida en al menos tres focos. Por un lado, hay una historia de amor, que no se desvela hasta bien avanzada la trama, y que no alcanza un peso verdadero hasta el último tercio del libro. Por otro, hay un misterio, un misterio trazado con los elementos canónicos de la novela negra, con una caterva de sospechosos con móviles y oportunidad, un McGuffin disparatado y una resolución sagaz. Por último, “Las luminarias” es también una historia de venganza o de venganzas, movidas en este caso por la sangre familiar. Cuando lean esta historia de capítulos menguantes –cada uno tiene exactamente la mitad de extensión que el anterior- tengan a mano un mapa del cielo nocturno y trazarán, como los personajes, su hueco en el firmamento infinito. Artículo publicado en el Diario Información (solo suscriptores) Eleanor Catton, Las luminarias. Editorial Siruela. 806 páginas. 26 euros

¡Melisande! ¿Qué son los sueños?, de Hillel Halkin

Cuando todo es posible Hillel Halkin, ¡Melisande! ¿Qué son los sueños?. Libros del Asteroide. 264 páginas. 18’95 euros “(El rey) –Te está soñando a ti. Y si dejara de soñar contigo, ¿qué crees que te pasaría?” Lewis Carroll, A través del Espejo “¡Melisande! ¿Qué son los sueños?” tiene muchos puntos en su contra para convertirse en un libro muy leído: está escrito en segunda persona, formalmente es una carta de amor de más de doscientas cincuenta páginas, y no cuenta con unos personajes llamativos, luminosos o especialmente memorables. Sin embargo, lo tiene todo para ser una de las mejores novelas editadas en castellano en lo que llevamos de año. Una de sus grandes ventajas es que se trata de la novela-debut de un autor de más de 70 años, Hillel Halkin: carece, por tanto, de los errores de las “óperas primas” de la mayoría de autores. Como ocurre en tantas otras ocasiones, puede pensarse que se trata de “la” historia que el autor ha llevado dentro en todo su periplo vital, y conociendo estos datos, es difícil no pensar que, más que una novela de ficción, se trata de un volumen de memorias mal disimulado. El autor tiene, además, formación clásica y es traductor, por lo que el buen uso del lenguaje también está garantizado. La delicadeza con que el espacio privado es desvelado en esta novela no oculta la crudeza del mensaje: la vida es imperfecta Todo esto nos lleva a un libro que cuenta con una anti-estructura narrativa. Los recuerdos se van sucediendo en esta carta uno detrás de otro, con enlaces y caminos ocultos que no sabemos dónde van a parar. A pesar de lo que pudiera pensarse, estas lagunas estructurales no van en contra de la novela, sino que refuerzan la verosimilitud: la trama no se parece a la vida, “es” la vida, con incoherencias, callejones sin salida, largas pausas y actos de perdón para errores imperdonables. La prosa de Halkin es sencillamente magnífica, envolvente y adictiva. Goza de una de las virtudes de los buenos libros: logra la identificación del lector de forma casi automática. Cuando, mediada la trama, parece que estamos ante un libro iniciático, donde se nos narra el viaje de tres jóvenes hacia la edad adulta cumpliendo con los cánones de los triángulos amorosos, y la narración alcanza el punto climático, todo desciende hacia unos capítulos-valle que tendrán su propio desarrollo independiente hacia una resolución que, una vez leída, parece la única posible. No sólo para esta historia, sino para la vida de todos los desencuentros. Pero sigue siendo una historia y un libro sobre el amor, sobre la única de las pasiones que realmente merece la pena, y sobre el desvelamiento de lo íntimo. La delicadeza con que el espacio privado es desvelado no oculta la crudeza del mensaje: la vida es imperfecta, nosotros mismos somos sólo parte de un sueño que no podemos soñar solos. La prosa de Halkin es sencillamente magnífica, envolvente y adictiva. Goza de una de las virtudes de los buenos libros: logra la identificación del lector de forma casi automática. A lo largo de “¡Melisande! ¿Qué son los sueños?”, se repite varias veces la escena de los personajes haciéndose la pregunta del título, y se responden con el alivio que supondría ser la creación onírica de otra persona. Sólo uno de los integrantes del trío protagonista se atreve a seguir el impulso de los sueños desde el principio, y los otros dos le acompañarán cuando ya es demasiado tarde, incluso para los sueños, y sólo queda el consuelo de encontrarlos en una novela de tan bella factura como esta. Tengan o no un sueño del que arrepentirse, léanla como el que entra en el duermevela y cree que todo, incluso el amor, aún es posible.

