Óscar Mora

Entrevista a Enrique Vila-Matas

Enrique Vila Matas (Barcelona, 1948) es uno de los autores contemporáneos más leídos y traducidos; recientemente, ha recibido el premio Médicis por su novela El mal de Montano, convirtiéndose en el primer autor español que lo consigue, y precisamente en París transcurre su última novela, París no se acaba nunca, que nos sirvió de excusa para esta entrevista

 

Siempre estoy huyendo hacia delante, en un viaje sin posibilidad de regreso.

 

PNAN_pn_254En las dos últimas novelas se observa cierta obsesión con el tema de la creación literaria, ofreciéndonos el anverso y el reverso de la misma; ¿esta nueva novela sobre tus años parisinos continúa la tendencia?

En Bartleby se hablaba de los escritores que dejaban de escribir; en Montano me fui al otro extremo, al de alguien que lo vive todo en literatura y no puede parar de escribir. Si  Montano lo ha leído todo, y posee una biblioteca enorme, el personaje de París no se acaba nunca es muy joven y  maneja únicamente entre ocho y diez títulos. Es una novela muy autobiográfica y tiene un tono distinto, como un respiro tras las andanzas de Montano, y también es  otro giro más en mi producción. La novela surgió en el Puerto de Santa María, de una invitación que recibí para dar una conferencia sobre la ironía; la idea de escribirla surgió casi por casualidad,  cuento en ella  la historia de la confección en París, a mediados de los años 70, de mi primera novela, La asesina ilustrada.

En este nuevo libro, como viene siendo habitual, mezclas ficción con ensayo, particularmente literario, ¿es una forma de reivindicar este género híbrido?

He mezclado varios géneros en París no se acaba nunca: está planeada fragmentariamente, como un libro paralelo a París era una fiesta de Hemingway, que es también un libro de recuerdos y está escrito por fragmentos. Cada uno de esos fragmentos tiene el género adecuado a lo que quería contar en él, crónica periodística, el género memorialístico, el ensayo sobre la ironía, el relato breve, etcétera.


¿Qué diferencia hay entre este tipo de novela con tus libros de cuentos, que pueden leerse unitariamente?

En El mal de Montano aparecía el cuento, en el nuevo libro también aparece, pero memorializo más, quizá obedece al tipo de libro que quería Hemingway, que se pasó su vida escribiendo cuentos, y después de su muerte se encuentra este libro. El cuento se incorpora dentro, como un género más de los fragmentos.

Cada vez es más difícil discernir entre realidad y ficción, porque ficción y realidad están muy unidas

Otra constante son las diferentes localizaciones, ¿es el viaje, el salir afuera, una necesidad para la creación literaria, o puede encontrarse todo en el interior?

Enrique Vila-MatasEl viaje está por contraste a la vida monótona, lo que me gusta de París no se acaba nunca es que el comienzo y el final son dos viajes que guardo muy nítidamente en la cabeza; si me preguntaras qué hice o dónde estaba en otros años, debería echar mano del diario, estos dos años los tengo memorizados. El viaje se impone siempre en la literatura, ahí está La Odisea, que es quizá el primer libro. Una de las mejores cosas que se han escrito sobre mí es que mi literatura es “un  viaje al fondo de la noche sin regreso”, sin posibilidad de volver nunca a casa. Aquí vuelvo a mi juventud, pero revisitándola sin nostalgia y sin posibilidad de regreso, y así es como ha de ser. Claro que todos mis libros han sido escritos desde aquí [su casa en Barcelona], así que el viaje entra en contradicción con la escritura, en París no se acaba nunca aparece la dicotomía en un momento dado, entre  Rimbaud y  Mallarmé (la aventura o la vida en el domicilio) según avanza la vida, uno acaba saliendo, buscando fuera, y luego dentro, pero todo lo escribe, lo escribo quiero decir, sobre la mesa de trabajo que tengo desde hace 27 años en la Travesía del Mal –¡vaya nombre para mi calle!- de Barcelona.

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¿Está Vila-Matas, como sus personajes, enfermo de literatura?

 Para quitarme ese cliché de enfermo, he publicado esta nueva obra, y ahora me perseguirá la idea de que estoy volviendo a París. Recientemente estuve en Alemania para presentar la traducción de una anterior novela mía sobre espías, y allí me he sentido perseguido por la idea de que soy un escritor de espías. Siempre es una huida hacia delante, un viaje sin posibilidad de regreso.

La escritura puede salvar al hombre hasta en lo imposible

¿Has encontrado respuesta a la obsesiva pregunta de Montano “Y si en el paraíso hubiera otra muerte”?

Nadie propone una tercera vida a la existencia o no de Dios; es una forma de salir de esa dualidad entre la existencia o no de lo trascendente, que tan de moda está ahora; en Montano proponía la posibilidad de una literatura futura que hablase de esa tercera vía. La escritura puede salvar al hombre hasta en lo imposible.

Con tus últimas novelas, ¿estás tratando de mostrar que ficción y realidad no están tan separadas?

Es fundamental que se observe que cada vez es más difícil discernir entre realidad y ficción, porque ficción y realidad están muy unidas; trato de borrar las líneas entre ellas. Con París no se acaba nunca he intentado hacer, salvando las distancias, como Kafka en su diario: por ejemplo, un día registra una entrada donde cuenta un accidente que ve con una bicicleta; años más tarde, escribe el mismo accidente pero en forma de cuento, y aunque hay algunas diferencias, es básicamente lo mismo. Cualquier cosa puede ser materia literaria.

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¿Es la literatura intrínseca del ser humano, o una “enfermedad”?

Las hojas en que escribimos también son parte de la naturaleza, como lo son las hojas y los troncos de los árboles.  La misma ironía no es algo impostado en el hombre, no es algo añadido, sino algo con lo que nacemos, aunque tardamos en descubrirlo. Por fortuna, el ser humano está ligado intrínsecamente a la literatura, está ya en el viejo tema de “literatura y vida”. Es una forma de ser y escribir; por ejemplo, acabo de regresar de Burdeos, donde fui a la casa de Montaigne. Tengo un lado muy mitógrafo, que me llevó a pensar que había viajado a los orígenes mismos del ensayo, no sólo fue un viaje a un castillo, a una torre, sino a los orígenes donde nació el ensayo, hasta nació ahí la palabra ensayo. Me quedé a solas en el gabinete donde Montaigne fundó el género del ensayo, me quedé allí  mirando por una de las  ventanas de aquel importante lugar  y pensando que aquella era una de las ventanas  por las que miraba la persona que inventó el ensayo. Luego, me acordé que existía la ironía. Y me dije: “Qué distintas de mí veías tú las cosas, querido Montaigne”

¿Estás ya pensando en el próximo libro?

Se me acaba de ocurrir ahora mismo. Acabo de tener la idea de vincular a Montaigne con Kafka, el fundador del  ensayo y el fundador del relato moderno. Es curioso: termino con usted esta entrevista y al mismo tiempo comienzo un libro. Le mantendré informado.

Entrevista publicada en el Diario Información

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