Kassel no invita a la lógica, de Enrique Vila-Matas

El viajero en la frontera Hace dos años, Enrique Vila-Matas fue invitado a participar en “documenta 13”, una de las exposiciones de arte contemporáneo más importantes del mundo, y que se celebra cada cinco años en la ciudad alemana de Kassel. Vila-Matas sería protagonista de una performance, en la que tenía que sentarse a escribir en la mesa de un restaurante chino, a la vista de los clientes y de los visitantes, además de dar una conferencia en la que estaba previsto que no fuese nadie a escucharla. Pero todo esto puede ser simplemente falso, aunque hay fotografías del escritor protagonizando esta instalación y todo esté documentado en los archivos de la exposición. Todo podría ser mentira porque no hay un autor donde los bordes de realidad y ficción se difuminen tanto como con Vila-Matas. Cuando empezó a publicar sus primeros libros, la crítica fue despiadada con el autor, que tildaba de poco menos que un divertimento narcisista su obra. El verdadero problema era que, como autor, se encontraba solo en el panorama literario español. La autoficción y la exploración de los límites entre los géneros no era algo a lo que los lectores estuvieran acostumbrados. Y hoy, que esas dos tendencias son cultivadas con profusión, se sigue encontrando solo: nadie sabe jugar a esos dos  juegos literarios como él lo hace, y cada dos o tres novelas vuelve a girar la tuerca de ambos para hacer saltar las normas con absoluta naturalidad, haciendo que “autoficción” y “límites literarios” pierdan su sentido por completo. Permítanme trazar una analogía con Lobo Antunes: el autor portugués practica desde que empezó a escribir una autoficción casi destructiva y redentora. Se encuentra atrapado en un laberinto mental del que sólo sabe escapar escribiendo para que sea el lector el que acabe atrapado en él. Vila-Matas parece tejer ese mismo laberinto sobre el lector, pero sobre las bases del humor y la ironía, tomando distancia usando para ello lo íntimo, y consiguiendo con éxito hacer de la continuidad de su obra algo nuevo por descubrir cada vez. “Kassel no invita a la lógica” puede leerse como una larga reflexión sobre el arte contemporáneo, si supiéramos definir qué demonios es el arte contemporáneo, y para ello cuenta paradójicamente con elementos tradicionales de narración: un personaje, que como siempre se parece a Vila-Matas pero no es en absoluto él, encerrado en una unidad de espacio y de tiempo. La peripecia del escritor invitado a una exposición de arte contemporáneo es el gran “mcguffin” que enmascara la realidad: no hay un argumento real en el libro, no hay un punto de partida sólido, como tampoco hay un lugar objetivo al que el narrador quiera llevarnos. Cada uno de sus 70 bloques textuales está organizado en torno a reflexiones exentas, que a su vez se justifican por medio de las frases-cofre, las ideas realmente brillantes, que cada uno tiene. Es una novela que se debe leer con un lápiz en la mano para ir subrayando y destacando las palabras que saltan por encima del resto del texto. El humor enmascara la importancia de las ideas que están operando a lo largo de todo el texto, y como le ocurre al narrador al tomar contacto con dos obras de la documenta 13: una estancia oscura con bailarines y una corriente de aire en una habitación vacía, al leer, el lector se adentra tanteando en la primera hasta recibir el suave roce de la segunda, y queda desvalido, como el viajero caminando justo encima de la línea de una frontera, incapaz de decidir en cuál de los dos territorios está su destino. Crítica publicada en el Diario Información (solo suscriptores) Enrique Vila Matas; Kassel no invita a la lógica. Ed. Seix Barral. 300 páginas. 19’50 euros

Tres actos y dos partes, de Giorgio Faletti

En los minutos de descuento de la vida Faletti, Giorgio. Tres actos y dos partes, Editorial Anagrama. 14,90 euros. 152 páginas El fútbol es uno de los fenómenos más globales, y que más pasión despierta a lo largo y ancho del mundo. Como muestra, uno de los rasgos que más se destacaron del Papa Bergoglio cuando alcanzó la silla vaticana era su afición por este deporte y por un equipo en concreto en su país natal. A priori, no parece haber dos cosas más alejadas que la actividad intelectual que comporta escribir una novela, una buena novela, con la de asistir en una grada a un partido, con los gritos, empujones, insultos y los bajos instintos puestos al servicio de una pasión arbitraria. Sin embargo, el fútbol ha tenido y tiene una pátina de relato épico, de historia condensada de la humanidad en noventa minutos, que se abre paso a través de las psiques más obtusas para acabar instalado en los lugares de preferencia de nuestro tiempo. No parece haber dos cosas más alejadas que escribir una novela  y asistir a un partido de fútbol Los jugadores han ocupado en el imaginario colectivo el lugar de los gladiadores romanos, y a través de ellos se desata una narración liberadora que tiene como excusa un simple pedazo de cuero y la gloria o la miseria en el corto espacio de hora y media. Una de sus estéticas más atractivas es la del perdedor, como la imagen del árbitro Pierluigi Collina ayudando a levantarse a los centrales del Bayern en aquella final de copa de Europa que perdieron en el último minuto, o la arenga del capitán del Liverpool en la media parte de la final contra el Milan que perdían 0-3, apelando a los cánticos de una afición obrera que seguía entonando, “Nunca caminarás solo”, porque por encima del resultado hay una sensación de pertenencia y lealtad inquebrantable. Hay que admitir que el fútbol, aunque uno sea completamente ajeno a ese deporte, es algo más que fútbol, y despreciarlo como un elemento vulgar de la sociedad es un esnobismo trasnochado. La aparición de revistas como “Panenka” o “Líbero”, que reivindican el fútbol como acto cultural no sólo desde la nostalgia, dan fe de ello. Giorgio Faletti ha centrado su atención en “Tres actos y dos partes” sobre la parte más humilde y sórdida de este deporte. Silvano Masoero, “El Silver”, es un boxeador retirado, un perdedor al que le acosa el recuerdo de un combate amañado, que purga su pena como utilero en un club de segunda división de la liga de Italia. La trama se desarrolla principalmente en las horas previas al último partido de la temporada, donde está en juego el ascenso del equipo. Este telón de fondo sirve por un lado para mostrar la parte más sórdida del fútbol en sus categorías menos profesionalizadas, alejadas del glamour, los balones de oro y las portadas de las revistas y que, en el fono todos los sabemos, poco tienen que ver con el fútbol real. Tres actos y dos partes nos habla de la parte más humilde y sórdida del fútbol Su hijo milita en este equipo, y está a punto de cometer el mismo “pecado” que el padre: amañar el partido para sacar un dinero ante la imposibilidad de convertirse en una estrella de ese Olimpo que componen los jugadores como Messi, Cristiano Ronaldo o Ibrahimovic. En apenas ciento cincuenta páginas, el autor nos lleva desde la zozobra de la poética que destila este personaje derrotado, hasta la parte más oscura y corrupta de la realidad. Autor habitual de novela negra, la alternancia en paralelo de los acontecimientos presentes con la carrera de Silvano teje un entramado donde el propio lector tiene que tomar partido hasta la sorpresiva revelación final. Para todos aquellos que malgastaron también las segundas oportunidades, se trata de una lectura imprescindible.

Cada cual y lo extraño, de Felipe Benítez Reyes

Mientras la vida pasa Felipe Benítez Reyes; Cada cual y lo extraño. Editorial Destino. 176 páginas, 18€ Cada Cual y lo extraño sorprende desde el título: se trata de una miscelánea de relatos que comienza con una nostalgia de los Reyes Magos, y concluye con la inoportuna cena de negocios de un hombre desorientado dentro de su propia vida. En medio hay otros diez historias, hasta completar la estructura que vertebra el libro, y que consiste en que cada uno de los cuentos está enmarcado, cronológicamente, en los meses del año. En todos hay un protagonista masculino que nos cuenta la peripecia en primera persona. Si la regla de un relato es entretener y captar la atención con rapidez, el ritmo que ha escogido Benítez Reyes es distinto: los cuentos no proponen fábulas imposibles ni tienen artificios asombrosos: nacen de una zona gris y poética, y parten de premisas como la nostalgia, la inmovilidad ante el miedo al cambio, la sorpresa del paso del tiempo o la mirada infantil sobre el mundo. En algunos de ellos, el intento se queda en un ejercicio de estilo salvado con dignidad, pero en la mayoría de ellos queda al final un nudo en el estómago, una necesidad de buscar un asidero en nuestra propia vida: llamar a casa, desempolvar ese viejo retrato de una novia de juventud, dejar de posponer ese giro radical en la vida que todos tenemos en el horizonte o preguntarse dónde se han quedado los hábitos que ya se han perdido. Una colección de imágenes memorables, y de instantes que apuntan a una trama más compleja y rica Las costuras de poeta de Felipe Benítez Reyes se dejan ver en todas las historias, y podíamos pensar en un protagonista único en todos los relatos por las disgresiones, verbigracia, poéticas que cada uno contiene, y por su manera de reaccionar ante los imprevistos. Casi todos miran la vida como invitados, ajenos a una fiesta a la que se les ha invitado por compromiso, y reflejan una extrañeza natural: hasta el tipo o el hecho más vulgar, mirado de cerca desapasionadamente, es un bicho raro. Esta unidad de narrador hace que este libro de cuentos se lea como una pequeña novela, lo cual lo vuelve a convertir en un volumen inusual, y la fluidez entre cuento y cuento es natural, si bien, como decimos, después de cada uno es necesario a veces detenerse para ver qué parte sensible ha tocado en el lector. Es uno de los peligros de la nostalgia: si bien hay un enorme territorio compartido por casi todos en la infancia y en las primeras relaciones amorosas, también puede caer en el riesgo de dejar frío a quien tenga un imaginario distinto. Los cuentos parten de premisas como la nostalgia, la inmovilidad ante el miedo al cambio, la sorpresa del paso del tiempo o la mirada infantil sobre el mundo Benítez demuestra dominar la distancia corta, pero es el más largo de los relatos, El crucero y todos los demás, correspondiente al mes de julio y que ocupa casi una tercera parte del libro, el mejor de todos ellos, quizá precisamente porque hay espacio para que se desarrolle la historia y porque el planteamiento permite dar más juego: una pareja en crisis, que se pelea durante un crucero, sin posibilidad de que ninguno de los dos abandone el barco. Entremedias, hay una colección de imágenes memorables, y de instantes que apuntan a una trama más compleja y rica, convirtiendo cada una de las historias en una pequeña novela en potencia. La sensación que queda al terminar Cada cual y lo extraño es que se ha leído un artefacto raro, algo diferente a lo que se publica de manera habitual, un secreto que se ha de compartir rápidamente para poder compartir la turbadora sensación que queda al cerrar definitivamente el libro. Reseña aparecida en el Diario Información

Nada se opone a la noche, de Deplphine de Vigan

En este lado de la vida Uno de los actos más íntimos posibles es quitarse la vida por la propia mano. El valor o la cobardía que se requiere para desaparecer por voluntad propia es una cuestión que queda entre el suicida y la pastilla, el frasco de veneno, el puñal o la pistola. A los que se quedan de este lado de la vida sólo les queda la conjetura, aventurarse a imaginar los motivos, creer o no en la nota que no todos los suicidas dejan, añadir una muesca indeleble en sus hitos vitales. Cuando ocurre un suicidio en una familia, lo habitual es ocultarlo, apartar el tema y tratar de que nadie lo sepa. Hay algo de vergonzoso en la idea de que la persona que lo ha hecho se ha rendido, ha renunciado a tratar de darle un sentido a todo, y esa vergüenza mancha a todos los que le rodeaban. La escritora francesa Delphine de Vigan encontró muerta a su madre, Lucile, con tan sólo 61 años. Resultaba evidente que Lucile se había quitado de en medio después de haber intentado en repetidas ocasiones superar una vida llena de caos, con episodios de internamiento en psiquiátricos y una ristra de amores desgraciados. Con una valentía admirable, de Vigan decidió tratar de comprender a su madre mediante un acto literario. Entrevistó a los hermanos sobrevivientes de Lucile, reunió las grabaciones de su abuelo, los testimonios, las imágenes y todo lo que pudo encontrar, y trató de darles forma de libro. El resultado es casi lo que podemos denominar un clásico instantáneo, un ejercicio de estilo que nos muestra cómo enfrentar la propia vida y tratar de comprender la de los demás. Los buenos libros, los que no tratan de enseñar nada activamente pero dejan un poso en los lectores, deberían parecerse a “Nada se opone a la noche” Los problemas que plantea una novela de este tipo han sido solventados con mucha solvencia por parte de la autora: por un lado, una narración en primera persona, al borde de la autoficción, pero con pocos toques de verdadera ficción; por otro, la división en tres bloques que encajan como un puzle virtuoso: la infancia no tan feliz, la época de la libertad de Lucile, y el desmoronamiento intelectual a través del prisma de sus dos hijas. Los capítulos se ven salpicados por bloques de texto donde la escritora describe el dolor y la complejidad del proceso. Cómo está reuniendo y tratando el material, la renuencia de parte de la familia a sacar a la luz aspectos concretos de su propia historia, o cómo su propio entorno reacciona a los hallazgos de Delphine. Los buenos libros, los que no tratan de enseñar nada activamente pero dejan un poso en los lectores, deberían parecerse a “Nada se opone a la noche”: de forma sutil, la escritora abre una pequeña ventana a un mundo donde el lector no está seguro de querer entrar, y para cuando asoma tímidamente la cabeza en las diferentes tramas, aparece siempre “la revelación”, un nuevo punto de apoyo para el suicidio de Lucile, que hace tambalear el suelo bajo los pies de su hija. “Nada se opone a la noche” viene a confirmar el rotundo comienzo de Anna Karenina: “Todas las familias felices se parecen entre sí, pero las familias infelices lo son a su propia manera”, y la manera de esta familia atraviesa tres generaciones y un pequeño compendio de éxitos y fracasos cotidianos. Crítica publicada en el Diario Información Delphine de Vigan; Nada se opone a la noche. Editorial Anagrama. 376 páginas, 19’90 euros.

La nube de la muerte, Andrew Lane

Holmes con acné Lane, Andrew. El joven Sherlock Holmes. La nube de la muerte. Editorial Siruela. 286 páginas, 16’95 euros. El verano es la época que se reserva por excelencia para abordar las grandes lecturas que se han dejado pendientes a lo largo del año: las tardes de canícula, amenizadas por las retransmisiones del Tour de Francia o por la engolada voz de algún locutor de documentales imposibles, son perfectas para abordar la lectura del Quijote, Guerra y Paz o el Ulysses de Joyce. Para los que no tienen una voluntad de hierro, lo mejor es dejarse llevar y emplear la época estival volviendo a las lecturas que nos hicieron felices de pequeños: los libros de aventuras. El verano es el territorio más fecundo para que pasen cosas diferentes al resto del año, tanto en la vida real como en la literaria: desde Sandokán abordando a los piratas hasta Phileas Fogg cruzando el mundo entero por una apuesta. Con este espíritu, ha llegado en verano la primera secuela oficial del detective más famoso de todos los tiempos: “El joven Sherlock Holmes: la nube de la muerte”. En cualquier librería pueden encontrarse numerosos libros que tratan de seguir el canon de Arthur Conan Doyle, con disparates tan divertidos como, por ejemplo, enfrentamientos de Holmes y Watson contra zombies. De todos, quizá el más acertado fue “Los años perdidos de Sherlock Holmes”, editado por Acantilado, y que daba cuenta de las actividades de Holmes en el periodo que transcurre entre su caída por las cataratas de Reichenbach y su reaparición en Londres. Los herederos del escritor escocés han autorizado por primera vez una serie “oficial”, y lo han dejado en manos de una de las personas más adecuadas para ello: el escritor y “holmesiano” Andrew Lane. El primer acierto a la hora de continuar con el canon de un mito de las dimensiones del inquilino del 221b de Baker Street es el de no haber escogido retomar la narración donde la dejó Conan Doyle. Se trata de una novela juvenil, donde se muestra la primera adolescencia del detective. El segundo acierto, más importante aún, ha sido evitar deliberadamente copiar el estilo de las historias de Sherlock Holmes y buscar una voz propia, que dé entidad al personaje sin que se separe del modelo original. En cuanto a la historia, muchos de sus valores son reconocer tics y gestos que ya sabemos de Holmes, además de los orígenes de su gusto por disciplinas como las matemáticas, la esgrima,  y, sobre todo, el arte de la deducción. También se rompe con el esquema clásico, para dar un salto hacia el relato de acción y aventuras, con un código y un lenguaje que, sin abandonar la época donde está ambientado el libro, se ha traído a la actualidad. Casi podríamos estar hablando de un thriller o de una novela clásica de aventuras, con el aliciente de toda la documentación previa que el autor ha recopilado para dar consistencia al personaje. El resultado es una obra que no sólo cumple la papeleta, sino que pone el listón muy alto para todos los émulos de Conan Doyle que han de seguir apareciendo, y que nos reconcilia con la novela de aventuras en estado puro. Reseña publicada en el Diario Información

No dormir nunca más, de Willem Frederik Hermans

Descenso hacia la nada Willem Frederik Hermans, No dormir nunca más. Tusquets, 376 páginas, 19 euros. La ausencia de traducciones al castellano de los libros de Willem Frederik Hermans era una carencia que Tusquets comenzó a subsanar con la publicación de El cuarto oscuro de Damocles, y que continuó con el volumen que nos ocupa. Parte de la culpa de que su obra prácticamente sólo pudiese encontrar en su lenguaje materno, el holandés, es del propio autor, que tras leer las primeras traducciones de sus novelas, poemas y ensayos a otros idiomas consideró que éstas eran “insatisfactorias”, y prohibió que se volcasen a ningún idioma. Su peripecia vital incluye parte de su infancia en la Holanda ocupada por los nazis y una errática carrera como profesor de geografía en la universidad de Groninga, de la que fue invitado a irse por pasar más tiempo dedicado a escribir que a dar clase. Comparado con Kafka y Céline, Hermans practica un existencialismo plagado de humor. La novela ayuda a verlo todo de otra manera, una de las funciones primordiales de la literatura. No dormir nunca más cuenta la aventura de Alfred Issendorf, un recién licenciado en geología holandés que se enrola en una expedición por el desierto helado del norte de Noruega para encontrar la prueba de que unas curiosas erosiones del terreno han sido provocadas por meteoritos. Pronto, el propio Alfred nos revelará que no es la persona ideal para este tipo de viajes, y que ni siquiera tenía vocación de geólogo: la sombra de un padre científico que murió siendo Alfred niño le destinó a terminar un destino. Llevados por esta breve interrupción, podríamos pensar que vamos a asistir a una novela de aventuras -dicho sea sin desdeñar ese género- pero Alfred es un antihéroe, un pez fuera del agua incluso en su propia casa, que va torciendo sus planes y los de todos los que se encuentran a su alrededor. La separación de su hogar para enfrentarse a la naturaleza extrema en Noruega le hace empezar a cuestionarse los motivos reales del viaje, los porqués de sus elecciones hasta ese momento y lo vano de sus ansias por realizar un hallazgo científico del que su padre se hubiese sentido orgulloso. En la cita que ilustra el libro, Isaac Newton afirma no saber cómo le verá el resto del mundo, él se sigue viendo “como un niño que juega en la playa mientras el océano de la verdad se extiende ante él, inexplorado”. Alfred deberá pasar por el trance de verse incapaz de continuar con la expedición, sentirse traicionado por sus compañeros y perderse en la tundra para llegar a una conclusión parecida. No dormir nunca más es una novela sobre la mezquindad humana y la futilidad incluso de la ciencia a la hora de tratar de explicarnos en el universo y de explicar al propio universo: Hermans se burla en la primera parte, cuando Alfred todavía mantiene el impulso por el viaje y la gloria, del mundo académico, de la necesidad de encontrar un lugar en la sociedad, de sus propios orígenes y de qué cosas son valiosas para configurarnos como individuos, y dedica la segunda parte del libro, precisamente cuando el protagonista está perdido en un paraje desolado, a recoger todas esas ironías con las que Alfred finalmente encuentra un sentido -en la falta de sentido- a su peripecia. Lean No dormir nunca más: no les quitará el sueño, pero les ayudará a verlo todo de otra manera, una de las funciones primordiales de la literatura. Reseña publicada en el Diario Información

Dos libros de Leonard Cohen

La poesía viene de un lugar que nadie controla Cohen, Leonard; El libro del anhelo. Editorial Lumen Cohen Leonard; El juego favorito. Editorial Edhasa   Es más que pertinente traer aquí dos libros de Leonard Cohen: después de treinta ediciones, el jurado del premio Príncipe de Asturias decidió conceder este año, por primera vez en el apartado de “Letras”, su galardón a un cantante. Al igual que cuando Bob Dylan ha estado nominado (y en algún caso, favorito en las apuestas) para el Nobel de literatura, Cohen recibe, obviamente, este premio por las letras de sus canciones no por su música, sino por su producción literaria, que ahora se ve felizmente reeditada al calor del premio. También es oportuno empezar por la parte más insólita: la narrativa, a través de una novela que Cohen escribió hace casi cincuenta años y que ahora reaparece en Edhasa, “El juego favorito”, donde un alter ego adolescente del autor pasea por las calles de Montreal descubriendo el mundo y perdiéndose a sí mismo en el camino. A pesar de haber sido publicada en 1963, cuando Cohen no había alcanzado la treintena, no se trata de un autor buscando una voz propia, sino lo que está buscando es la forma que esa voz ha de tener ante los demás: en ese año ya había publicado dos libros de versos, pero ningún disco. Como señaló en su discurso de recepción del Príncipe de Asturias, no fue hasta después de leer a Lorca cuando encontró exactamente lo que quería decir. Permítanme citar ese discurso, justo cuando habla del poeta granadino y de lo que aprendió: <<Nunca debemos lamentar. Y si queremos expresar la derrota que nos ataca a todos, tiene que ser en los confines estrictos de la dignidad y de la belleza>>. Si hay algún profesor de secundaria leyéndome ahora, por favor: dé a sus alumnos en clase el texto completo del discurso. Les enseñará en apenas siete párrafos qué es realmente la poesía.  Volviendo a la novela, es, como puede preverse, una novela de iniciación donde aparecerán prefigurados los temas que han acompañado la discografía y poesía del autor: la soledad radical, el deseo, el impulso sexual, la derrota… mediante auténticos puzles de palabras e ideas, que tratan de introducirnos en la mente del autor. El volumen de poemas, “El libro del anhelo”, contiene unas doscientas poesías y otros tantos dibujos, y tienen el interés de que, aun dentro de la poética de Cohen, muchos de ellos fueron escritos durante el tiempo que el autor se hizo ordenar monje budista, y vivió en el monasterio de Mount Baldy con el sobrenombre de “El silencioso”. Como señaló él mismo al recoger el galardón, <<la poesía viene de un lugar que nadie controla>>, y las composiciones fechadas en esa “época zen” parecen venir de un lugar especialmente oscuro, donde ha estado jugando con una mirada más sencilla sobre las cosas y la inevitable burla hacia sí mismo. También hay numerosos poemas que no corresponden a su retiro, pero sí a una de sus peores épocas: en esos años, su representante aprovechó para robarle todo el dinero que Cohen había ahorrado, lo que obligó al cantante a volver a los escenarios en una agotadora gira mundial que le hizo desmayarse durante su concierto de Valencia.  Fue el colofón a una representación del antihéroe, la materialización del personaje que quizá el propio artista no pueda separar de sí mismo, que tanto atrae a sus fans en todo el mundo, y que quizá queda brevemente reflejado en una de las frases del libro: “Yo soy vuestra niebla. Pero no tengáis miedo”. Reseña aparecida en el Diario Información

Los infinitos, de John Banville

Un Anfitrión irlandés John Banville,  Los infinitos. Editorial Anagrama. 296 páginas, 19’90 euros. Esta es una novela que transcurre en un solo lugar, en un único día y donde casi todo lo que ocurre es a través del diálogo de sus personajes o a través de monólogos internos. Atendiendo a esta unidad de lugar, tiempo y acción, podríamos pensar que esta novela tiene vocación de obra de teatro. John Banville ha utilizado como inspiración la obra clásica “Anfitrión”, de Plauto, y se la ha llevado a una casa campestre en un punto indeterminado de Irlanda. El narrador en el arranque de la novela, y en gran parte de ella, es el propio Mercurio, mensajero de los dioses. Revolotea en los alrededores de la casa para hacernos notar un suceso: Adam y su esposa Helen (como se puede notar, los nombres de los personajes también son significativos) vuelven a casa de éste para asistir a la muerte de Adam padre, postrado en cama y desahuciado. La premisa es que el paganismo ha sido erradicado de nuestras creencias, pero no de la realidad, y el propio Júpiter se entrometerá en el transcurso del día que ocupa el libro. Los dioses toman distancia de los humanos, se ríen de sus anhelos y se extrañan del deseo de inmortalidad, que para ellos es un castigo. En un par de ocasiones, se personifican, Mercurio para turbar a la criada –una aristócrata venida a menos-, y Júpiter por su consabido apetito sexual, reproduciendo con Helen y Adam el episodio de Anfitrión. Banville representa el cosmos en esa familia que se completa con la hermana de Adam, deficiente mental, su novio y la segunda esposa de Adam padre, más un enigmático personaje que presentaremos más adelante. Adam padre, postrado en una cama en estado comatoso, es el otro narrador. A través de su intensa actividad mental observará a los habitantes de la casa, y reproducirá los momentos de su vida que le han llevado ahí. Como un contemporáneo Xavier de Maistre, ahorrándose los minuciosos detalles descriptivos, desvelará mediante impotencia de su estado las mentiras a las que hemos asistido entre los habitantes de la villa. Como no hay Eros sin Tánatos, aparecerá de repente el personaje más ambiguo la historia: Benny, un antiguo amigo del patriarca, que oscilará entre los dioses y los mortales cumpliendo el papel de Tiresias. Educado y juguetón, como un diablo del sexto círculo, vendrá a turbar la relativa calma con la que todos están esperando la muerte de Adam, sacará a la luz otro juego literario: Helen está a punto de estrenar “Anfitrión”, en la que hace el papel de Alcmena, y sobre todo removerá los recuerdos de Adam padre, compañero de correrías de juventud. El riesgo y el acierto de “Los infinitos” es escoger a un dios de la mitología griega como narrador: desde su distancia, los actos humanos más trascendentes, estúpidos o extravagantes cobran una pátina de distanciamiento que, pese a lo que pueda parecer, no los hace resultar vulgares. La narración desde una entidad superior, inmutable y eterna relativiza las pasiones humanas, pero se ve contrarrestada por la envidia que los dioses tienen ante la posibilidad de los humanos sentir amor, y de que cualquier suceso pueda ser importante. Aburridos, los dioses se retiran con la llegada de la mañana, la tranquilidad regresa a la tierra. Artículo publicado en el Diario Información Ficha de Los infinitos en Goodreads

La niña leona, de Erik Fosnes Hansen

Guía de supervivencia para monstruos La abundancia de lo que la crítica empieza a llamar “Novela negra escandinava” como un subgénero en sí mismo, no impide que heroicas ediciones de libros que no tienen nada que ver con asesinatos, investigaciones policiales y suburbios de Estocolmo lleguen, desde el frío Norte, hasta nosotros. Encomiable es, en este sentido, la labor de Nørdica Libros, con traducciones por primera vez al castellano de obras clásicas, o dándonos la oportunidad de conocer a autores que, de otra manera, quedarían sepultados en nuestros anaqueles bajo el fenómeno Larsson. Ha tenido que ser, sin embargo, en JP Libros donde Erik Fosnes Hansen publique su cuarta novela. Fosnes es una “rara avis” en el mundo literario, ya que además de las novelas, cuenta en su haber con un libro de cocina, una guía sobre Roma y una biografía de la princesa Marta Luisa de Noruega. En la parte que nos toca, la de las novelas, al castellano sólo hay traducidas dos: la original “Himno al final del viaje”, que cuenta el hundimiento del Titanic desde la perspectiva de los músicos que decidieron hundirse con el barco, y “Momentos de protección”, tres novelas cortas de excelente factura. “La niña leona”, premio de los libreros noruegos, cuenta la historia de Eva, una niña que nace con hipertricosis congénita, esto es, con el cuerpo entero cubierto de pelo, en un momento indeterminado de la primera mitad del siglo pasado. Su madre muere en el parto y su padre, ya mayor, es un anticuado jefe de estación de tren que acepta la situación como un castigo divino. Al igual que hiciera con las historias de “Momentos de protección”, Fosnes ataca cada personaje desde diferentes técnicas narrativas, estirándolos en una línea de tiempo que irá mostrando con diversas estrategias de escritura, según conviene al relato. La protagonista y sus secundarios-satélite son personajes alucinados que no pueden ser explicados con una sola acción o únicamente con un rasgo; puede decirse, eso sí, que no son juzgados por sus faltas ni buscan la redención, que no buscan rebelarse contra su destino sino acoplarse en el mundo, o al menos que el mundo les deje ir a su aire. En un ambiente frío, lleno de rechazos y donde no parece poder alcanzarse más felicidad que una falsa burbuja donde Eva, su padre y su nodriza fingen “ser como los demás”, es curioso que el personaje más lúcido de la novela sea un hombre con piel de lagarto, integrante de un circo de rarezas, que sí ha entendido las reglas de juego que los personajes irán aprendiendo. Fosnes huye de un tono moralista al narrar las miserias de los compañeros de Eva, o las dificultades que tiene que sufrir lo que, lejos de situarnos en un relativismo moral, nos acerca a un abismo personal al ponernos frente a los ojos, de manera más normal, el horror. El narrador juega con nosotros, ya sea interpelándonos directamente desde la voz del jefe de pista de un espectáculo de “freaks”, como lanzándonos del diario de un personaje al monólogo interior de otro. Cualquier cosa es válida para mostrarnos que el monstruo, esta vez, habita en nosotros. Crítica publicada en el Diario Información Erik Fosnes Hansen en Goodreads – La niña leona Fosnes Hansen, Erik; La niña leona. Editorial Juntando Palabras  

Que el vasto mundo siga girando, Colum McCann

Postales desde el abismo   El mundo es un lugar extraño donde lo extraño es no encontrarse y lo habitual es la coincidencia, la serendipia, las vidas trenzadas por el azar. Esa es la premisa que descansa en las historias de “Que el vasto mundo siga girando”, la ganadora el año pasado del National Book Award de Estados Unidos. La hilazón entre los personajes es el paseo que, en 1974, dio el funambulista Phillipe Petit entre las torres gemelas: a partir de esa única imagen, poderosa como todas las que nos remiten a un individuo enfrentándose a lo imposible, y del deseo de McCann tras el 11-S de escribir una historia donde el World Trade Center tuviese un papel central, está armada toda la narración. Los personajes, de uno u otro modo, están relacionados con la hazaña de Petit, lo cual sirve de excusa para contarnos su historia: por un lado, un sacerdote irlandés que cuida de las prostitutas del Bronx recibe la visita de su hermano; un grupo de madres que han perdido a sus hijos en Vietnam se reúnen en casa de la mujer del juez que juzgó a Petit, destacando entre ellas una habitante de ese Bronx; unos hackers californianos se enteran de la noticia e interceptan las cabinas de los alrededores de las torres gemelas; la propia historia del juez donde condenaron a Petit a una multa de un dólar por cada piso de las torres gemelas y a actuar gratis para los niños; dos artistas en desintoxicación que sufren una traumática experiencia y que se verán envuelta en la última de las historias, la de la madre de una de las prostitutas, que también ejerce como tal, y la batalla por la custodia de sus nietas. Sin olvidar la del propio Petit y su entrenamiento. Expuestas de este modo, las historias de “Que el vasto mundo siga girando” pueden parecer un simple puzzle, un juego de escritura poliédrica, pero poseen una fuerza atrayente a través del dibujo de sus personajes. McCann crea personajes puestos al límite, no ya en situaciones especiales, sino en su periplo vital, y los zarandea hasta asomarlos al barranco final, los sitúa ante la última prueba y los deja allí, para acometer la narración de una nueva historia que tenderá lazos con la anterior. En este modo de narrar, no es tan importante asistir al desenlace de las historias como la obligación en la que el autor nos pone de tomar partido por los personajes, somos nosotros los que tendremos que salvarnos o condenarlos, al margen de que se nos narre, siempre en las siguientes historias y de forma trivial, cómo acaban. Para entonces, ya no nos importa tanto la suerte individual de esos personajes como el peso que sus decisiones han tenido para la trama y que, como único recurso para que la ésta no se cierre sobre sí misma, contiene una última historia-epílogo que transcurre en la actualidad, y que supone una especie de redención para los personajes. Es posible que, tal y como está aquí expuesto el “esqueleto” de esta novela, les recuerde a la trama de otra obra narrativa que ha estado en boca de todos últimamente: la serie de televisión “Perdidos”, donde un reparto coral de personajes estuvieron buscando su redención personal durante más de cien películas. No parece casual que el creador de la serie, J. J. Abrams, haya comprado los derechos de “Que el vasto mundo siga girando” para hacer una película, y seguramente volverá a acertar en el retrato del ciudadano occidental a principios del siglo XXI: hombres y mujeres perdidos, buscando una salvación que, con suerte, no existe. Reseña publicada en el Diario Información McCann, Colum; Que el vasto mundo siga girando. Ed. RBA